Por Alejandra Costamagna Octubre 7, 2016

“Hija de tigre”, en el Teatro La Memoria. Hasta el 8 de octubre.

Así como los mapas no son el territorio, las fotografías no son la realidad. Y los padres no son las figuras heroicas e imbatibles que imaginamos cuando niños. O lo son, pero sólo si entendemos ese heroísmo como una construcción de la infancia que al hacernos adultos va dejando asomar sus zonas grises.

En Hija de tigre, séptima obra de la compañía La Laura Palmer, las imágenes de la paternidad aparecen como pliegues de un mapa difuso, rastros suspendidos que de pronto adquieren movimiento al ser estimulados por las preguntas del presente. Quienes interpelan estos recuerdos son tres mujeres (Daniela Jofré, Ebana Garín y Carolina Díaz) que se instalan en el escenario e intentan hallar, frente a nosotros, las piezas que les permitan cuestionar los tradicionales roles asignados a la paternidad desde sus experiencias biográficas. Hijas que intentan comprender los abandonos de los padres, sus urgencias de perfección o incluso sus muertes. Familias diversas, que experimentan sus conflictos en sordina, desintegradas por el deber ser.

Tal como en las últimas obras de la compañía, la construcción de las historias toma lo biográfico como principal soporte dramático. Y a esto suma materiales de archivo, documentos, fotografías, objetos, proyecciones, cámaras y testimonios a micrófono abierto de las tres performers para ir trazando los mapas de sus biografías personales e históricas al mismo tiempo. A diferencia de las obras anteriores, dirigidas por Ítalo Gallardo, ésta es la primera vez que Pilar Ronderos asume la dirección.

Y si bien el montaje luce algo menos espontáneo que la reciente Los que vinieron antes, por ejemplo, cuyos protagonistas eran los abuelos de Gallardo, la experiencia es igualmente conmovedora y envolvente. Una de las hijas busca al padre perdido hasta dar con él en un barrio lejano, otra ayuda al padre a desprenderse de la ilusión de la “familia perfecta”, y una tercera observa con tristeza cómo una hormiga entra en la boca del hombre que lleva su sangre y que ahora ha dejado de respirar. Estos tigres, estos padres, no se irán de sus cabezas.

Pero estas hijas no han venido a petrificarlos, sino a abrir posibilidades de entender sus historias —que son también las historias del Chile de los últimos treinta o cuarenta años— para entender quiénes son ellas mismas en el presente.

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