Por Marisol García Abril 21, 2017

Un centenario mundial

Todas las actividades que se realizarán en homenaje a los 100 año de Ella Fitzgerald se pueden encontrar en su web oficial: www.ellafitzgerald.com.

Es curioso que una voz como la de Ella Fitzgerald —con su historia, su esfuerzo y su rigor— haya pasado a ser con el tiempo comodín para la ambientación de espacios amables, de quieta invitación al consumo; en cafés de diseño y bandas sonoras para historias sin tropiezos, pálidas, casi contrapuestas a la aspereza y el rigor que definieron su propia vida.

Quizás las celebraciones por el centenario de su nacimiento —que largarán este martes 25 de abril con casi incontables homenajes, no sólo en su natal Virginia— sirvan para entender a quien Estados Unidos llamó la “Primera Dama de la Canción” en el contexto áspero en el que se insertó su voz suave.

“Canto como siento”, era el modo sencillo en el que ella explicaba su estilo, y se agradece su síntesis para un definición compleja. La viveza de su scat, la elegancia de su dicción, el desprejuicio en sus colaboraciones y su incansable disposición al trabajo respondían, en verdad, a asuntos atados a su biografía.

Como a muchas trabajadoras afroamericanas del espectáculo de su tiempo, a Ella Fitzgerald la definió no sólo su voluptuoso talento musical, sino también la pobreza de su infancia, los quiebres familiares con los que se vio forzada a crecer (y que la llevaron, a falta de una mejor red, a un tiempo de vida en un orfanato) y el abuso cotidiano al que una comunidad discriminada por raza no le quedaba entonces más opción que aguantar.

Eran traumas sobre los que la cantante evitaba hablar. Otra de sus frases breves explica bien esa dureza que se silencia para no echar abajo un porvenir de salvación: “Lo que cuenta no es tanto de dónde vienes sino a dónde te diriges”.

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Cruzó del brillo como gran dama del jazz al aprecio más amplio de la canción popular completa. “Hombre, mujer o niño: ella es la mejor de todos”, dijo una vez Bing Crosby; ubicándola en el mérito de un crossover completo, tanto o más amplio como el de Frank Sinatra.

Por eso las actividades, publicaciones y homenajes organizados en estos días en Estados Unidos son los que merece una estrella de la música del siglo XX. Tan sólo la semana que viene, el Lincoln Center de Nueva York dará inicio a un “Ella Fitzgerald Festival” (con un ciclo inicial de conciertos de orquesta y voz que tienen a Wynton Marsalis como estrella); se le hará un gran homenaje en la Biblioteca del Congreso; y largarán varias transmisiones con material de archivo en canales de cable (pueden encontrarse, también, anuncios al respecto en la televisión de Francia, Canadá e Inglaterra, al menos).

Linda conquista sería tomar su centenario ya no para redundar en la gracia de sus duetos con Louis Armstrong ni confirmar lo bien que le salía “Summertime”, sino que como una invitación a adentrarse en los pliegues de una intérprete de gran autonomía que podía también cantar de un modo de verdad convincente la desolación inscrita en el blues.

El National Museum of American History abrió este mes, y hasta abril de 2018, una amplia exhibición (The First Lady of Song: Ella Fitzgerald at 100) de su archivo de audios, videos, fotos, afiches, carátulas y ropa de la artista. Desde enero pasado, van ya cuatro nuevos libros en inglés de tipo biográfico, y está por aparecer un extenso estudio a cargo de una académica especializada en jazz (Becoming Ella: The Jazz Genius Who Transformed American Song, de Judith Tick).

Actividades casi a diario entre Miami, París, Salzburgo, Moscú y Lahti (Finlandia) muestra la agenda en la web oficial de la cantante (www.ellafitzgerald.com) bajo el título “Ella at 100”. Es un centenario que no sólo Estados Unidos siente suyo.

Pocas veces se encuentra uno con tributos así de transversales. Sorprende, por eso, leer en estos días a especialistas que sugieren que, incluso pese a su indiscutido prestigio, el talento de Ella Fitzgerald puede seguir estando subvalorado.

“Se ha descrito su voz como ‘inocente’, ‘ligera’, ‘juvenil’ y otros términos de sutil condescendencia”, apuntaba esta semana un crítico del Chicago Tribune. “Su habilidad técnica era tan encandilante, que el contenido podía quedar ignorado. A otros virtuosos del jazz les sucedió también ser castigados por su finura, como si esta disminuyese la autenticidad de su música. Aún está pendiente medir por completo los logros de Ella Fitzgerald como cantante”.

Es tonto poner a competir entre sí a grandes talentos, pero en la comparación con los otros grandes nombres femeninos del jazz estadounidense, la idea que queda de Ella Fitzgerald es más la de un talento que la de un carácter. Al escucharla no pensamos en un canto de atribulada supervivencia, como con Billie Holiday, ni de recio activismo, como el de Nina Simone. Su decisión por no dejar que su vida personal interfiriese en la amplificación de su trabajo la dejó a salvo de distracciones pero, también, de compartir rasgos íntimos que hubiesen contribuido a presentarla en claroscuro.

Linda conquista sería, entonces, tomar su centenario ya no para redundar en la gracia de sus duetos con Louis Armstrong ni confirmar lo bien que le salía “Summertime”, sino que como una invitación a adentrarse en los pliegues de una intérprete de gran autonomía en la búsqueda de repertorio (ahí está, por ejemplo, su disco Ella abraça Jobim, de 1981; o sus versiones para temas de los Beatles, Quincy Jones y Marvin Gaye) y que podía también cantar de un modo de verdad convincente la desolación inscrita en el blues.

En Spotify está disponible Ella Fitzgerald sings songs from “Let No Man Write My Epitaph”, un LP de 1960 publicado originalmente como banda sonora, que nunca se reeditó con ese título en CD y que no llegó a ser demasiado destacado en su discografía. Es un trabajo valioso, a pura voz y piano (el de Paul Smith), que abre el oído a los matices —también a las sombras— de una mujer que hace suyos trece títulos de irrebatible tristeza. La reina del scat suena allí apesadumbrada, y no es la chispa, sino la fuerza de su canto lo que conmueve.

“Con el paso de los años, cuando miro atrás y pienso en todo lo que he pasado, a veces me pregunto: ¿valió la pena?”, cita el crítico —nombrado más arriba— de una entrevista que él le hizo a la cantante. “Luego miro todas estas cosas en mi casa, mis premios, mis medallas, mis títulos honoríficos y me digo: bueno, quizás sí. Agradezco ver todo eso porque me hace sentir que alguien me amó”.

Alguien que son millones.

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