Por Alberto Fuguet Julio 15, 2016

Hay muchos factores que hacen a Roadies, la nueva serie de Showtime, “interesante”. Partiendo por su creador: Cameron Crowe intentando redimirse. ¿Podrá? ¿Es posible zafar de una identidad? Dicho de otra manera: ¿hay manera de que alguien que abusó de su marca registrada pueda reinventarse sin desviarse del todo de su origen?

Crowe vuelve al ataque no con un thriller político o un wéstern o una serie de terror gótico sino con sus ingredientes de siempre: gente linda algo a la deriva, el rock and roll como religión, y el amor que al final todo lo puede. Roadies es, por un lado, todo lo que no se atrevió a colocar en la muy “todo espectador” Casi famosos, extraño film que alguna vez amé, aunque hoy dudo de sus cimientos. ¿Es posible una cinta de rock sin sexo o drogas? Casi famosos era tan inspirada y linda, que uno no se daba cuenta de sus fisuras, pero poco a poco la obra de Crowe se volvió una gran cicatriz donde lo único que se veía era la fórmula.

Roadies tiene algo de sexo, algo de drogas y mucho rock. Todo lo que no tiene Casi famosos, pero le falta ese aspecto autobiográfico. Es linda la idea de no centrarse en las estrellas sino en los que están bajo el escenario. Es, de hecho, una gran idea, pero no basta. Crowe parece más adulto, menos traumado con la idea de tener que ser amable, pero aún así la historia no cuaja y por momentos parece que el problema de Crowe viene de fábrica: su mirada de la vida no es compatible con el drama.

Hay un poco de morbo en ver Roadies, una serie con buenos actores (Luke Wilson, la gran y generosa Carla Gugino) acerca del submundo de los roadies, es decir, el equipo técnico que acompaña a las grandes bandas de rock en sus giras. También es respetable el innegable deseo de Crowe de ser parte de una tradición literaria-cinéfila-musical intensamente americana: la del camino. Esta es una serie on the road, pero acá Kerouac no se sentiría del todo cómodo. Hay barbas, hay ropa usada, hay una chica lesbiana, hay otra chica cinéfila que se mueve por los pasillos de las arenas más famosas en skate, pero a estos dientes les falta filo. La serie tiene sus méritos, y en caso de haber sido dirigida y/o creada por otro showrunner capaz que hubiera saltado de interesante a curiosa, pero acá el adjetivo que ronda y circula como un fantasma es cameroncroweniano que, es cierto, no es un adjetivo, pero sí una marca.

Quizás ya todos saben lo que implica una cinta de Cameron Crowe: hombres sensibles y dañados, chicas lindas retromaníacas que intentan salvar a estos tipos congelados, una banda sonora perfecta, estética linda tipo Instagram, sonrisas de dientes perfectos y tanta, tanta música, que al final uno duda si a Cameron Crowe le interesa el cine o los clips. Ahí tenemos a la extraviada y casi plagio Elizabethtown; la inútil Un zoológico en casa; la kitsch y desdentada Aloha. El responsable de hits que hoy dan ganas de revisar como Jerry Maguire claramente se extravió. Crowe hizo un libro de entrevistas con Billy Wilder, pero al parecer no aprendió mucho de esos encuentros: en el cine de Crowe no hay mala fe ni sarcasmo; todo es tan plácido como tomar malteadas de leche de soya con helados de naranja-jengibre. Lindo, pero intercambiable. Y absolutamente innecesario.

“Roadies”, de Cameron Crowe.

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