Por Diego Zúñiga // Foto: Cristóbal Olivares Septiembre 1, 2017

En ese momento, en aquella tienda de Barcelona, está rodeada de soldados que la apuntan con sus metralletas y pistolas. No tiene miedo, pero sí curiosidad. Desde hace años que todo ese mundo —de la guerra, de los soldados, de la violencia más explícita— se ha vuelto una obsesión, una pregunta que ha intentado responder a través de lo que ella, Mariana Najmanovich, sabe hacer, que es pintar. Cuadros y cuadros en los que ha retratado militares —soldados de la Segunda Guerra Mundial, nazis que arrancaron de Alemania, mujeres que optaron por el uniforme—, como si en aquel ejercicio de representación pudiera ir deformando aquella realidad, tan perturbadora como violenta: los uniformes, los gestos, las armas.

Por eso entró a esa tienda en Barcelona, ese lugar donde está rodeada por cientos de soldados de juguete que la apuntan a ella y a otros, encerrados en esas cajas, donde esperan que alguien —un coleccionista, un aficionado a armar maquetas de guerras— se los lleve para darles otra vida. Hasta que se detiene en una caja, asombrada por lo que está viendo:

“Siento que la pintura sigue ofreciendo algo que no entrega el video, ni otros medios tecnológicos de hoy. Sigo creyendo que hay una fibra que sólo la pintura mueve”.

—Era una caja de soldados terroristas islámicos, una caja para armar soldados terroristas con el uniforme, y pintarlos. No lo podía creer —cuenta Najmanovich, acerca de ese día, hace ya casi un año y medio atrás, cuando se encontró con esa caja, la única que quedaba, y que iba a ser el detonante de esta historia, de su último trabajo, Pálido fuego: una exposición en la que aborda el tema del terrorismo a partir de esos soldados de juguete, de esa banalización absoluta que significa convertir en figuritas una guerra que está ocurriendo ahora mismo, unos terroristas que podrían ser esos mismos terroristas que hace una semana atacaron en La Rambla de Barcelona, esa ciudad donde Najmanovich encontró esa caja y se la llevó, incrédula, sin saber que sería el centro de gravedad de su última exposición.

 

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Mariana Najmanovic (34) recorre las salas del segundo piso del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, donde está terminando de montar Pálido fuego. Es el resultado de un trabajo largo de investigación en que se sumergió en el mundo islámico, en los orígenes del conflicto, en la vida de aquellos jóvenes que deciden dejarlo todo para unirse a la guerra.

Su método de trabajo ha sido desde hace años así: revisar archivos, documentos, comprender cómo la violencia se anida en ciertos movimientos, en ciertos lugares, y recién, entonces, empieza a crear otra cosa con toda esa información. La pintura es el formato que eligió para dejar plasmada toda esa experiencia. Pero no ha sido fácil, claro. Hoy, pintar no deja de ser un gesto casi de extravagancia, en medio de todos los formatos multimediales en boga —las instalaciones, el video, internet— por los cuales han optado una buena parte de su generación, los artistas chilenos que nacieron después de 1980.

Pintar hoy es una rareza de aquellas, pero también es el lugar en el que Najmanovich encontró un camino que la ha convertido en una de las artistas más destacadas de su generación —nació en Buenos Aires, en 1983, pero se instaló en Chile desde 1990—. Porque ver una pintura de Mariana Najmanovich es identificar de inmediato su trazo, su mundo, esa atmósfera enrarecida y siniestra que caracteriza su obra.

—Yo siento que la pintura sigue ofreciendo algo que no ofrece el video, ni el internet ni otros medios tecnológicos de hoy. Sigo creyendo que hay una fibra que sólo la pintura mueve, un lenguaje que pareciera que trajéramos con nosotros. Porque, ¿desde cuándo existe la pintura? Desde siempre, desde las cavernas. Hay una cuestión como genética… Y cuando eso se lleva a una expresión mayor, la pintura logra mover esa fibra de la que hablo —explica Najmanovic mientras avanza por el montaje de Pálido fuego, que se inaugura este sábado 2 de septiembre. Es la primera exposición personal en un museo grande que realiza Najmanovich en Chile. Ya tuvo algunas muestras en galerías importantes —Animal, Metales Pesados—, pero este es un paso más en su carrera, que explotó sobre todo después de la muestra grupal Sub 30, en el Museo de Arte Contemporáneo en 2014, donde sus pinturas bélicas llamaron de inmediato la atención de críticos y curadores, quienes vieron en esas pinturas de soldados deformes, en ese registro impresionante del mal reflejado en esos personajes siniestros, una obra tan promisoria como singular. Después de eso, Sergio Parra —uno de los dueños de Metales Pesados, tanto de la librería como de la galería— la invitó ese mismo año a mostrar su trabajo en ChACO, donde expuso más pinturas protagonizadas por soldados, generales y mujeres uniformadas, que parecían provenir de un lugar muy oscuro, indescifrable. Pinturas que podían recordar trabajos de Lucian Freud, Francis Bacon y Gerhard Richter, pero que indudablemente mostraban un estilo ya muy personal, muy íntimo. Un mundo que no siempre había sido el mundo de Najmanovich, quien recuerda ahora una exposición que montó en Galería Animal, en 2012, donde su trabajo era otro, un poco más luminoso, una búsqueda estética en la que busca retratar los vínculos entre las máquinas y la naturaleza, donde pintaba animales raros, surrealistas, con mucha libertad, muy distinto a estos soldados, a estos generales que perdieron guerras, que mataron quizá cuánta gente. No le iba mal con ese mundo más luminoso, pero algo no le acomodaba. En 2012 viviría una crisis personal, que terminaría empujándola a irse a estudiar a Barcelona, donde comprendería, finalmente, que aquel ruido que sentía, que esa incomodidad, tenía que ver con una obsesión secreta. Lo que perturbaba a Mariana Najmanovich era la violencia, sus distintas formas, que para ella iban a terminar reflejadas en ese mundo militar, en esos rostros duros de generales, en esos jóvenes que se alistan para la guerra sin saber a dónde van. O en otro tipo de lugares, también, pues después de indagar en estos soldados, a fines de 2015 expuso La colonia, una muestra de pinturas y archivos acerca de Colonia Dignidad. Un trabajo que la sacó, por un momento, de los uniformes militares y la situó en otro lugar, en esas familias alemanas —tan parecidas a las de La cinta blanca, de Haneke— que se instalaron en Villa Baviera, esos niños arios que crecieron ahí, en ese mundo lúgubre, lleno de secretos, lleno de una violencia que se podía palpar en ellos, en sus padres, en lo no dicho. Esa misma violencia que hoy está reflejada en aquellas cajas de juguetes que pintó, donde vienen las instrucciones para armar y desarmar soldados terroristas. Juguetes de una guerra que no tienen nada de inocencia.

 

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Cuando volvió a Chile con esa caja de terroristas islámicos se puso a buscar en internet información y descubrió que había un mercado de estas figuras. Entró a Amazon y compró más y más cajas.

—No sabía bien qué hacer con ellas, pero pensé que quería llevarlas a la pintura. Llevar todo ese mundo tan propio de lo industrial, que vienen en series, llevarlo al lenguaje de la pintura, que quiere ser único, sensorial. Sentí que hacer ese traspaso, modificando quizá algunas escenas, ya me parecía un gesto que podía ser interesante —cuenta Najmanovich y agrega—: Me llamó la atención de cómo se banaliza por completo un tema con estos objetos, un tema sumamente actual, que se reactualiza permanentemente. Cómo se banaliza una guerra que está sucediendo.

En medio de esa investigación, por ejemplo, descubrió que en 1993, en el diario británico Independent le dedicaron un perfil largo y positivo a un tal Osama Bin Laden, donde titulaban: “Guerrero antisoviético pone su arma en el camino de la paz”. Najmanovich intervino esa imagen y la expone en Pálido fuego, donde vemos también una serie de pinturas en las que observamos a distintos soldados con lentes de realidad virtual que están siendo entrenados con esas herramientas del futuro para una guerra cuyo nombre desconocemos. Un mundo que descubrió Najmanovich mientras leía sobre entrenamiento militar:

—Apareció eso también. La banalización de la guerra mediante las tecnologías de hoy, y me interesó incluirlo. La banalización con estos juegos y simuladores de guerra, nuevos objetos tecnológicos que hoy muchos ejércitos están utilizando.

La guerra convertida en un videojuego, pero en realidad estamos hablando de otra cosa. Estamos hablando de la realidad. Del presente. Del futuro, que está ahí, a sólo unos pasos: en estas pinturas de Najmanovich, en las noticias, en internet. Ese mundo que ella ha desfigurado en sus pinturas, que ha puesto en otro tiempo, pero que no deja de ser siempre nuestro mundo. Eso es lo más perturbador de su trabajo: que pareciera estar hablando de algo muy lejano, pero que en realidad es algo que está ahí, en medio de nosotros. Esa violencia que no se acaba nunca. Esa violencia que está en nosotros, aunque no queramos aceptarlo.

 

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