José Padilha tuvo que mudarse de Brasil a Estados Unidos, tras sufrir ataques por su película Tropa de Elite.
Fue poco después de agosto de 2011, luego del estreno de Tropa de Elite 2, la secuela de la película sobre la corrupción y violencia de la policía brasileña por la que ganó el Oso de Oro, el premio mayor del Festival de Cine de Berlín. Estaba en su productora, en Río de Janeiro, cuando sonó el teléfono. Eran más o menos las 10 de la mañana. Dijeron ser de una ONG. Preguntaron si José Padilha estaba en su oficina, lo que su secretaria confirmó. Veinte minutos después, dos autos y dos motos aparecieron frente a la productora, y un grupo de hombres tocó el timbre. Padilha y su equipo, que los observaban a través de las cámaras de seguridad, se dieron cuenta de que estaban todos armados. Empezaron a forzar la puerta. Padilha llamó a la policía, pero sus visitantes arrancaron antes de que alguien llegara.
Cuando el director mostró el video a sus contactos en la policía, le dijeron que lo más probable era que sus atacantes fueran miembros de un grupo de uniformados que antes lo había demandado por difamación, a raíz de la imagen que su película Tropa de Elite mostraba de la policía de Río de Janeiro: una institución corrupta, violenta, abusiva. El juicio fue ganado por Padilha. Debido a esto, empezó a andar con un guardaespaldas todos los días, pero no resistió vivir así. Lo conversó con su familia y partieron a vivir a Los Ángeles, California.
La violencia, sin embargo, puede echarte de tu país, pero no obligarte a que dejes de pensar en él. Por eso, José Padilha, que en los últimos años se encargó de la dirección de Narcos, la aclamada serie sobre el tráfico de drogas en Colombia y México en los 80 y 90, decidió volver a la carga. Esta vez, inspirado en el caso Petrobras, la mayor trama de corrupción en la historia reciente de Brasil, cuyas ramificaciones han tocado a más de 12 países, incluyendo el nuestro.
Para entender: el caso, también conocido en Brasil como Lava Jato, salió a la luz en julio de 2013, cuando la policía federal de Curitiba descubrió una red de lavado de dinero que operaba desde Brasilia y São Paulo. La investigación sirvió para dar con la figura del facilitador Alberto Youssef, pieza clave del engranaje de pagos a políticos y empresarios. Tras su detención, se convirtió en el testigo principal y llegó a un acuerdo de delación compensada con la policía, haciendo explotar el caso, que ya salpica incluso a la suspendida presidenta Dilma y a su predecesor Lula, quien ha sido señalado por los fiscales como “el máximo comandante” del escándalo.
Ese será el paisaje de O Mecanismo, que será estrenada por Netflix el 23 de marzo, y la historia es la siguiente: el policía federal Ruffo, un antihéroe incapaz de jugar con las reglas establecidas —como el agente Peña en Narcos—, y su aprendiz Verena, una policía bastante más inteligente que él, buscan descifrar el engranaje.
A través de una narración en primera persona que recuerda a Goodfellas, el clásico de Scorsese, O Mecanismo es una serie sobre policías y ladrones donde los verdaderos protagonistas son los informes económicos, los cheques y las cartolas de crédito, en desmedro de las balas. Y ahí reside su violencia: los que roban no lo hacen por necesidad, sino simplemente para llenarse aún más los bolsillos.
—Tus historias son protagonizadas, en su mayoría, por policías. ¿Qué buscas enfocándolas desde su punto de vista?
—Cuando grabé Ônibus 174, mi primera película, tuve la oportunidad de tener un contacto real con la policía. Ver cómo se relacionan con la sociedad me permitió darme cuenta de que son un muy buen termómetro de la situación de cada país. La policía refleja los problemas de cada sociedad. Nacen con el desarrollo de la cultura, con la necesidad de organización, por lo tanto, van mostrando los problemas que conlleva este proceso. Por ejemplo, en Estados Unidos se quejan de que la policía tiene un trato diferente con los latinos, con los negros, y eso te hace darte cuenta de que el país tiene un problema no sólo racial, sino también con la migración.
“La idea de la serie es mostrar que esto no es un crimen personal, de un par de personas, sino que el sistema político brasileño completo está involucrado en la corrupción”.
—Ruffo, el policía, dice una frase demoledora: “En Brasil la gente cree que ser un policía es invadir las favelas y atacar a los traficantes, pero esa es la parte estúpida del trabajo”.
—Yo escribí esa frase. Si eres de esos policías que combaten directamente el crimen, sólo estás peleando contra los síntomas. No combates la enfermedad. Por supuesto que tiene que haber policías expertos en patrullaje, que hagan el trabajo en las calles. Pero también un grupo que piense en resolver no sólo los problemas que surgen en las favelas, sino la propia existencia de las favelas. Porque la gente no debería vivir ahí, debería tener derecho a vivir en casas decentes, en barrios a salvo. La manera de combatir este problema es atacando la corrupción al más alto nivel, a nivel gubernamental. Y hay policías que lo hacen. Para mí, son los mejores para luchar contra el tráfico de drogas, porque el patrullero nunca ganará la guerra mientras el policía que pelea contra los políticos corruptos no tenga éxito.
—En O Mecanismo entras de lleno en tramas de crímenes económicos, un tema que no habías tocado antes.
—Claro, es que ha sido un tránsito hacia esto. En Tropa de Elite mostré la corrupción y la violencia en los cuerpos policiales. En su secuela, expliqué por qué la policía es corrupta y violenta. Luego de eso empecé a mirar la relación entre la política y la policía, cómo los políticos ocupan a los policías para sacar ventajas, para llevar adelante sus agendas, incluso para interferir en sus presupuestos. Todo el mecanismo de corrupción involucrado. Entonces quise dar un paso más allá y ver la corrupción en la política.
—¿Por qué justo ahora?
—Porque en Brasil apareció una nueva ley, la de delación compensada, que permite a los fiscales y a los policías federales negociar beneficios con los criminales a cambio de información. Esto fue hace cinco años y cambió el panorama completamente, causando el nacimiento del caso Lava Jato, o Petrobras, que tocó primero a los agentes financieros, luego a los hombres de negocios y que escaló hasta la elite política del país. La idea de la serie es mostrar que esto no es un crimen personal, de un par de personas, sino que el sistema político brasileño completo está involucrado. La política en Brasil está organizada en torno a la corrupción.
—¿Un mecanismo?
—Exacto. Que actúa en todos los niveles. Desde el pequeño gobierno de un pueblo al gobierno central. Las campañas políticas fueron financiadas por compañías que proveen servicios al Estado. Empresas de construcción, otras que venden insumos. Una vez que un político es electo, se transforma en un operador. Pasan a ser personas con cargos clave en empresas propiedad del país, se involucran en las decisiones presupuestarias, y luego ellos mismos los contratan inflando los costos para cada uno poder hacer su recorte. Así funciona. En Brasil la gente trabaja para enriquecer a los partidos políticos. Los partidos no trabajan para la gente.
Los límites de la moral
—El protagonista de la serie dice que no es la violencia, ni el narco, ni siquiera la crisis económica lo que jodió Brasil. ¿Buscas entender qué pasa en tu país?
—Creo que el show explicará un punto que está mal en mi país. Pero hay muchos problemas en Brasil. La corrupción no es el único, pero es el más importante. Y es parte de todos los demás. Tenemos un grave problema, por ejemplo, con la deforestación del Amazonas. Y la corrupción aparece porque aquellos a cargo de la protección ambiental son agentes del gobierno y, por lo tanto, son corruptos. Los policías a cargo de velar por la protección de la selva son corruptos. La corrupción ha irrigado cada estamento de la sociedad brasileña. El fútbol, la cultura. Brasil tiene muchos problemas, pero la corrupción es el peor de todos.
“Si encuentran culpable a Lula, ¿irá a la cárcel? No existe ningún político que quiera ver a Lula tras las rejas. Porque si cae él, significa que pueden caer todos”.
—¿Qué te produce el momento actual de Brasil?
—Creo que, a pesar de todo, estamos en un momento interesante. Por fin una investigación expuso el problema de la corrupción sistemática. El mecanismo. Y tiene sus contras, porque sacar a la luz este tipo de cosas trae inestabilidad política, problemas económicos… Pero tenemos que enfrentarlo para liberar a nuestro país de estas pandillas, porque son mafias instaladas en el sistema político. Entonces la pregunta es ¿llegará la justicia hasta el final? ¿Seremos capaces de enfrentar todo esto? ¿Seremos capaces de llevar a un político importante a la cárcel? Porque están todos involucrados. Puede ser Lula, puede ser Temer, cualquiera.
—¿Y quién tiene esa respuesta?
—Hoy, la Corte Suprema. Lamentablemente, muchos de sus miembros tienen vínculos con los políticos. Entonces necesitamos presión, que la sociedad se mueva, empuje a los jueces a hacer lo correcto. No sé qué pasará. La Corte Suprema tiene muchas decisiones que tomar, y la más importante es la relacionada con Lula. Si lo encuentran culpable, ¿irá a la cárcel?, ¿a cuál? Porque la otra posibilidad es que se cambie la legislatura para que salga libre. Y te digo, no existe ningún político que quiera ver a Lula tras las rejas. Porque si cae él, significa que pueden caer todos. Entonces, lo que pase con él determinará el final de la investigación de Lava Jato. La decisión no debería salir en más de dos meses.
—¿Qué tan difícil es contar una historia real que sigue en desarrollo?
—Es que si bien sigue sucediendo, nosotros partimos de un hecho ocurrido diez años atrás, cuando la investigación partió. Por líos burocráticos se terminó cerrando, pero cinco años atrás se reabrió y apareció esta figura clave del cambista Youssef. Entonces no es que nos estemos moviendo al mismo tiempo que lo que ocurre ahora: tenemos una distancia, vamos un poco más atrás, lo que nos da ventaja. De todas formas, tenemos que estar con los ojos bien abiertos, porque cualquier descubrimiento en el caso puede cambiar la forma en que entendemos el pasado.
—Tanto Narcos como O Mecanismo exploran los límites de la moral: hasta dónde podemos llegar los seres humanos. ¿Esa es tu gran pregunta?
—Sin duda. No conozco a nadie que siga estrictamente sus propios códigos morales. Nunca me he topado a alguien así. Y pasa en todas las instituciones. Es cosa de que mires hacia la Iglesia Católica, al comportamiento de sus sacerdotes. Es difícil, la gente dice una cosa, pero termina haciendo otra. Pero así es la humanidad: todos hemos hecho algo que no es exactamente consecuente con nuestro propio código moral. Y en la policía, en la política, en la guerra contra el narcotráfico, es aun más común. Los criminales, por definición, no siguen reglas, y los oficiales de policía tiene que ser violentos, romper sus reglas, para poder pelear contra enemigos que no tienen códigos. Bueno, con todo esto, aún tenemos para rato…