Por Gonzalo Maier Julio 29, 2015

Werner Herzog, el cineasta alemán, alguna vez fue caminando a visitar a una amiga que moría de cáncer. Escrito de este modo suena de lo más normal, pero ella vivía en París y él en Múnich.

Las cosas importantes, decía Herzog, debían ser resueltas a pie sencillamente porque el mundo fue hecho a escala humana. De un modo inesperado, Iain Sinclair, el escritor inglés, comparte y celebra esta declaración de principios. De hecho, su vida y su obra literaria se han convertido en una gran apología de la caminata.

Sin una gota de romanticismo, pero con varios litros de ironía, en La ciudad de las desapariciones (Alpha Decay) Sinclair pasea por Hackney, un barrio al norte de Londres, despotricando contra los grandes proyectos inmobiliarios, se burla de los turistas que arriendan bicis con logotipos de un banco, se quiebra la cabeza apuntando cómo las Olimpiadas terminaron por hacer de la capital inglesa una ciudad militarizada y, además, tiene tiempo para escribir un ensayo memorable sobre los perros pit bull y sus dueños.

En fin, ya lo decía Rousseau: caminar es sólo otra forma de pensar.

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