Por Diego Zúñiga Agosto 18, 2017

La historia de La nueva novela es la historia de un libro único, de un poeta que un día guardó silencio y nunca más publicó, y de una época en que la poesía chilena produjo algunos de sus libros más singulares, en plena dictadura, como respuesta a esa realidad que parecía una película de terror, tan inverosímil como interminable.

Imagen LIBROjlmEn enero de 1977, Juan Luis Martínez dio por terminado el que sería su primer libro —que había comenzado a escribir en 1968—. Tenía, entonces, 34 años, un matrimonio, dos hijas, y tras él corría el mito de haber sido un muchacho fuera de control, perdido, que arriba de una vespa BMW recorría las calles de Viña del Mar y Valparaíso buscando algo donde depositar toda esa energía que lo desbordaba. Atrás quedaba el “Loco” Martínez y empezaba otra vida, la del autor de ese libro inclasificable que es La nueva novela, que circularía, de mano en mano, durante 1977, mientras desaparecía gente y la dictadura vivía sus años más salvajes. Meses después, Nicanor Parra publica uno de sus libros más políticos (Sermones y prédicas del Cristo de Elqui); Enrique Lihn viaja por París y Nueva York sin poder salir, como dice él, del “horroroso Chile”; Gonzalo Millán, exiliado en Canadá, publica en 1979 uno de los libros más lúcidos y conmovedores sobre la dictadura: La ciudad. Ese mismo año, Raúl Zurita debuta con Purgatorio y deslumbra a todos con un poemario que habla del presente con un lenguaje nuevo; Elvira Hernández prepara su libro La bandera de Chile, y Diego Maquieira hace circular los primeros poemas de La Tirana. Se acaba la década del 70, la violencia de la dictadura no baja la intensidad y la poesía chilena intenta dar respuestas. En medio de toda esa vorágine, La nueva novela empieza a encontrar sus lectores —algunos extraordinarios: Enrique Lihn, Nicanor Parra, Julio Cortázar, Soledad Bianchi, Martín Cerda, Elvira Hernández, Félix Guattari, Raúl Zurita—, que pasan del desconcierto a la fascinación, de lecturas que se asombran con este objeto en el que no encuentran sólo poemas tradicionales, sino problemas físicos y matemáticos, acertijos lingüísticos y literarios, collages, fotos de Marx y Rimbaud, dibujos y recortes de enciclopedias, una bandera chilena de papel de arroz, dos anzuelos, un impreso chino original y muchas, muchísimas citas encubiertas —en francés, en alemán, en inglés— que se interrumpen,  a ratos, por algunos poemas memorables de Martínez, versos que nos indican que La nueva novela no pertenece al mundo del azar y la intuición, sino que es el trabajo de un hombre que ha creado un universo propio y único.

Martínez convertido en el propio comentarista de su libro, en un guía que nos invita a que lo acompañemos por esta casa, ni grande ni pequeña, en la que al menor descuido se borrarán las señales de ruta.

Un año más tarde, en 1978, Martínez publicaría La poesía chilena, un libro objeto y su última obra en vida, para luego instalarse en Villa Alemana y guardar un silencio imperturbable hasta su muerte, en 1993.

Lo que no sabía nadie en ese momento es que durante aquellos años silenciosos Martínez siguió escribiendo y planificando una obra que en estos casi 25 años que han transcurrido desde su muerte no deja de crecer: en número de libros —aparecieron Poemas del otro (2003), Aproximación del Principio de Incertidumbre a un Proyecto Poético (2010), El poeta anónimo (2013) y en 2016 una reimpresión de La nueva novela—, en número de lectores y de tesis e investigaciones dedicadas a su obra. Y en número de lecturas, sobre todo las que siguen descubriendo cómo La nueva novela es un libro que no se termina nunca.

Y ahora, además, se agrega un nuevo capítulo a esta historia interminable, pues acaba de aparecer una edición conmemorativa de La nueva novela a 40 años de su publicación. Una edición numerada de 300 ejemplares en la que podemos ver las anotaciones, de puño y letra, que le hizo Juan Luis Martínez a su ejemplar, y que abren otras, muchas, posibilidades de lecturas, como si La nueva novela fuera siempre un libro por venir.

 

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“He aquí una obra que contiene su propio comentario”.

Es una de las primeras anotaciones que leemos de Juan Luis Martínez. Su letra manuscrita, la tinta azul, las palabras que llenan la página en blanco y que irán abriendo lecturas mientras avanzamos por esta nueva edición.

“Pgs 7, 17, 27, 37, 45, 57, 67, 77, 87, 97, 107, 127, 137, 147… en estas páginas están los nudos de la NN”.

Juan Luis Martínez convertido en el propio comentarista de su libro, en un guía que nos invita a que lo acompañemos por esta casa, ni grande ni pequeña, en la que al menor descuido se borrarán las señales de ruta. No es casualidad que la imagen de portada de La nueva novela sean aquellas casas blancas, sin puertas, que parecen haber sobrevivido a una catástrofe, a un terremoto. Dentro de este lugar, ahora, vamos siguiendo aquellas señales de ruta que dejó Martínez, en esas páginas que dejó señaladas y encontramos una bibliografía general sobre los gatos o aquel poema que comienza con el verso: “La página replegada sobre la blancura de sí misma” (“El cisne troquelado”) o esa otra página en la que descubrimos un impreso chino original o aquella en la que encontramos el que es, probablemente, su poema más importante: “La desaparición de una familia”.

Las anotaciones manuscritas de Martínez no son correcciones ni tachaduras, sino material que hace crecer el libro y que devela conexiones secretas que sólo él podía conocer.

Se suponía que esta versión de La nueva novela aparecería cuando se cumplieran 50 años de su publicación, sin embargo Eliana Rodríguez, su viuda, decidió adelantar los festejos al hacer circular, con la ayuda de Pedro Montes, dueño de Galería D21, esta nueva edición restringida, que tiene un valor de $ 150.000 y que sólo se puede conseguir en la galería. 300 ejemplares numerados que son la réplica perfecta de aquel ejemplar de Martínez —de la segunda edición, aparecido en 1985— que fue rayando durante años, con distintos lápices de pasta azul, anotando frases, indicaciones, versos (de Breton, de Machado) y fragmentos de distintos pensadores que de alguna forma dialogan con el trabajo desplegado por él en este libro que no deja de crecer.

Las anotaciones manuscritas no son correcciones —sólo hay una enmienda: Newsweek estaba escrito con una sola e hacia el final— ni tachaduras, sino material que hace crecer el libro y que devela conexiones secretas que sólo Martínez podía conocer: avance hacia esta página, retroceda, mire esa imagen, deténgase en esos versos, lea este fragmento. Y de esa forma transitamos, sin rumbo aparente, por estas páginas, que exigen un lector atento y curioso: “No sabemos dónde estamos, nos extraviamos en tristes pétalos, pero el laberinto en el que nos perdemos se revela como construido con exactitud para perdernos aún más al hacernos creer que lo hemos encontrado”, anota en un momento. O cuando escribe: “Las cosas que pensamos ninguna substancia necesitan tener”, y esas palabras están anotadas arriba de aquel poema hermoso de Martínez donde dice: “a. A través de su canto los pájaros/ comunican una comunicación/ en la que dicen que no dicen nada./ b. El lenguaje de los pájaros/ es un lenguaje de signos transparentes/ en busca de la transparencia dispersa de algún significado”.

Y así, en medio de esas anotaciones va repartiendo versos que podrían haber estado, perfectamente, en la edición original: “El año que viene ¿de dónde viene?”, pregunta en un momento Martínez, mientras cuenta algunas historias que nos obligarán a mirar este libro una y otra vez, lo que significa, indudablemente, que miremos también hacia fuera, hacia los otros, pues si algo hemos entendido en todos estos años es que Martínez era, por sobre todo, un lector deslumbrante, que lo había leído todo y que sabía perfectamente lo que estaba haciendo: “El 25 de junio de 1897, el editor Poulet-Malassis pone a la venta la primera edición de Las flores del mal y Baudelaire escribe a Madame Sabatier esta vez sin disimular su escritura: ‘Todos los versos comprendidos entre las páginas 84 y 105 le pertenecen’”, anota Martínez en medio de una página en blanco, dejando una huella de sus influencias, de sus orígenes.

“Nunca sé qué lectura he hecho realmente de La nueva novela. Siempre voy a salir algo desconcertado de ese laberinto o Torre de Babel”, anotó Lihn en 1985.

Y en 1998, Roberto Merino escribió: “Alguna vez pensé que la obra de Juan Luis Martínez clausuraba un camino y que por tanto estaba condenada a iluminarnos desde la soledad. Hoy vemos —en este mismo instante lo constatamos— cómo esta soledad ha retrocedido un poco, cómo se diluye cada vez que la obra se prodiga al entendimiento de la poesía, cada vez que en cualquier parte del mundo se produce una relectura feliz”.

Y un pequeño desvío final para terminar esta relectura feliz: Mientras Martínez revisaba la primera edición de La nueva novela, en Ámsterdam, un tal Ulises Carrión —escritor y artista mexicano, una suerte de hermano que nunca conoció— publica en 1975 El arte nuevo de hacer libros, un manifiesto acerca de cómo enfrentarse a las palabras, en el que dice: “En el arte viejo el escritor escribe textos./ En el arte nuevo el escritor hace libros”. Y un poco más adelante, anota: “El libro más hermoso y perfecto del mundo es un libro con las páginas en blanco, como el lenguaje más completo es el que queda más allá de lo que las palabras del hombre pueden decir. Todo libro del arte nuevo es una búsqueda de esa absoluta blancura, del mismo modo que todo hablar es una búsqueda del silencio”.

Hacia ese lugar, justamente, nos llevan las señales de ruta que dejó escritas Juan Luis Martínez en esa casa sin puertas, pero infinita, que es La nueva novela.

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