Por Patricio Jara Enero 13, 2017

La séptima función del lenguaje, de Laurent Binet.

En 2009, el francés Laurent Binet saltó al primer plano internacional con su novela HHhH, la cual reconstruye el atentado a Reinhard Heydrich, jefe de la Gestapo, ocurrido en Praga a mediados de la Segunda Guerra Mundial. Ahora Binet regresa con La séptima función del lenguaje, historia policial elaborada a partir de la muerte de Roland Barthes y con personajes y escenarios que son el epítome del mundo académico e intelectual de los años 70 y 80.

Recién llegada a librerías nacionales, la novela ha generado una fuerte controversia por la forma como Binet aborda los personajes que rodeaban a Roland Barthes: los célebres teóricos no sólo se envidian y se pelan y tienen la lengua llena de veneno, también sufren problemas domésticos, ven televisión en calzoncillos, se rascan impúdicamente y varios viven clandestinamente su sexualidad mientras en las calles los años 80, los 80 de Mitterrand, comienzan a despuntar.

—Su rostro como presidente recién electo en la pantalla del televisor es mi primer recuerdo político —dice Binet desde Francia—. Cuando seguí la campaña de François Hollande en 2012 con la intención de escribir un libro, esa imagen me ayudó a recrear la atmósfera política de mi crónica y también de esta novela.

—¿Es posible que haya hoy en Francia otro político como Mitterrand?
—La elección de Trump demuestra que todo es posible: lo peor, aunque también lo mejor. Uno nunca sabe.

—¿Cómo fue el regreso a la escritura luego del éxito de tu primera novela?
—Fue bastante paso a paso. No quise forzar mucho las cosas. Digamos que dejé que viniera la idea y comenzara a crecer. Aunque debo decir que el éxito de HHhH me dio algo muy valioso: tiempo. De lo contrario, no había forma de lanzarme a escribir otro libro.

—Tu novela grafica los años 80 a partir de sus personajes icónicos más que de hechos. Así como Barthes y Foucault, también aparecen los tenistas Ivan Lende y Björn Borg, e incluso Bono y Bon Scott. A veces un apellido basta como adjetivo.

—Sí, tal como cuando dices Cortés y Malinche estás mencionando nombres elementales de toda la historia de Latinoamérica. Lo interesante de la Francia de los 80 fue la cantidad de malentendidos y confusiones que hubo: nosotros creíamos que Mitterrand iba a ser la respuesta para ese tiempo, pero estábamos equivocados. Los nombres clave de esa era, y que no ha terminado del todo, fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Es algo parecido a lo que hubo en los 70: ustedes pensaron que sería el tiempo de Allende y, en cambio, tuvieron a Pinochet.

—Antes de novelista fuiste profesor universitario. ¿Cómo crees que las nuevas generaciones leen a los teóricos protagonistas de tu novela?

—Al menos en Francia es todo muy raro. Conocemos muy bien y aún leemos a Saussure, Jakobson, Barthes y Todorov, o digamos a Lacan, pero no estudiamos mucho a Deleuze, Derrida ni incluso a Foucault... mucho menos que en las universidades de EE. UU. Los que leen a los teóricos franceses en Francia son bastante outsiders para el estándar académico.

—Una palabra clave en tu libro es interpretación y arriesgas bastante en la primera línea cuando dices: “La vida no es una novela”.

—Ah, bueno. Pero debes leer esa línea seguida de la que viene: “Al menos eso es lo que a ustedes les gustaría creer”. Pienso que así se logra una buena manera de entrar en la historia que cuento.

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