Por Diego Zúñiga Marzo 25, 2015

En un momento, Manuel Rojas anota en Pasé por México un día (1965), el diario que llevó mientras recorría el país azteca entre 1962 y 1963: “Nací y viví durante muchos años en barrios pobres (algunos, más que pobres, miserables) y por eso quizá me atrae la pobreza, su impresión, lo que sugiere y lo que puede sugerir”. Es 1962, lleva un par de meses recorriendo México, en un Austin, junto a Julianne Clark, con quien se acaba de casar en Ciudad Juárez  -ella tiene sólo diecinueve años, él sesenta y seis- y están viviendo algo parecido a una luna de miel. Se habían conocido unos meses antes, cuando Rojas daba clases en la Universidad de Washington y ella era una estudiante. Se habían enamorado desenfrenadamente y ahí estaban, recorriendo México, cuando Rojas se acuerda de la pobreza, recuerda su infancia, Chile, sus libros, y nos recuerda, de paso, por qué en un libro como Pasé por México un día -que ahora llega a librerías en una edición muy cuidada de Catalonia- lo que menos encontraremos es un diario de viaje tradicional: Rojas viene de otro lugar, y ese lugar ha determinado su mirada, su escritura.

Avanzamos entonces por estas páginas descubriendo un país fascinante como es México, pero bajo la mirada de un autor que no busca postales, sino que más bien trata de entender dónde está y quiénes son esas personas con las que compartirá un tiempo. Así, pasamos del desierto y la frontera, a la hipnótica Ciudad de México, mientras Rojas observa cómo el cielo no se ve por la contaminación, o se queda detenido en esas casas abandonadas que encuentra en el camino: escombros de la revolución mexicana. Imágenes de un país que Rojas va develando en toda su complejidad.

“Pasé por México un día”, de Manuel Rojas. A $14.500 en librerías.

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