Por Yenny Cáceres Abril 30, 2010

En el inicio de Iron Man 2 vemos a Tony Stark, cual rock star, a la cabeza de su propio show y rodeado de una interminable fila de chicas que bailan ganosas. Son los signos que estallan, como anticipó Sarduy para explicar el neobarroco. Porque esto es puro espectáculo y exceso. Y porque Iron Man 2 es pura parodia. De los superhéroes, porque Tony Stark es un pragmático, un empresario orgulloso de haber privatizado la paz mundial, un héroe ególatra y políticamente incorrecto. De su némesis, Mickey Rourke, el ángel caído, el personaje-actor que regresa del inframundo para recuperar su sitial perdido. De la fantasía sexual masculina, con una Scarlett Johansson morena y que pega patadas. De los videojuegos, con esa carrera de autos en Monte Carlo que parece diseñada para la PlayStation. Del propio Robert Downey Jr., el actor problema, el ave fénix, que se emborracha y da jugo en la piel de Tony Stark, como seguramente el propio Robert se emborrachaba en sus peores años. Lo que en otro actor sería simple impostura, en Robert Downey Jr. es ironía a destajo. Porque si esta película funciona como una gran parodia y como un blockbuster destinado a arrasar la taquilla, sólo es posible gracias a la genialidad y al encanto irresistible de Downey Jr.

Relacionados