Por Alberto Fuget Octubre 9, 2015

Esta fascinante y adictiva (ya lo sé, siempre se usan o uso o se recurre a esos adjetivos, pero igual funcionan, son ciertos, aunque como dice el editor y columnista Álvaro Matus no implican calidad y sí, tiene razón, las series o la TV-en-serie tiene algo de serialidad, de comer y comer y saber y saber y de escapar y todo eso y sí, es cierto) miniserie documental de HBO en seis capítulos vale la pena verla por cuatro o cinco razones, una de ellas es para saber qué diablos es una miniserie documental.

Respuesta: un documental de más de seis horas con algo de reality y toques de ficción y un deseo de morbosear y contar algo casi-no-creíble, pero también de testear los límites del documental, de llevar el ensayo personal a otro nivel y, lo que es más cuestionable, pero no por eso menos voyerístico, el deseo de hacer justicia con tu propia cámara (la moral Michael Moore al final hizo escuela).

En La maldición: La vida y muertes de Robert Durst (gran título y, de alguna manera, verídico), el documentalista Andrew Jarecki intenta llevar la sensibilidad sensacionalista de tabloide a otro nivel, mientras lucha por liberar el documental investigativo del buen gusto y el sentido ético. De paso, cuenta una historia tan truculenta que deja a los reporteros del crimen como decoradores de interiores.

¿Es legítimo emboscar a un antipático y cascarrabias asesino que nació en el seno de una familia de ricos y que logró burlar a todos? Jarecki cree que sí, y el espectador ve con fascinación cómo este cineasta decide tomar la justicia por sus propias manos.

Durst estaba libre, pero nadie creía del todo que era inocente. Más bien estaba claro que era culpable, pero tuvo buenos abogados. Durst, un ser repelentemente mediático, lo sabe, y tiene esa seguridad que da el abolengo. Jarecki, por su lado —que hace más de una década hizo un estupendo documental, Capturing the Friedmans, sobre la pedofilia doméstica—, ya había contado la historia de este heredero neoyorquino, pero en clave melodrama, con Ryan Gosling y Kirsten Dunst. El resultado fue su debut en la ficción y All Good Things fue un desastre artístico, tan alambicado que no se creía. Y es que hay historias donde es mejor irse por el camino de la no-ficción.

Jarecki entendió eso y le dio rienda suelta a su obsesión por Robert Durst. Y es justamente la idea de la fama lo que cautiva a Durst para ayudar y ser sujeto de estudio de un documental que lo dejaría contar “su versión”. Todo es una trampa y Durst (que hizo que muchos cayeran de forma mortal) cae ante la vanidad.

El documental al final hizo que la justicia reabriera el caso porque ahora tenían una confesión filmada, pero son los detalles de los tres asesinatos y la forma de escapar y manipular a todos lo que lo vuelve insaciable. La maldición usa todos los recursos, juega chueco y no se contiene, pero lo hace sintiendo que es lo correcto. ¿Lo es? Quizás no. ¿Importa cuando el costo en diversión es innegable? Ambos tipos son pillos, lo que pasa es que uno es un asesino. La maldición remata a uno y deja al inocente manchado, pero entrega seis horas de bajezas y una mirada privilegiada hacia eso que se llama la banalidad del mal. Puro placer. Culpable, pero placer.

"La maldición", por HBO.

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