Por Yenny Cáceres Mayo 12, 2017

Una película puede ser un susurro o la esperanza para un género como la ciencia ficción, amenazado por la grandilocuencia de los efectos especiales y el imperio de las obviedades. Una película como Ex Machina puede ser al mismo tiempo una sorpresa y un desconcierto, puede evocar esa misma perplejidad que tuvimos cuando vimos por primera vez 2001: Una odisea del espacio.

Las grandes películas de ciencia ficción, desde la Odisea de Kubrick y el Solaris de Tarkovski, hasta Moon de Duncan Jones, siempre son un enigma. Y esa es la esencia de Ex Machina, una de las mejores películas de ciencia ficción del último tiempo, que nunca se estrenó en cines locales, pero que ahora está disponible en Netflix. Caleb Smith (Domhnall Gleeson) es un tipo tan pálido como solitario, programador de una empresa tipo Google, que es elegido para pasar una semana junto al dueño de la compañía, Nathan (Oscar Isaac), en un búnker perdido en unas montañas, lejos de todo y sin cobertura de celular. La inteligencia de Nathan es directamente proporcional a su arrogancia, porque en ese refugio minimalista y de diseño escandinavo, donde Nathan se emborracha cuando se le da la gana y contempla un cuadro de Pollock como quien se mira en el espejo, se esconde un centro de investigación de desarrollo de inteligencia artificial. Caleb entonces tiene que aplicar el test de Turing, para medir la inteligencia de las máquinas, a Ava (Alicia Vikander), una robot que es la última creación de este pequeño dios que es Nathan.

El director de Ex Machina es el británico Alex Garland, el mismo que a mediados de los 90 se volvió un autor de culto con La playa, una novela sobre mochileros en el sudeste asiático que fue llevada al cine por Danny Boyle y con Leonardo DiCaprio como protagonista, y que convirtió a una pequeña playa de Tailandia en un lugar de peregrinación para miles de turistas. Garland tenía apenas 26 años y ese éxito fue una maldición. Siguió escribiendo, pero dejó la literatura y se volcó a los guiones, en Exterminio, dirigida por Boyle, y en la adaptación de la novela de Kazuo Ishiguro, Never let me go.

Su redención llegó con Ex Machina, un proyecto tan personal como fascinante, en el que Garland no sólo escribió el guión, sino que también hizo el diseño de Ava, dibujó el storyboard y, por primera vez, se lanzó como director de cine. No podía haber tenido un mejor debut. Ex Machina es tan delicada y misteriosa como la bella Ava. Es una historia de amor imposible, donde Ava nos recuerda a Rachael, la replicante de Blade Runner, o a la voz hipnótica de Scarlett Johansson en Her, pero también es una metáfora sobre la conexión en estos tiempos en que estamos cada vez más jodidamente (des)conectados.

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