Por Alejandra Costamagna Agosto 19, 2016

Enrique Lihn, en los años ochenta, lo decía así: “El trabajo del Teatro Fin de Siglo insiste en un discurso desesperanzado y sentimental, algo de morboso, punto de contacto con ese invocado fin de siglo que combinó la anarquía, el eclecticismo, el catastrofismo y la efusión en el decadentismo y el simbolismo”. Tres décadas más tarde, con Lihn ausente y ya en otro siglo, la compañía fundada por Ramón Griffero vuelve a la carga con una de las obras más agudas de su tiempo: 99 La Morgue, un montaje en el que Chile aparece como un gran depósito de cadáveres. La metáfora que operaba en dictadura, bajo estado de sitio y con la muerte a la vuelta de la esquina, hoy resuena con otros ecos. Ya no es el sitio del horror, pero funciona igualmente como un lugar anestesiado, atrapado en silencios quirúrgicos. Sin la asfixia ochentera de por medio, es posible detenerse en la indudable vigencia artística de esta obra, estrenada en 1986. En este remontaje volvemos a apreciar los cuadros plásticos articulados por Griffero con la brillante contribución de Herbert Jonckers, que armó la escenografía original en la sala El Trolley. A esto se suman los aportes actuales de Javiera Torres, Guillermo Ganga y Alejandro Miranda, que hacen lo suyo desde el diseño, la iluminación y la música en el remodelado Teatro Camilo Henríquez. Verónica García-Huidobro (la única actriz del elenco original), Paulina Urrutia y Carmina Riego sobresalen en sus diversos registros y roles, que van desde la chica romántica a la prostituta, la anciana desmemoriada o una Antígona atemporal. Así pasamos de la festividad religiosa al carnaval prostibulario, de la tortura y la necrofilia a la parodia de un país vislumbrado como una “pobre colonia”. Del Chile de los ochenta al futuro vaticinado, que hoy es nuestro presente. Griffero mezcla dimensiones y estéticas para sacudir al espectador pasivo. Lo decía Enrique Lihn en su momento: “Se trata a la vez de un trabajo concienzudo, meritoriamente distinto al que realiza en general el teatro chileno comprometido”. Hoy los sucesores de ese “teatro comprometido” adoptan otras coordenadas y encuentran nuevas formas artísticas. Pero indudablemente Griffero y su Fin de Siglo arrojaron acá las primeras piedras.

En el Teatro Camilo Henríquez. Hasta el 4 de septiembre.

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