Por Yenny Cáceres Septiembre 12, 2009

Lo que pasó en isla Dawson es desquiciado: después del golpe militar, ministros y funcionarios de la UP fueron mandados a un campo de detención más al sur de Punta Arenas. Este episodio, con su enorme potencial dramático, es el material que sustenta Dawson, Isla 10, de Miguel Littin. Basada en el libro que escribió Sergio Bitar, el director opta por un relato coral, en que la figura de Bitar (Benjamín Vicuña) apenas es un testigo más. Pero también es una película discursiva, que se detiene con insistencia en mostrar imágenes del bombardeo a La Moneda y de la muerte de Allende. Cuando los discursos se apagan, surgen los mejores momentos de Dawson, Isla 10. Son las escenas en que vemos a estos hombres enfrentados a un destino incierto, pero obligados a inventarse una rutina para olvidar la pesadilla, ya sea estudiando alemán, celebrando Navidad o compartiendo un pan con mermelada con un uniformado. O cuando la angustia se encarna en el silencio, en la notable interpretación de Pablo Krögh como José Tohá. La épica que vivieron estos hombres no necesita de discursos ni de la mitología construida en torno a Allende. De lo contrario, el peso de la Historia, así con mayúscula, puede resultar sofocante.

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