Por Alejandra Costamagna Mayo 26, 2017

Surinam, en Matucana 100. Hasta el 28 de mayo.

En estos días de polémicas literarias sobre posturas e imposturas generacionales (disparadas a partir de una entrevista al inoxidable Rafael Gumucio), la compañía Los Contadores Auditores aporta lo suyo y arrima, involuntariamente, al teatro en el debate. “Nosotros, de hecho, partimos como una respuesta al teatro más serio, con más sangre, más marceloalonsístico”, ha dicho el treintañero Juan Andrés Rivera, diseñador teatral y dramaturgo, creador del grupo junto a Felipe Olivares. Pero lo suyo no es provocación ni guerrilla. Es más bien una invitación a asumir seriamente el humor y el disparate en los montajes teatrales. Que la comedia no sea tampoco el lugar de la frivolidad y que se haga cargo, a su manera, de asuntos políticos y sociales que los inquietan como generación. Así lo han venido haciendo con apuestas como Karen, una obra sobre la gordura (2007), La tía Carola (2011), En busca del huemul blanco (2013) o La guerra de las matemáticas (2016). Y así lo hacen nuevamente en Surinam, presentada como parte del ciclo Teatro Hoy y de la celebración de los diez años del grupo.

Una banda musical de indios falsos en Europa, que reversiona canciones que van de Víctor Jara al grupo ABBA; alusiones a Game of Thrones, Breaking Bad, Friends, Harry Potter o The Walking Dead; rosados, verdes, calipsos y amarillos furiosos en muros, pelucas y vestuarios; estética orgullosamente kitsch: ése es el paisaje de este nuevo montaje. Y la trama parece ir corcoveando entre los estímulos visuales. Un muchacho llamado Sócrates, que vive pegado a la pantalla y trabaja subtitulando series en internet, inicia un viaje introspectivo en busca de su padre biológico, un supuesto ex guerrillero exiliado en Europa del que no sabe nada. Un viaje como un trip en ácido, con alucinaciones, metralletas, amores fallidos, falsos refugiados y excesos diversos. La propuesta de Los Contadores Auditores es siempre al límite, extremando las fronteras de lo real y abriendo espacios sagrados para el disparate. Una puede, de vez en cuando, quedar fuera de los múltiples referentes pop a los que aluden y cansarse un poco de la caricatura, pero la cosa no es grave. Porque el paso de un conflicto a otro es tan vertiginoso y el juego resulta tan descabellado y ocurrente, que muy pronto volvemos al fabuloso mundo de Los Contadores Auditores y viajamos con ellos hasta el mismísimo Surinam, si es allá donde ahora
nos conducen.

Relacionados