Por Alberto Fuguet* Mayo 30, 2012

La-película-americana-indie, esa cinta que suele debutar en Sundance, a veces tiende a ser una parodia de sí misma. Lo curioso del debut del cineasta Sean Durkin es que aquí indie tiene más que ver con independencia y un presupuesto acotado que seguir los duros dictámenes de la película-sólo-para-festivales. Martha Marcy May Marlene, quizás uno de los títulos más extraños jamás vistos, y que ya no llegó a nuestras pantallas, es una suerte de remix de Persona de Bergman fusionada con una estética Woodstock-hippie-retro. Para ser una película acerca de la mente, de lo que se guarda y se esconde, de los silencios que acarician y los silencios que aúllan, el filme logra una pátina de belleza y sensualidad que abriga el terror real de lo que sucedió. ¿Qué sucedió? Martha, la extraordinaria Elizabeth Olsen, la hermana menor de esas famosas mellizas que inventaron el segmento que ahora alimenta el Disney Channel, se tropezó con la gente equivocada. Nunca sabemos muy bien por qué termina viviendo en una comunidad de granjeros que siguen a un líder (el carismático John Hawkes) y poseen costumbres extrañas. Los de la secta le dicen que parece “una Marcy May”. El hecho de que toda chica que contesta el fono de línea fija debe responder que “es Marlene” suma a la esquizofrenia de identidades. ¿Quién es Martha? ¿Por qué aceptó ser otra? ¿Fue alguien? ¿Lo será? El filme es capaz de captar algo casi imposible: el terror del recuerdo, cómo lo cotidiano y lo trivial pueden hacer que alguien regrese al lugar del miedo. La cinta al final va de eso: ¿se puede escapar del pasado? ¿Dónde, en qué momento se deja de huir y se está en calma y todas las identidades se juntan y se hacen una? ¿Uno se hace a sí mismo o es la suma de casualidades, errores y ansias?

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