Por Rodrigo Fresán, escritor. Febrero 12, 2014

Nadie podía imaginar o suponer que cuando debutó en el 2000 y por todo lo alto con Una historia conmovedora, asombrosa y genial -finalista para el Pulitzer, pseudo-autobiografía con destellos tan salingerianos como posmodernistas y, desde entonces, biblia de lo que enseguida se denominó neosincerismo-, Dave Eggers (Boston, 1970) se convertiría en quien ahora es. Porque, de acuerdo, Eggers sabe contar y, probablemente, sea el nombre más invocado de su camada después del de David Foster Wallace.

Pruebas al canto: la benéfica saga neo-beatnik-indie-teen Ahora sabréis lo que es correr, los relatos cuasi barthelmeianos de Guardianes de la intimidad, las novelas testimoniales y de denuncia (yendo de la guerra civil en Sudán a la Nueva Orleans del Katrina) en Qué es el qué y Zeitoun, o la audacia de reescribir el intocable clásico infantil de Maurice Sendak Donde viven los monstruos. Pero por encima de todo lo anterior, el nombre de Eggers -considerado por Time una de las cien personas más influyentes del planeta- parecía sonar mejor y más fuerte cuando se trataba de enumerar sus logros de este lado de la ficción. A saber: factótum de las revistas Might, McSweeney’s y The Believer y, muy especialmente, sus actividades filantrópicas de ayuda para estudios y promoción de la escritura y lectura en programas como 826 Valencia y ScholarMatch.

Pero con Un holograma para el rey (Mondadori), Eggers se planta, más allá de vivas y aleluyas a su persona, como gran escritor y autor de un gran libro. Finalista por el National Book Award y considerado por The New York Times como una de las cinco mejores ficciones de 2012, esta novela puede leerse como una mezcla de La muerte de un viajante de Arthur Miller y Esperando a Godot de Samuel Beckett. Añadir chispazos de Douglas Coupland y Haruki Murakami. Y “mirarla” (imposible no imaginar a George Clooney en el protagónico) como a una de esas comedias agridulces de los hermanos Coen o Wes Anderson o Jason Reitman o Alexander Payne.

Mientras tanto y hasta entonces conozcan al triunfal perdedor de 54 años Alan Clay: patriota crepuscular, hombre de negocios en caída libre, víctima económica de la última deprimida y deprimente Gran Depresión y de unos Estados Unidos donde todo comienza a ser made in China, ex marido amargado y padre amantísimo jugándose todo a una última carta. Y su espíritu de juguetona pero implacable denuncia no termina aquí: Eggers acaba de publicar en Estados Unidos The Circle. Otra ácida e inquietante sátira seria girando de nuevo alrededor de los horrores de la vida profesional pero, ahora, con modales de techno-thriller estilo Michael Crichton advirtiendo sobre los peligros de vivir de y para la enredadora internet.

Por último, pero no en último lugar, Un holograma para el rey es también un gran libro de viaje -a la altura de lo mejor de Patrick Leigh Fermor, Bruce Chatwin, Joan Didion y Paul Theroux-, donde la cada vez más agotada curiosidad de Clay desemboca en una especie de aburrimiento beatífico y extático y en el más claustrofóbico de los finales abiertos.

Porque -en la espera- la esperanza es lo último que se pierde.

“Un holograma para el rey”, de Dave Eggers.

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