Por Nicolás Alonso // Fotos: Víctor Ruiz Abril 7, 2017

Por esta sala pasó la historia. Sobre estas tablas, ahora desiertas, una dramaturga llamada Isidora Aguirre estrenó un musical que se llamó La pérgola de las flores un sábado de abril de 1960. En algún rincón entre estas 213 butacas, ahora vacías, un director llamado Víctor Jara observó en 1969 el montaje de su Antígona. Esa noche un grupo de actores que se llamaban Héctor Noguera, Liliana Ross y Alfredo Castro dieron sus primeros pasos. En este escenario sencillo montó sus obras la compañía Teatro de Ensayo de la Universidad Católica. Aquí demostraron de qué estaban hechos dramaturgos que se llamaban Jorge Díaz, Sergio Vodanovic, Juan Radrigán.

Ese tiempo se perdió, pero algo queda en esta sala oscura, en estas paredes viejas que todavía están en pie en el primer piso del edificio del Círculo de Periodistas, a unos cuantos metros de la Torre Entel. De las 23 salas de teatro que existían en el centro un siglo atrás hoy sólo quedan dos, y nadie sabe bien cómo esta, la del Teatro Camilo Henríquez, sobrevivió. Sí que en el camino mutó en otras cosas: en un teatro supeditado al Ministerio de Educación durante la dictadura; en un centro de reuniones evangélicas durante los 90; en un teatro más bien de aficionados y estudiantes en el nuevo milenio. Pero hace dos años su dueño, el Círculo de Periodistas, contrató al dramaturgo Ramón Griffero y le encargó una misión difícil: retroceder en el tiempo y volver a convertir esta sala, entonces sin butacas, en el escenario imprescindible que fue durante los 60.

El fin de semana pasado, la actriz Paulina Urrutia, que revivió sobre sus tablas La amante fascista, la obra maestra de Alejandro Moreno, quiso contar parte de esa historia: al final de la función hizo un tour guiado para el público por la taberna y los viejos camarines del teatro. Este sábado y domingo lo hará otra vez, y probablemente lo siga haciendo a fin de mes, cuando vuelva otra vez al Teatro Camilo Henríquez para hacer funciones de 99 – La Morgue, de Griffero. Luego la sala presentará Croma, de David Atencio, La trágica agonía de un pájaro azul, de Carla Zúñiga, y Romeo y Julián, de Carlos Urra. Para entonces, la idea es que la taberna que hay en el subterráneo del lugar, alguna vez bohemia, funcione como bar para el público que asista a los montajes.

Todo en esa cantina, que lleva 61 años funcionando bajo el teatro, parece detenido en el tiempo: las lámparas de cobre antiguo, las imágenes de montañas y mares detrás de la barra, desteñidas por las décadas. También los retratos en blanco y negro que adornan las paredes, de los periodistas que frecuentaron el lugar: Patricia Verdugo, Tito Mundt, Julio Martínez. En la cocina, Ceferino Tromilén, el hombre mapuche que lleva cuatro décadas a cargo del lugar, dice que no hace mucho las noches aquí abajo solían durar hasta muy tarde. Los periodistas de los diarios, que aún tenían sus salas de prensa en el centro, bebían y jugaban cacho bajo una nube de humo. Hoy a la taberna sólo se llena de gente durante los almuerzos, oficinistas que comen y se van.

Pese a las remodelaciones, en un rincón del salón hay una mesa que el Círculo de Periodistas ha querido conservar intacta: es el lugar en donde estaba sentado el periodista Guillermo Gálvez, la noche de 1976 en que la DINA se lo llevó y lo hizo desaparecer. Las ocho sillas que se mantienen de esa época quedarán en torno a esa mesa.

La primera vez que Ramón Griffero se presentó en el Teatro Camilo Henríquez fue como director de Cuento de Invierno, de Shakespeare, en 1991. Poco después el espacio desapareció del mapa teatral chileno. Un cuarto de siglo después, mientras se hace cargo de su refundación, cree que la sala es un puente fundamental para unir el pasado y el futuro de la dramaturgia chilena.

—Este teatro fue el portavoz de toda la dramaturgia chilena que consideramos clásica, y paradójicamente vuelve para generar la cultura de mañana —dice Griffero—. Es bonito eso, que un lugar que fue un centro de arte en su tiempo, que reflejó el espíritu de una época y dejó un patrimonio para el país, vuelva. Eso sucede muy pocas veces.

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