Por Diego Zúñiga Enero 19, 2018

A $ 4.000 cada título.

Hace unos cuantos días perdí un mundo, ¿no lo ha encontrado nadie?”.

La pregunta —esos versos— la hacía Emily Dickinson hace ya muchísimos años —más de cien años — y ahora la encontramos en un librito pequeño y bellísimo, Morí por la belleza, que es parte de la colección Poesía Portátil que Penguin Random House lanzó en España hace unos meses, y que ahora ya está circulando por librerías chilenas. Un proyecto que tuvo un origen posible en la colección Mitos Poesía (Grijalbo Mondadori), allá por el año 1998, y que consistía en pequeños libros de poesía, antologías de algunos de los autores fundamentales del género, y a un precio económico. Hoy, algunos de esos ejemplares se pueden encontrar en librerías de viejo, pero son escasos. Por eso tiene sentido la aparición de esta nueva colección, que comenzó con libros de Walt Whitman, Safo, Pablo Neruda y Alejandra Pizarnik, y que siguió con la imprescindible Emily Dickinson y tres autores más: Baudelaire, García Lorca y Oscar Wilde.

Lo interesante de estas pequeñas antologías es que sirven, por supuesto, para descubrir autores, para encontrar, muchas veces, ese mundo que dice Emily Dickinson que perdió. Porque quizá la poesía, como ningún otro género, funciona perfectamente en un formato así: un puñado de poemas y, casi siempre, ya sabemos qué vamos a encontrar en ese autor. En algunas antologías —como la de Neruda, por ejemplo—, el móvil de la recopilación es una temática particular —el amor— y, en el caso de Baudelaire, seleccionaron cuarenta y dos poemas de Las Flores del mal, pero en otros, como en las antologías de Pizarnik o la de la misma Dickinson, lo que funciona es jugar un poco al azar, abrir los libros y dejar que esos poemas de sólo unos versos nos encuentren —ojalá atentos— y ya, entonces, todo lo que vendrá será una historia similar: la fascinación por esa voz quebrada de Pizarnik que dice: “Alguien entra en el silencio y me abandona./ Ahora la soledad no está sola./ Tú hablas como la noche./ Te anuncias como la sed”. O la grandeza de Emily Dickinson en cada uno de sus versos, como en esa terrible confesión en la que dice: “Hay algo que me gusta de la agonía,/ y es que sé que es verdad;/ los hombres no simulan convulsiones,/ no imitan el dolor”.  ¿Qué más podemos decir?

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