Por Marisol García Junio 16, 2017

Si es que es posible definirla como tal, la cantautoría “adulta” marca, respecto a la juvenil, diferencias de más recia identidad. Ya no se busca en tendencias amplias ni manifiestos colectivos el cauce de creación, sino que el músico confía en pulsos personales, sujetos a sus inquietudes y prioridades. El trayecto que hasta acá ha hecho avanzar a Fernando Milagros (1980),  con cinco álbumes solistas en diez años, delinea precisamente una personalidad distintiva, desplegada ya a sus anchas en su nuevo disco. En Milagros avanza un pulso (simétrico, como el del corazón), una voz (enfática, segura de lo que expresa) y palabras que el cantautor puede defender como propias, y a las que el auditor se asoma como recibiendo un convincente mensaje del que aprender. “Querido enemigo” anuncia, con coros y voz fuerte, una conquista (”querido enemigo, si no fuese por ti / yo nunca habría cantado / ¡Te doy las gracias por existir!”), tal como “Pedir robar pedir” recoge los malentendidos y lecciones en torno a lo que en la vida se toma, se pierde y merecidamente se gana. Es importante el dato de que este sea el primer disco en que Fernando Milagros no se asocia a un productor: su música ya está firme por sí sola en el universo de sus referencias y en su opción por un sonido regional de orgulloso latinoamericanismo. “Marcha de las cadenas” es una invitación emocionante, que sin mesianismo advierte la fuerza de un avance musical cuyo autor despliega con extraordinaria convicción, y que puede calificar entre las mejores canciones de proclama social hechas en Chile en los últimos años: “’No podrán, no podrán / apagar el canto, no podrán”. Concedido.

Relacionados