Por Patricio De la Paz Agosto 5, 2009

Shanghai es enorme y llena de contrastes. Fina y callejera. De sofisticados hoteles y mercados de fritanga al aire libre. De tiendas de marca y diminutos locales con menú sólo en mandarín. Una ciudad que se quiere o se odia. Y donde aconsejan llevar de antemano una lista de imperdibles. Yo tenía la mía cuando llegué: navegar el Huangpu, caminar por el histórico Bund, subir al famoso mirador en el piso 88 de la torre Jinmao -desde el cual, al anochecer, Shanghai se parece a la ciudad de Blade Runner- y, por supuesto, ir de punta a punta de Nanjing Road, esa avenida peatonal que los chinos presentan como "la calle comercial más grande del mundo". Pero los viajes -y ésa es la gracia- siempre terminan sorprendiéndonos. Sacándonos del libreto con detalles que se recuerdan por siempre. En este caso fue el JZ Club. El rincón de la ciudad donde todo el mundo baila salsa.

Es una casona en el corazón del muy cool barrio francés. La fiesta empieza los viernes en la noche. En la barra corren mojitos, cervezas, roncolas. Sobre el escenario, la banda Proyecto Latino se luce con la voz exquisita de su vocalista cubana, que se pasea desde Celia Cruz a Willie Colón. En la pista, los pocos latinos se mueven con soltura. Los chinos se animan a puro ron. Y las chicas de ojos rasgados ensayan pasos que conocen pero no dominan, y se presentan con nombres en inglés. Candy y Wendy son los preferidos.

La fiesta salsera termina a las cuatro de la mañana. Afuera del JZ Club todo es distinto. Wendy vuelve a llamarse Xuyan. Los locales no venden mojitos, sino un mix de vegetales y maní. Los bares no tocan salsa. sino canciones chinas que suenan a lamento.

Shanghai es una ciudad llena de contrastes. Y con secretos que dejan incompleta cualquier lista de imperdibles.

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