Por Yenny Cáceres Diciembre 2, 2016

“Estación Zombie”, de Yeon Sang-ho.

Esta es una película de zombis que no tiene desperdicio y para ver sin culpa alguna. Estación Zombie viene a confirmar que la grandeza del cine coreano no se limita simplemente a directores premiados, desde Park Chan-wook (Old Boy) a Hong San-soo (Night and Day), sino que también es una cualidad que se expande al cine de género, como ocurrió hace unos años con The host, una película de monstruos que era un prodigio.

Ahora es el turno de Estación Zombie, que llega con el cartel de la película más taquillera en la historia del cine coreano (hizo casi 900 mil espectadores el día de su estreno), y que a su vocación masiva suma esa actitud al límite, casi punk, que sólo las películas coreanas tienen. A no engañarse: acá hay sangre, peleas, adrenalina, muertos, y cientos y cientos de zombis.

Todo ocurre dentro de un tren de alta velocidad que va desde Seúl, la capital de Corea del Sur, hasta Busan, en un recorrido de 400 km que se convertirá en una pesadilla. En el tren viaja un padre absorbido por su trabajo, que intenta recomponer su relación con su pequeña hija. A último momento sube una mujer infectada por un virus desconocido que de a poco irá contagiando al resto de los pasajeros, que van descubriendo con horror que la plaga de zombis azota a todo el país.

Dirigida por Yeon Sang-ho, director que ya se había hecho un nombre en el circuito con cintas de animación pero orientadas a un público adulto, Estación Zombie no se gasta en las típicas —y agotadoras— explicaciones de una película gringa. Poco y nada sabemos del origen del virus, básicamente porque a Sang-ho le importa un carajo.

Lo que sí le importa es mostrar otras cosas. Por ejemplo, la paranoia desatada y la falta de solidaridad entre los pasajeros por cuidarse del otro, del que está infectado, que está en la base de las lecturas políticas asociadas a la figura del zombi, en que su aparición es una alegoría de una sociedad que desconfía del extranjero, o como ha estado en discusión en el mundo y en Chile en los últimos días, del inmigrante.

Los zombis sacan lo peor de la sociedad, parece decir Sang-ho, que también las emprende contra el capitalismo tardío, encarnado en este padre, alto ejecutivo de una empresa de inversiones, del dinero fácil, como le reprocha otro de los pasajeros, pero sin tiempo para los afectos y que llega con un regalo repetido para su hija el día de su cumpleaños. Esta será su oportunidad de reivindicarse, de convertirse en un héroe para su hija, aunque tratándose de una película coreana tampoco podemos esperar que este esfuerzo no tenga sus costos adicionales. Pero todas estas lecturas vienen después que Estación Zombie termina. Antes, nos quedan por delante dos horas endemoniadamente adictivas y sin respiro.

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