Por Marisol García Febrero 10, 2017

Até pensei que fosse minha, de António Zambujo.

No tiene para qué Chico Buarque a estas alturas pagar favores ni fingir amabilidad. Si va y se aparece en el disco de otro cantautor es porque su música de verdad lo convence. Cuando, por lo tanto, uno repara en que es su voz esa junto a la del portugués Antonio Zambujo —un músico del que lo separan un océano y 31 años de edad— es como si certificara públicamente la valía del talento a su lado.

Hace años que la atención hacia Zambujo es merecida. Van ya seis preciosos discos suyos (grabados en Portugal, nada difundidos en Chile) y este nuevo, Até pensei que fosse minha, resulta igual de cautivador que los demás. Es, sin embargo, el primero de sus discos sin composiciones propias: los dieciséis títulos son temas de, precisamente, Chico Buarque, a la manera de un homenaje. No hay grandes éxitos del carioca —quizás la más conocida es “Cálice”— ni se busca recrear la sonoridad agitada o multiinstrumental de las grabaciones originales. Zambujo traduce a la austeridad de la tradición musical portuguesa una selección que él elige cantar con quietud, apoyado en los timbres precisos de, sobre todo, guitarra y clarinete.

Se insiste en presentar a este cantautor nacido en el pueblo de Beringel (1.301 habitantes, según Wikipedia) como otro exponente joven del fado, pero su deuda con la bossa nova y otras corrientes brasileras es en su música tanto o más evidente. Caetano Veloso dijo hace un tiempo que António Zambujo “está haciendo en la música portuguesa algo parecido a lo que hizo João Gilberto con la brasileña”. Ahí va otro padrinazgo apabullante. Que perderse el brillo en curso de un músico así de inspirador y respetado no sea por falta de buenas recomendaciones.

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