Por Yenny Cáceres Abril 27, 2018

Amante por un día, de Philippe Garrel.

No hay respuestas para el amor. En Amante por un día, la última película del cineasta francés Philippe Garrel, los personajes buscan respuestas, pero no las encuentran, porque el amor es así, impredecible y volátil. Sin certezas, no les queda más que vivir el amor en todos sus estados. Es el desgarro del amor perdido, encarnado en la figura de Jeanne (Esther Garrel), que acaba de ser abandonada por su novio. El desenfado y placer del sexo clandestino, representado por Ariane (Louise Chevillotte), una universitaria que mantiene una relación secreta con su profesor de Filosofía, Gilles (Eric Caravaca). O el desencanto de Gilles, que viene de vuelta, que ha dejado heridos en el camino y que, aun así, no puede evitar enamorarse de su alumna.

Jeanne es la hija de Gilles, y cuando se queda sin hogar, se muda al departamento de su padre, que desde hace pocos meses vive un fogoso romance con Ariane. Jeanne y Ariane son veinteañeras, tienen toda la vida por delante y en poco tiempo se convertirán en amigas y cómplices, en una operación narrativa destinada a subvertir el típico triángulo amoroso.

En Garrel se respira la herencia del cine francés de la Nueva Ola, pero es una tradición que se siente fresca, sin peso ni ataduras, de la misma manera que algunas escenas recuerdan a ese Woody Allen que también buscaba respuestas para eso que llamamos amor. Breve y ligera —apenas 76 minutos de metraje—, pero no por eso menos genuina, Amante por un día es una crónica sobre las paradojas del amor,

filmada en blanco y negro en un París que podría ser el de fines de los años 60 o el de ahora, porque la fugacidad del amor es un asunto sin tiempo ni reglas.

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