Por Yenny Cáceres Marzo 11, 2015

¿Qué pasa cuando una mujer que siempre ha sido definida por su inteligencia y sus palabras comienza a perder esas palabras? Desde esa premisa está construida Still Alice, la película por la que Julianne Moore obtuvo ese esquivo Oscar que siempre mereció.

El mundo de Alice luce perfecto. Es una profesora de lingüística de la Universidad de Columbia, madre de tres hijos, que lleva una cómoda vida neoyorquina junto a su marido (Alec Baldwin). Hasta que cuando cumple 50 años comienzan las pequeñas alertas, esos olvidos inesperados, y finalmente le diagnostican Alzheimer. Lo de Alice es un Alzheimer temprano, que se gatilla en personas que aún están activas profesionalmente.

A diferencia de Lejos de ella, esa hermosa película de Sarah Polley que mostraba cómo un matrimonio de ancianos comienza a lidiar con el Alzheimer, acá el eje del relato es Alice. A ratos las figuras de su marido y de sus hijos parecen desdibujarse, a la par que los recuerdos de Alice se van esfumando. Pero todo se sostiene en la inmensa Julianne Moore, y así la película acompaña el deterioro de Alice paso a paso, deteniéndose en las sutilezas y los silencios, sin ningún morbo.

De vuelta al inicio. ¿Qué pasa cuando una mujer que siempre ha sido definida por su inteligencia y sus palabras comienza a perder esas palabras? No hay una única respuesta para eso. Lo más obvio es el deterioro cognitivo de Alice. En otro nivel, esa respuesta encierra un misterio mayor. Una respuesta que tiene ver con qué es lo que define nuestra identidad, qué nos hace únicos. Porque ése es el misterio mayor: cómo Alice comienza a perderse en sus recuerdos, a sumergirse en el arte de olvidar, y pese a todo, como sugiere el título de la película, sigue siendo Alice.

“Still Alice”, de Richard Glatzer y Wash Westmoreland.

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