Por Alberto Fuguet Enero 15, 2016

Este inmenso (en todos los sentidos) libro (¿novela gráfica?, ¿memorias ilustradas?, ¿cómic literario?) del ilustrador y diseñador gráfico y ahora escritor Gabriel Ebensperger es cosecha 2015, pero debería figurar bien arriba en los libros importantes (claves, rupturistas, inolvidables) de este año. Esto es literatura con L mayúscula. Gay Gigante fue escrito-dibujado desde la república del tono menor y una extraña melancolía: festiva, irónica, acertada, frontal, acaso queer, pero más que nada no-tan-gay a pesar de ser gay (gay significa alegre, pero también puede ser verlo todo con demasiada sensibilidad y una cuota no menor de soledad). Este diario de vida autobiográfico está lleno de ironía, humor, inteligencia y espesura poética, además de estar anclado en la cultura pop universal, tanto la específicamente gay (Raffaella Carrà) o apropiada (el mismísimo Festival de Viña).

No cabe duda que Ebensperger dibuja y recrea lo que vivió. En una cultura poco dada a la memoria (donde las autobiografías aparecen post mortem en formas de diarios), este glorioso libro de un joven tímido y algo solo (basta mirar la viñeta que hace de “foto del autor”) indaga con lápices Sharpie en su infancia, niñez y adolescencia. Así, este libro (sí, eso es: un libro, recuerdos-como-fragmentos, remembranzas proustianas en clave pop) es más susurrado y hasta el rosado que invade todas sus páginas es más melancólico que estridente. Por momentos (muchos), el rosa (todo el libro usa las gamas de ese tono) se transforma en una suerte de gris: todo lo que ve este niño que fue y este adulto-joven (el llamado Gay Gigante) es francamente oscuro y si no fuera contado con la distancia y el humor sería algo quizás intolerable de leer. En efecto, el rosa que inunda cada una de sus páginas es al final una manera más linda de ilustrar el gris de la soledad o incluso el negro del miedo.

La técnica de Ebensperger no es preciosista ni detallista, sino que posee una simplicidad que une a los maestros japoneses con Snoopy. Esto lo libera y le permite la posibilidad de narrar momentos acaso inenarrables si utilizara la prosa o incluso la cámara (el primer orgasmo, gentileza de Dave Duchovny de Los Expedientes Secretos X).

Quizás el hecho que Gay Gigante (notable la idea de usar el tamaño como metáfora de no poder pasar desapercibido; lo gigante como sinónimo de raro) esté más dibujado que escrito es lo que lo hace soportable y cercano a lo no dicho. Este cómic es literatura porque conecta con el disco duro del lector que alguna vez se ha sentido distinto (da lo mismo en qué). A diferencia de la clásica y quizás inagotable trama de la “salida del clóset”, lo que este delicado libro intenta es algo pocas veces visto: el ingreso a uno. Las partes más emotivas y potentes son los recuerdos de un niño que empieza a captar que es distinto y hasta reza para que Dios lo cambie. Ebensperger no goza tanto el presente; como buen artista, sigue herido con lo que le tocó padecer al comienzo. Gay Gigante es, como lo dice, una historia sobre el miedo. Y eso es: un pavor gris-rosáceo desde la provincia y desde adentro de una pieza. Un libro duro, triste, chileno, solitario, nublado, pero finalmente esperanzador y libre, que es obra de una sensibilidad compleja y misteriosa, alguien que ha tenido la bendición de ser distinto, pero que también no olvida y que aún carga con la sensación de ser un extraño.

“Gay Gigante”, de Gabriel Ebensperger.

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