Por Diego Zúñiga // Foto: José Miguel Méndez. Agosto 11, 2017

Alexia Tala volvió a Chile y no supo qué hacer.

Había estudiado Arte en Inglaterra, tenía una lista generosa de amigos y contactos en el mundo de las artes visuales —tras varios años de vivir y trabajar en Londres—, y una curiosidad grande por saber qué se estaba produciendo acá, pero no conocía prácticamente a nadie.

Había cometido, de hecho, un pecado que, por lo general, en estas tierras no se perdona: se saltó Santiago. Nació en Antofagasta, estuvo un par de años en la capital —donde no generó muchos vínculos— y luego partió a Europa.

Entonces, volvió a Chile en 2006 y no supo qué hacer.

Se juntó con directores de museos, con galeristas, con artistas, asistió a charlas, a conferencias, a exposiciones; quería conocer la escena, quería saber cómo podía insertarse, cómo podía poner en práctica todo lo que había aprendido allá, donde había hecho un máster y se había convencido de que lo suyo era la curaduría. Pero Chile parecía un lugar inhóspito.

Fue el artista Gonzalo Rabanal el primero que le abrió una puerta: la invitó a ser cocuradora de la primera Bienal de Performance Deformes en Santiago.

Y luego, conversando con su amigo Gerardo Mosquera
—curador cubano, fundador de la Bienal de La Habana—, llegó a una conclusión que definiría su futuro:

La investigación de Tala convocará a 20 prestigiosos curadores internacionales, quienes serán los responsables de seleccionar a 35 artistas chilenos sobre los que escribirán un texto crítico.

—Un día hablaba con Gerardo y le contaba que me estaba costando en Chile, cuando me dijo: “Tú no estás en Chile, estás en América Latina”. Eso me cambió la cabeza
—cuenta Alexia Tala y así fue, pues a partir de ese momento se dio cuenta de que debía expandir sus búsquedas. De esa forma llegó a Brasil y empezó a trabajar allá con distintos proyectos, mientras seguía descubriendo la escena chilena. Porque quería trabajar con el arte que se estaba produciendo acá. Eso no lo olvidaba. Hasta que encontró el proyecto: una investigación muy detallada sobre el arte contemporáneo chileno que contará con la colaboración de 20 curadores internacionales, quienes seleccionarán a 35 artistas nacionales y escribirán ensayos críticos sobre ellos, con la idea de poder visibilizarlos en el extranjero. Un proyecto que concretará en forma de libro y que cuenta, además, con unos socios que están armando toda la producción: Antenna, un grupo dedicado al desarrollo de las artes visuales en Chile, que ya tiene dos años de existencia y 190 socios. Un grupo que ayudará a conseguir el financiamiento de este proyecto de Tala que viene trabajando desde hace varios años y que, espera ella, permita que el trabajo de los artistas chilenos se posicione frente a este grupo de curadores, algunos de los más influyentes del mundo.

—En estos años que he descubierto la escena, me di cuenta de que había un potencial increíble, artistas maravillosos, pero que no estaban siendo vistos. La idea de este proyecto es ayudar a que sus trabajos circulen en otros lugares —dice Tala, quien avanza intensamente en el proyecto, pues se pondrá en marcha el 2018. Una cartografía, un catastro ambicioso de las distintas estéticas que están marcando la escena del arte en Chile.

 

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Alexia Tala nació en Antofagasta en 1966. En esa ciudad estudió un año Arquitectura, pero comprendió, rápido, que debía irse. Se lo dijo insistentemente Fernán Meza, arquitecto que le hizo clases ese primer año y que le ayudó a entender que lo que ella quería hacer era otra cosa: quería ser artista. Pero sus padres no estaban convencidos. Así y todo, viajó a Santiago, donde estudió Comunicación Social. Sacó rápido la carrera y sus padres, contentos, le preguntaron qué quería hacer. Y ella insistió: quería estudiar Arte. La enviaron, entonces, a Inglaterra, y ahí su vida cambió para siempre. En ese momento sintió que descubría el mundo —era fines de los 80, aún no caía el Muro de Berlín—, y además tenía sus primeras experiencias artísticas. Empezaría a leer todo lo que cayera en sus manos, haría sus primeras obras, experimentaría. Sin embargo, sólo años después, cuando estudió el máster en Artes por el Camberwell College of Arts descubrió que lo suyo era la curaduría: hablar de otras obras, mirar, comentar, construir con lo de otros un relato.

—Fue en ese lugar donde se me enseñó a pensar desde la experiencia, desde preocupaciones contemporáneas
—cuenta Tala, a quien, además, el estar ahí le permitió conocer a muchos, muchísimos artistas y curadores y personas vinculadas a las artes visuales. Ahí se hizo amiga, por ejemplo, de Guy Brett, un famoso crítico de arte y curador inglés, uno de los primeros en mirar el arte latinoamericano desde Europa, organizando exposiciones y retrospectivas de artistas. Esa amistad le permitió a Tala conectarse con su lugar de origen y comprender que era importante volver la mirada hacia un lugar que la interpelaba directamente. Coincidió, además, con un momento en que algunos de los museos más importantes del mundo empezaron a mirar lo que se producía en estos lados.

—En los siguientes años, después del 2000, la Tate le iba a dedicar una retrospectiva a Cildo Meireles; Doris Salcedo expondría la grieta, mostrarían el trabajo de Damián Ortega y así —recuerda Tala—. Me pareció que surgía una curiosidad muy genuina. Es cierto que tienen una mirada paternalista, pero esa curiosidad era un superpaso. Porque no era un interés de mercado, que en realidad no hubiera significado tanto. Era importante que ese interés surgiera por el conocimiento, que es algo más a largo plazo.

Ese era el escenario, entonces, cuando Alexia Tala decide volver a Chile. Ya había trabajado como curadora en Londres, había publicado en catálogos y libros. Quería reencontrarse con ese origen. Entonces, volvió.

 

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Cuando empezó la comunidad Antenna en 2015, sus fundadores —Elisa Ibáñez, Constanza Güell y Alfonso Díaz— no sólo querían influir en el desarrollo de las artes visuales en Chile a partir de su difusión y de conectar al mundo privado con el mundo del arte, sino que querían realizar proyectos importantes. Y el primer proyecto era el de Alexia Tala, que tanto Díaz  como Güell habían conocido por sus trabajos anteriores —en la Dirac y en el Consejo de la Cultura, respectivamente—, pero que no se había podido llevar a cabo, pues la investigación implicaba un presupuesto ambicioso. Ahora que estaban en Antenna, querían realizarlo, pero se dieron cuenta de que era complejo y que necesitaban que la organización estuviera más consolidada para poder ejecutarlo. Fue así como apareció la posibilidad de involucrarse en la exposición de Voluspa Jarpa que realizó el año pasado en el Malba —y que llegará a Santiago en octubre, cuando se presente en Matucana 100—, lo que se convirtió en el primer proyecto de Antenna. Pero ahora ya con dos años de existencia y 190 socios participando de la comunidad, el grupo sintió mayor solidez y decidieron emprender el proyecto de Tala. Ya lo presentaron ante la Ley de Donaciones Culturales y fue aprobado. Y han sumado alianzas estratégicas —Agencia Porta4 verá la imagen corporativa y b2o estará a cargo de la estrategia de comunicaciones — y cuentan con el apoyo financiero de algunos mecenas —socios de Antenna— que ya están permitiendo avanzar en el proyecto, cuyo presupuesto alcanza los 250 millones de pesos. Ahora empezarán a levantar los recursos que faltan, y esperan que empresarios y filántropos se sumen.

Es un proyecto ambicioso pues contempla dos etapas. La primera es reunir a 20 curadores internacionales, vinculados a algunos de los museos más importantes del mundo o freelance, pero cuya opinión es influyente. Entre los nombres confirmados están Agustín Pérez Rubio —director del Malba— y Chantal Pontbriand —ex directora de investigación curatorial y contenidos de la Tate Modern—.

—Es una selección de curadores que están trabajando en el campo de las artes latinoamericanas. Queremos que sean ellos quienes elijan a estos artistas chilenos
—cuenta Tala, quien agrega que después de reunir a este comité de curadores, lo que harán es mostrarles un mapa generoso del arte contemporáneo chileno —a través de portafolios de artistas, pero también recomendando muestras que ellos estén haciendo en los países por donde circulan los curadores— para luego elegir estos 35 representantes, que no serán necesariamente los 35 mejores, explica Tala:

—El proyecto es mucho más que eso. Piensa que el último registro que se hizo fue Copiar el edén, que se publicó en 2006. La lista para llegar a estos 35 artistas la vengo trabajando hace más de cinco años y se va ampliando. He visto portafolios, he visitado talleres y espacios independientes, pero el proyecto va a ser más que eso, pues contará con textos más panorámicos acerca de la escena.

“Creo que este proyecto va a posicionar el arte producido desde Chile en las mentes pensantes sobre el arte contemporáneo, y eso va a crear repercusiones a más largo plazo y más estables también”, dice Tala.

Una vez que escojan los artistas, una parte del grupo de curadores vendrá en 2018 a dictar charlas gratuitas en distintos lugares para conectarse así con lo que se está produciendo en el país. Y en 2019 se lanzará una biblioteca virtual más un canal en línea con 35 microdocumentales sobre cada uno de los artistas elegidos. Todo terminará, así, con la publicación del libro, que será bilingüe y que aparecerá por una editorial internacional.

—Siento que las cosas que se han hecho desde Chile, esos intentos medio fallidos de posicionar el arte chileno afuera son unas flechas que van a ciegas, que no saben para dónde van. Los recursos se gastan sin focos y eso ha pasado porque se ha hecho todo desde el mercado del arte, creo yo. Puedo estar errada, pero lo que siento es que todo eso ha sido instalar a Chile en las ferias de arte… lo que es erradísimo. Hay que instalarlo desde la crítica y la opinión, y eso no se ha abordado. No ha habido programas que potencien que los opinion-makers del mundo vean lo que pasa en Chile —dice Tala, quien se ha deslumbrado con muchas de las obras que ha ido descubriendo en estos años. Le llamó la atención, desde que volvió, el trabajo de la Galería Metropolitana, por ejemplo. O hace unos meses curó la intervención que hizo Josefina Guilisasti en el Museo Precolombino. Pero ahora esta concentrada exclusivamente en la investigación y en recopilar todo el material necesario para los curadores internacionales.

—Yo creo que el fuerte de este proyecto va a ser que va a entrar en el fondo. O sea, va a posicionar el arte producido desde Chile en las mentes pensantes sobre el arte contemporáneo, y eso no es una herramienta a corto plazo. No es que la próxima semana los van a invitar a una muestra, pero van a estar en el imaginario y eso creará repercusiones a más largo plazo y más estables también —dice Tala.

—Con esto buscamos darle una visibilidad real al arte que se está haciendo desde Chile. Habrá una transmisión de conocimientos cuando vengan los 10 curadores, intercambio de ideas, generaciones de redes. Esperamos que estos curadores sean verdaderamente embajadores del arte chileno, que generen un diálogo realmente valioso —concluyen desde Antenna.

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