Por Alejandra Costamagna Abril 28, 2017

Ópera. Ciclo Teatro Hoy. Sala Agustín Siré, hasta el 6 de mayo.

“Bienvenidos a la ópera”, dice un hombre vestido de negro y nos hace entrar a una sala desprovista de butacas y escenario. Una especie de galpón en penumbras con un techo altísimo, del que cuelgan ocho maniquíes ataviados con prendas que los cubren a medias: ponchos, mantas, gorgueras. El hombre de negro nos invita a recorrer el espacio y dejar nuestros bolsos en los costados. No somos más de cuarenta personas y entre nosotros hay también integrantes de la compañía Antimétodo, quienes, bajo la batuta de la actriz, dramaturga y bailarina Ana Luz Ormazábal, dan vida a Ópera, una performance escénica que fusiona música, teatro e instalación, pero que también cruza temporalidades y fronteras entre lo real y lo ficticio.

A partir de una investigación sobre la historia de la ópera en nuestro país, el grupo recrea fragmentos de Lautaro, pieza del compositor chileno Eliodoro Ortiz de Zárate, escrita en italiano y en español, que fue estrenada el 12 de agosto de 1902 en el Teatro Municipal de Santiago. Ahora, más de cien años después, los sucesores del grupo lírico italiano Pantanelli intentan remontar el espectáculo, y en este ejercicio ponen en evidencia no sólo la visión estereotipada sobre los pueblos originarios, sino también el carácter elitista de la disciplina. Cada integrante del grupo se ubica bajo un maniquí y habla en un italiano chapurreado sobre el espectáculo que vendrá a continuación. Guacolda, Lautaro, Pedro de Valdivia, el rey de España: a ellos veremos luego en cuadros que van desde la imagen congelada de una escena de violencia, con vocalizaciones corales de fondo, hasta la vuelta a un tiempo distorsionado en el que Isidora Zegers, una de las fundadoras del Conservatorio Nacional de Música, se pasea como anfitriona y nos invita a beber champagne y hablar sobre el sentido de una ópera mapuche.

Somos espectadores, somos partícipes de la impostura y la hibridez. En adelante no sólo habrá cruces de temporalidades sino también de lenguas y representaciones posibles: el grito de ¡marichiweu! resonará al ritmo ampuloso de la ópera Nabucco, de Verdi. Y se nos invitará a bailar un vals en el medio de la pista, entre las sombras de los indígenas aplastados y la heredada pompa aristocrática, entre la rebelión mapuche y el orgullo patrio de la conquista: justo en la esquina entre las artes vivas y la pose absoluta.

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