Por Gonzalo Bacigalupe* Abril 30, 2010

La obesidad en Chile afecta a cerca de cuatro millones de personas y causa enfermedades crónicas letales, como la hipertensión vascular, diabetes y varias formas de cáncer. Como consecuencia, el aumento en las expectativas de vida corre el peligro de revertirse debido a un estilo de vida que se apoya en la comida chatarra, una de las causas principales de esta epidemia.

¿Por qué la comida chatarra es nuestra enemiga si tantos la consideran sabrosa y barata? Los alimentos nos debieran nutrir, pero la comida chatarra provoca desnutrición debido a sus ingredientes de baja calidad y no provoca saciedad, generando una adicción invisible. El precio es bajo para el consumidor, pero tiene un alto costo para Chile debido a la mayor demanda por salud, el ausentismo laboral y las deficiencias en el aprendizaje escolar debido a enfermedades físicas y sicológicas causadas por la obesidad.

Los impuestos son una intromisión del gobierno en la vida de los ciudadanos y lo que uno consume es responsabilidad individual y familiar, postulan algunos. El otro argumento es el miedo de restaurantes, negocios y fábricas de alimentos de comida chatarra a pérdidas económicas. Ambas ideas tienen un asidero político y filosófico, pero no se basan en la realidad. Cuando Nueva York prohibió el uso de aceites saturados en la preparación de alimentos en restaurantes, con el consenso de científicos y salubristas, los que estaban en contra utilizaban los mismos argumentos ideológicos que se utilizan hoy en día para no estar a favor de los impuestos a comidas no saludables. De hecho, la prohibición en Nueva York no tuvo un impacto económico o político negativo; por el contrario, los consumidores en otras ciudades están demandando este tipo de medidas.

La obesidad es una enfermedad que aqueja principalmente a aquellos con menos recursos económicos. Una dieta variada, nutritiva, sin contaminantes, preparada con ingredientes frescos, y ajustada a las necesidades de cada persona está determinada por la clase social. La sociedad tiene un compromiso ético con los ciudadanos que tienen dificultades en acceder a una alimentación sana así como una responsabilidad fiscal. Para cumplir una tarea tan compleja, es responsabilidad del Estado invertir en la prevención en vez de gastar la mayor parte de los recursos en la cura de enfermedades producidas por la mala alimentación.

Los impuestos por sí mismos no necesariamente disminuyen el consumo de la comida chatarra, pero sí pueden solventar el apoyo de estilos de vida más saludables, por ejemplo, subsidiando el consumo de comidas sanas. Es lo que demuestran estudios en Canadá, Francia e Inglaterra. La opinión pública, no obstante, es reticente a este tipo de políticas, a no ser que sean dirigidas a los niños en edad escolar. Sin embargo, invertir en programas dirigidos a los escolares incide en las conductas familiares y disminuye la presión sobre el presupuesto familiar especialmente en las familias de bajos ingresos.

Es irreal pedirle a la mayoría de las familias chilenas que provean por sí solas a sus miembros de una comida libre de comida chatarra debido a los bajos ingresos, largas jornadas laborales y las horas de desplazamiento al trabajo. Si continuamos haciéndoles el quite a medidas públicas para disminuir la obesidad, corremos el riesgo de disminuir las expectativas de vida de las siguientes generaciones y de desbarrancar el sistema sanitario.

El impuesto a la comida chatarra es uno de los pasos necesarios para contrarrestar esta tendencia.

* Sicólogo de la UC y máster en Salud Pública en Harvard. Hoy es profesor de la U. de Massachusetts.

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