Por Yenny Cáceres Febrero 16, 2018

Todo el dinero del mundo, de Ridley Scott.

Todo lo extracinematográfico que rodea a Todo el dinero del mundo es tan fascinante como perturbador. Esta película es el símbolo del hundimiento de la carrera de Kevin Spacey tras las acusaciones de abuso sexual. Ridley Scott no sólo sacó a Spacey del montaje, sino que filmó de nuevo sus escenas, con Christopher Plummer como su reemplazante. Scott, un veterano de Hollywood, demostró que en este oficio la sangre fría es una cuestión de sobrevivencia. Pero cuando las cosas se habían calmado y la película se subía al carro de la temporada de premios, otra noticia la golpeó. A Mark Wahlberg se le pagó 1.500 veces —no es un error de tipeo: 1.500 veces— más que a Michelle Williams por refilmar sus escenas. La historia terminó con Wahlberg donando su millón y medio de dólares, un repudio unánime y la película convertida en un emblema de la brecha salarial entre hombres y mujeres en Hollywood y en todas partes.

Es posible que todo lo extracinematográfico se coma a esta película, pero también que sea el complemento perfecto para un filme sobre el poder, la avaricia y el dinero. Basada en una historia real, el relato transcurre en 1973, durante el secuestro en Roma del nieto de 16 años de J. Paul Getty (Christopher Plummer), el millonario petrolero que en esos momentos era uno de los hombres más ricos del mundo. Los secuestradores piden 17 millones de dólares de rescate, pero Getty se niega a pagar esa suma. Desesperada, la madre (Michelle Williams) del chico intenta hacerlo cambiar de idea, mientras Getty le pide a su jefe de seguridad (Mark Wahlberg) que negocie con los secuestradores. Sin soltar un centavo, por supuesto.

Filmada como un thriller, Scott demuestra todo su oficio y se embarca en una fábula moral que descansa en una brillante actuación de Christopher Plummer. Getty, encerrado en la soledad de su fortaleza en Inglaterra, inevitablemente nos recuerda al Orson Welles de Ciudadano Kane en su Xanadu. Getty es un antihéroe, miserable en su avaricia, capaz de invertir una fortuna en una pintura y que sólo logra conmoverse cuando los secuestradores –la mafia italiana– le cortan una oreja a su nieto. En esa infinita desconfianza hacia quienes le rodean, Getty sólo ha encontrado consuelo y fidelidad en sus objetos, lo que explica su veneración por las antigüedades y las obras de arte. Para Getty, ser rico es finalmente una condena.

La historia del nieto, J. P. Getty III, después de su secuestro, también merece otra película. Terminó sus días tetrapléjico, ciego y en silla de ruedas, y murió a los 54 años, después de una vida intensa en que formó parte del círculo de Andy Warhol, se hizo adicto a las drogas y actuó en un puñado de películas, entre ellas El territorio, dirigida por Raúl Ruiz.

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