Por Rodrigo Fresán Septiembre 5, 2009

Se puede pensar en la magnífica El ángel caído de William Hjortsberg (de 1978, llevada al cine por el siempre mediocre Alan Parker) como en el hito más o menos fundacional de un subgénero a denominar policial-satánico. Es decir: la figura del clásico detective duro y noir súbitamente trasplantado a comarcas donde el Diablo mete la cola.

Más de un cuarto de siglo más tarde, allí está la hasta ahora excelente trilogía de Michael Gruber y, sobre todo, aquí está John Connolly.

Cuando Connolly publicó en 1999 la formidable Todo lo que muere presentando al atormentado policía neoyorquino Charlie "Bird" Parker no sólo ofreció un thriller con subtramas como para alimentar varias novelas sino que, de paso, comenzó a insinuar lo que no demoraría en venir. Allí -sobreponiéndose al asesinato de su mujer y de su hija- ya se intuía algo que no se conformaba con ser otra serie de tipo torturado persiguiendo asesinos seriales.

Varias entregas más tarde, Parker retorna con The Lovers, donde comienza a explicarse el misterio de su origen y los alcances de su misión de avatar con espada flamígera y revólver caliente. Aquí, Parker -a quien se le ha retirado arma y licencia- se aburre trabajando como barman y entonces decide emprender otra investigación: resolver el enigma de por qué su padre asesinó a quemarropa a dos adolescentes y luego se quitó la vida tantos años atrás. Y, sí, The Lovers continúa siendo novela noir pero enrarecida por un paisaje en el que no faltan signos cabalísticos, espectros protectores de seres queridos, rabinos colaborando con organizaciones secretas de la policía norteamericana, un insistente y desafortunado periodista que comete el pecado muy mortal de intentar escribir una biografía no autorizada de Parker, una pareja de exterminadores ángeles demoníacos y -marca de la casa- detalladas descripciones de crímenes rituales que obligan a levantar la vista de la página para, enseguida, volver a bajarla y seguir leyendo. 

*Escritor argentino.

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