Por Daniel Greve, crítico de gastronomía y vinos Febrero 19, 2015

Si no llegamos al postre es porque seguramente nos resulta empalagoso y excesivo, olvidándonos de que es el sabor final el más fino remate de una comida. Lo bueno es que lo dulce no necesariamente viene antecedido de lo salado, y esa cierta independencia ha sido explotada por nuevas chocolaterías y pastelerías. La con más pedigree es Hirondelle -golondrina, en francés-, una marca que quiso pasar por arriba de todo y volar más alto. Sus queques son a propósito poco dulces -sin ser anodinos-, húmedos y cargados de fruta exquisita, como el de damascos turcos y lavanda; sus tuiles -finas y frágiles galletas crocantes-, como la de maracuyá, una mezcla exacta de caramelo y fruta, con ese ¡crac! que no puede evitarse; sus macarons, de ocho sabores diferentes -desde vainilla de Madagascar hasta pistachos o chocolate blanco-, son perfectos en humedad y sabor; y los butter crunch toffee, de caramelo salado crocante con cobertura de chocolate belga, un vicio.

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