Por Carlos Acevedo Diciembre 7, 2017

Jim & Andy: The Great Beyond. En Netflix.

Como en 1997 no había Twitter no sabemos cómo reaccionaron los fans de Andy Kaufman ante la noticia de que en el biopic que preparaba Miloš Forman, Man on the Moon, iba a ser interpretado por Jim Carrey, entonces estrella del cine mundial que gracias a su entrega al humor físico y chabacano parecía la némesis del homenajeado. Kaufman pretendía ser visto como un artista de variedades y se vanagloriaba de haberse convertido en una estrella del humor sin haber contado ni un chiste. Visto desde cierta perspectiva, el trabajo de Kaufman no es otra cosa que arte contemporáneo: su interés por trastocar el régimen de legibilidad de la vida cotidiana lo acerca, por ejemplo, a los happenings de Allan Kaprow, mientras que su relación con los medios de comunicación parece dialogar directamente con los hoax de Joey Skaggs; su trayectoria es la síntesis de una serie de prácticas artísticas y mediáticas más propias del arte conceptual que del star-system. De Jim Carrey, estilista de la mueca y flamante protagonista de La Máscara y Dos tontos muy tontos, ambas de 1994, difícilmente podía decirse entonces algo parecido.

La película que en 1999 estrenó Miloš Forman tiende a refrendar esto: retrata a Kaufman dueño de un discurso sobre lo que significa estar en los medios, que impone una serie de preguntas sobre la verdad y lo real como límite: el autor aparece entregado a la idea de hacer de este límite una noción borrosa, enajenada, y así lo encarna Carrey: como un artista dispuesto a acometer las Variaciones Goldberg del extrañamiento y no como un performer. Lo que no sabíamos hasta el reciente estreno en Netflix del documental de Chris Smith que lleva por nombre Jim & Andy: The Great Beyond – Featuring a Very Special, Contractually Obligated Mention of Tony Clifton es que lo de encarnar fue literal, que el actor canadiense incluso se vio en la disyuntiva de no saber si hablaba por él, por Tony Clifton —alter ego de Kaufman que, si se me permite, prefigura a Donald Trump— o por Kaufman himself. En un punto altísimo del desborde de esta noción, y luego de haber obligado a todo el mundo a llamarle Andy, sabemos que Carrey se propone a sí mismo como el actor más idóneo para el papel de Kaufman.

Así, lo que en principio se presenta como el comentario tardío de un backstage estrenado a destiempo adquiere un interés doble: por un lado, ofrece el testimonio en primera persona de una transformación, la del propio Carrey, que se retrata como un actor de origen humilde que llega al estrellato en tiempo récord, mientras documenta el momento de la transformación, poniendo a disposición del público lo conflictivo que resulta ser Andy Kaufman. El documental trabaja esa doble disposición, que imposibilita una lectura unívoca e invita al espectador a especular sobre su naturaleza testimonial. Como si Andy —quien murió en mayo de 1984—  todavía estuviese por aquí.

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