Por Yenny Cáceres Octubre 13, 2017

El pacto de Adriana, de Lissette Orozco.

“Todas las familias tienen un secreto. La mía no es la excepción”. La frase marca el inicio de El pacto de Adriana, un documental tan fascinante como demoledor. Su directora, Lissette Orozco (1987), emprende una búsqueda en la que involucra directamente al espectador. Todo parte el mismo año en que Orozco entra a estudiar Cine, cuando una de sus tías es detenida en el aeropuerto. No es un pariente cualquiera. Es la tía Chany, su tía favorita, su ídola, a la que desde niña admiró como una mujer bella y poderosa. Ese día que la familia descubrirá que la tía, Adriana Rivas, fue agente de la DINA, Lissette Orozco tomará la cámara y nunca más nada será igual.

Sin ninguna certeza, llena de dudas, Orozco comienza a buscar respuestas y entrevista varias veces a su tía, desde el 2006 hasta ahora. En el camino, Adriana Rivas queda con libertad condicional, se escapa a Australia y siguen hablando por Skype. En esas conversaciones, Orozco nunca deja de ser la sobrina, y Rivas nunca deja su papel de tía Chany. Por eso, lo que Orozco descubre en el camino resulta tan doloroso. Su tía no trabajó en la Fuerza Aérea, como siempre creyó la familia, sino que fue secretaria de Manuel Contreras en la DINA y fue parte de la temida Brigada Lautaro, responsable de torturas y asesinatos durante la dictadura militar.

Lo más sorprendente de El pacto de Adriana, que opera en varios niveles, es que sirve como una retrato íntimo de los que trabajaron para la dictadura y, en este caso específico, de los violadores de los derechos humanos. Adriana Rivas describe su paso por la DINA como los mejores años de su vida. Su relato resulta escalofriante por su liviandad. Lo que más la colma de orgullo es que ella, que era una secretaria ejecutiva bilingüe más, sin mayores contactos, pudo codearse con embajadores y presidentes, asistió a cenas en el Palacio Cousiño y a almuerzos con Pinochet y su familia. Y aunque ninguna de sus amigas y colegas de esos años quiso colaborar con Orozco, el documental también esboza desde las sombras un retrato de esas mujeres, todas miembros de la Brigada Lautaro, como Gladys Calderón Carreño, apodada el Ángel del Cianuro.

El documental también es la historia de una fractura familiar. Porque Lissette Orozco  finalmente confronta a su tía, que niega hasta el final haber participado en los horribles delitos que todas las evidencias y decenas de testigos le imputan. El documental llega a un punto muerto. Como lo reconoce la directora, quizá son otros los que tengan que encontrar más respuestas. Es un momento triste, el quiebre de un sueño, pero brutalmente honesto.

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