Por Alejandra Costamagna Diciembre 9, 2016

“El cuerpo de  mi padre”: hasta el 15 de diciembre en Teatro Mori Bellavista.

“Tengo tres hijos. Uno me pidió que hiciera esto”, dice Miguel Paredes sobre el escenario. Su hijo es el dramaturgo Pablo Paredes y “esto” es El cuerpo de mi padre, una obra que tiene a dos padres y dos hijos en escena. La segunda dupla la forman la actriz Ingrid Isensee y su padre, Carlos Isensee. Los dos padres, con el pelo largo y canoso, están de pie junto a una mesa con un tablero de ajedrez. Frente a cada uno hay un atril con el texto escrito por los hijos, quienes ahora se ubican a un costado, como vigilando la escena. Los cuatro, coordinadamente, irán pasando las páginas de este montaje documental, anclado en lo biográfico, que aborda asuntos que van de lo doméstico a lo existencial. Desde la experiencia política a las creencias religiosas (“En Chile todos son católicos, aunque uno no crea en Dios”, dirá uno de ellos). Desde la decisión de dejarse el pelo largo tardíamente hasta la existencia de los ángeles y su vuelo.

El nudo central, sin embargo, estará en las reflexiones acerca de la filiación y la paternidad. Los hijos de esta obra no tienen hijos. Habrá un momento en que ellos sacarán la voz y abrirán las preguntas: “Padre, ¿cantar es como llover? ¿Se puede cantar cuando hace frío?”. La respuesta será una que sólo pueden dar quienes vienen de vuelta: “Hijo, o uno canta o es canción. No se puede hacer las dos cosas”. Pero hay otra pregunta que quedará resonando como un estallido sordo en la sala: “Padre, ¿los hijos pueden tener hijos o explota todo?”. El cuerpo de mi padre es un texto de resonancia poética. Y el resultado es un montaje íntimo, que destaca sobre todo por la espontaneidad de los protagonistas. Dos hombres que no son actores profesionales, que se representan a sí mismos y se entregan al pánico escénico porque sus hijos han escrito un texto para ellos y ahora los dirigen en un terreno nuevo: como si estuvieran enseñándoles a leer o a caminar. Y porque esto, a fin de cuentas, más que una obra tradicional de teatro, es un ejercicio de la memoria.

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