Por Yenny Cáceres Enero 27, 2017

Toni Erdmann, de Maren Ade.

¿Eres realmente humana?, le pregunta en un momento Winfried a su hija Inés, una exitosa ejecutiva que dejó Alemania para vivir en Bucarest en la impredecible Toni Erdmann. Inés es una mujer de estos tiempos. Autosuficiente, tiene un amante ocasional, se desvive por su trabajo y tiene como próxima meta su traslado a Shanghái. Es un mundo tan perfecto como frágil.

Dirigida por la alemana Maren Ade, Toni Erdmann —candidata favorita a los Oscar en la categoría de Mejor Película Extranjera— es una película que en sus casi tres horas de duración pasa del drama a la comedia de la mano de un protagonista desconcertante y enigmático. Porque Winfried (Peter Simonischek) es el opuesto de la fría y calculadora Inés (Sandra Hüller). Winfried viene de vuelta y sabe que la vida pasa rápido y que lo que queda, lo que perdura, son algunos pequeños grandes momentos. Es un tipo con un sentido del humor que descoloca a muchos y que, espantado ante el frenético ritmo de trabajo de su hija, decide irla a visitar a Bucarest justo antes de su cumpleaños.

Lo que viene será una tortura para Inés. No sabemos si su padre la quiere avergonzar, provocar o simplemente despertar de su vida de autómata. Inés, por supuesto, al final estalla, ya sea cantando “Greatest Love of All”, de Whitney Houston o en una delirante fiesta de cumpleaños.

Sin estridencias y con una humanidad que sobrecoge, Toni Erdmann es una película que se va develando de a poco, en que el espectador acompaña a la par a Inés en este proceso. Una película sobre el amor más grande, de los padres a los hijos, con momentos que rozan la epifanía.

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