Por Álvaro Bisama Abril 30, 2010

Nabokov era el último sobreviviente de una lengua muerta y con esa dignidad magisterial se sentaba y leía sus apuntes frente a los alumnos. Años después se instalaría en su residencia suiza para sentirse un turista eterno y no abrir las maletas nunca más. Pero eso sería después, antes sería un inmigrante, el profesor de un colegio de señoritas norteamericano en el que su método pedagógico era leer siempre las mismas conferencias que había preparado hace tantos años. Ahí, en ese infierno hecho de tradición y detalles, se incubaba uno de los autores centrales del siglo XX, el mismo que se haría famoso después por escribir novelas sobre pederastas melancólicos o poetas desquiciados, todos -como él- europeos perdidos en América. Por lo mismo, su "Curso de literatura europea" resulta tan esencial: son anotaciones tan asombrosas como idiotas. Recién reeditado en una versión de bolsillo por Ediciones B, acá el hombre que despreciaba a Freud lee a Flaubert, Joyce, Kafka y Stevenson al modo de notas de clases para sus cursos en Cornell. Valen la pena. Vladimir Nabokov es un crítico formidable y también excéntrico. Así, al lado de un análisis detallado del profesionalismo de Homais (el boticario perverso y banal de "Madame Bovary") está un recorrido por la calles del Dublín del "Ulises" y un dibujo impagable de la anatomía de Gregorio Samsa. Sobre todos ellos, Nabokov planea desde una levedad que no impide la concisión pero también la soberbia: en el fondo, el autor de "Lolita" se está midiendo con sus autores predilectos, compitiendo a ser un lector a la altura de sus maestros y enemigos. No lo hace mal. A veces gana, incluso: en su "Curso de literatura europea" está la literatura como la última frontera de la nostalgia o la última ruina posible después de la catástrofe, el modo -terrible, maravilloso, personalísimo- de burlarse de todo el tiempo perdido de lo moderno.

* Escritor y profesor de literatura.

Relacionados