Por Marisol García // Fotos: Marcelo Segura Octubre 21, 2016

_MSM5493.jpgAparece en los aniversarios —sobre todo en los de números categóricos— el riesgo de solemnidad y excesiva autorreferencia. Es algo que Inti-Illimani advertía como un peligro a evitar a medida que se acercaban los cincuenta años de su formación en Santiago, en 1967. Los cuatro estudiantes de la Universidad Técnica y un escolar secundario, entonces interesados en combinar la música latinoamericana con la tradición chilena —vinculándola a la vez con los procesos de cambio social en marcha—, son hoy profesionales de prestigio internacional enfrentados a la evidencia jamás esperada de haber cumplido medio siglo en la música.
—Lo más sorprendente es que en nosotros existe la idea de que el tiempo ha sido muy breve —advierte Horacio Salinas, director artístico, compositor y guitarrista de Inti-Illimani Histórico—. Hemos llegado a los cincuenta años de trabajo con cerca de cincuenta discos, y decimos: “Oh, pero qué increíble, es impresionante”. Pero no ha sido una cosa de volvernos locos ni tampoco sentir que hemos llegado finalmente a la meta. Lo que yo veo es que esto es sin fin: nuestra vida será la vida del Inti-Illimani. Fue y será.
José Seves, cantante y guitarrista del conjunto desde 1973, confirma lo inesperado del hito y mira atrás con una personal satisfacción de madurez:
—El trabajo musical del conjunto tiene una cantidad de aristas que son muy luminosas, y creo que está traspasado por una búsqueda. Nuestra identidad, no sólo como chilenos, ha sido cantar las vicisitudes del género humano. Siento que a lo largo de nuestra historia la música se ensanchó.
Al conjunto, el medio siglo lo encuentra aún excepcionalmente entusiasmado con la dinámica de la creación, su registro y su muestra en vivo. A fin de año publicarán Fiesta, un disco grabado en La Habana que revisita temas ya conocidos del grupo (“Bailando, bailando”, “Mulata”, “Fiesta de San Benito”, “Medianoche”), pero vueltos a grabar con nuevos arreglos, instrumentos e invitados cubanos, y un énfasis rítmico nutrido por la percusión y los bronces.
—No teníamos conexión a internet y eso fue lo mejor que nos pudo pasar, porque nos enfocamos en grabar, sin distracciones —recuerda Camilo Salinas, tecladista desde 2004, de esos diez días de trabajo en la isla—. No buscábamos lo último en tecnología ni tampoco hacer música cubana al estilo Buena Vista Social Club, porque eso es algo que Inti-Illimani no necesita. Quisimos dar vuelta las canciones hacia un sonido latinoamericano y, a la vez, fresco y bailable. Es música nuestra que pasó por el filtro de Cuba, más bien.
Las canciones de Fiesta nutrirán parte de las celebraciones por venir. Y si el año del medio siglo es 2017, no hay tiempo que perder: se parte el 2 y 3 de enero.

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Los dos primeros días hábiles del próximo año, dos conciertos de Inti-Illimani Histórico ocuparán el Teatro Municipal de Santiago en la largada en salas del festival Santiago a Mil 2017. El grupo montará entonces un espectáculo inédito y detalladamente preparado, probablemente atípico para una celebración de aniversario. No será una revisión histórica de su catálogo junto a grandes invitados, sino la muestra de un concepto atado a su trayecto. Comenzará con un homenaje del grupo a la marca de Italia en su música y en la vida de sus integrantes.

—En los quince años que vivimos ahí… yo creo que produjimos toda la gran novedad de nuestra música: se desencadenó esto de componer —estima Horacio Salinas sobre el período de exilio forzado que debieron vivir en Roma. Y enumera—: Conocimos a John Williams en 1979, publicamos (los discos) Canción para matar una culebra y Palimpsesto, trabajamos con (Patricio) Manns… fueron quince años cruciales. Y creo que el entorno italiano fue muy propicio; por un lado, porque hubo una muestra de afecto gigantesco hacia el grupo, hacia Chile; y, por otro, creo que los italianos nos ayudaron mucho a soltar ataduras, maneras de ser nuestras que eran más bien introvertidas. En Italia yo me maravillaba mucho por la gran fantasía creativa en la que viven. Echamos un poco de menos esa calidez.
Un homenaje a Italia debe incluir músicos italianos. Y, a la altura del medio siglo, prestigiosos. La primera parte del concierto mostrará al grupo junto a una orquesta en la interpretación de piezas de Roberto de Simone, compositor napolitano con obras en las áreas de teatro, ópera y para el conjunto Nuova Compagnia di Canto Popolare.

—Es un músico importantísimo de Italia que en 1989 nos hizo dos arreglos orquestales, lo cual nos abrió el apetito de orquestar nuevas cosas —explica Salinas—. Él es una especie de Luis Advis, autoridad en muchas áreas, y que tiene canciones que son muy propicias para nuestro estilo. Lo considero un personaje admirable porque hace lo que nosotros aspiramos a hacer, y que es abrir un camino a la llamada “música docta”, pero en donde palpite el corazón popular.
En el concierto participará también el cantante Giovanni Mauriello, otro napolitano, y un director de orquesta invitado, también italiano.

Inti-Illimani reservará la segunda parte del concierto para mostrar algunos de los nuevos temas del disco Fiesta y luego a revisar parte de su repertorio más conocido. Tras los dos conciertos en el Municipal, la idea es salir a las calles de Santiago y ofrecer música en presentaciones informales y gratuitas.

Boceto con firma (1).jpg—Lo más valioso de esta celebración es que creo que no hemos tenido que inventar el pretexto de celebrar solemnemente nuestros cincuenta años, sino que nos sorprende en medio de actividades y proyectos… con un ritmo distinto al del pasado, pero con mucho entusiasmo —celebra Horacio Salinas.

—Además del ritmo firme, ¿puede haber también disfrute luego de tantos años?
—Sin haberlo conversado mucho, creo que hemos tenido siempre la idea de que este es un trabajo que es una diversión, y que forzosamente tenemos que hacer con gusto. Es muy importante que nos intercambiemos opiniones y que… nos seduzcamos. Quizás ahí también está uno de los profundos motivos de nuestro divorcio— dice Salinas refiriéndose al quiebre con la formación de Inti-Illimani que hoy lideran los hermanos Jorge y Marcelo Coulon—. La música de los grupos tiene el compromiso tácito de hacer no un trabajo, sino más bien un juego. Es ocupar la vida jugando con los instrumentos y encontrar siempre algo novedoso que decir.

—¿Es frecuente confundir frente a ustedes novedad y contingencia?
—Esa cosa de estar diciendo siempre la última palabra, de estar siempre vigente, en una especie de estrellato permanente, es algo que yo no pretendo. A veces me dicen: “¿Por qué los Inti-Illimani no toman la bandera como lo hicieron antaño?”. Yo creo que lo que hicimos lo hicimos en décadas fantásticas, como fueron las de los 60, 70, 80; en las cuales creo que estuvo nuestro período más interesante, más creativo, y también más en consonancia con la época que vivíamos. Y fuimos, de alguna manera, una voz cantante, participante de la utopía de Latinoamérica, en fin… Pero eso no significa que en el 2020 vamos a ser una bandera.

—¿Por qué no?
—Creo que somos el eco de un movimiento muy interesante, yo creo que el más revolucionario que hubo en la música chilena, como fue la Nueva Canción Chilena. Pero somos un eco, y creo que hay que conformarse con eso, y estar contentísimos con lo que sucedió con la música de Inti-Illimani no sólo acá, sino que en el extranjero. Pretender estar en el podio nuevamente, con la angustia de perder categoría o protagonismo en la prensa, opinando en el debate público… me resisto a tener ese rol. Porque yo creo que el grueso del trabajo que nosotros hicimos ya lo hicimos: ya está. Y es magnífico cuando nos alaban músicos más jóvenes, y que nos digan algo elogioso Ana Tijoux o Álvaro Henríquez, porque se va cumpliendo esa máxima que dijo Igor Stravinski: “Hay que componer mirando el espejo retrovisor”. O sea, avanzar conscientes de la tradición. Creo que somos parte ya de una historia que se hizo, y es muy bonito cuando se toman referencias de lo nuestro.

Otras voces

Han sido muchos los asociados, integrantes y colabores en los cincuenta años de Inti-Illimani, pero Horacio Salinas y José Seves coinciden en ciertos nombres determinantes, por su trabajo e influencia:
• Violeta Parra: “Instaló un pie forzado al hacer las cosas al modo en que ella las había revolucionado”, dice Salinas, “y con gran profundidad poética. Con ella ya no era dos corazones debiera tener / como los ojos, las manos y los pies, sino que Corazón maldito, por qué palpitas. Y fue alguien de mucha libertad, que irrumpió con melodías extrañas, con combinaciones entre ritmos e instrumentos. Entonces, quienes la mirábamos, debíamos cumplir con ver otras maneras de abordar y hacer las cosas. Fue alguien que no claudicó en nada, y que fue tremendamente rigurosa. Su fidelidad y su ética artística eran una forma de mirar con cariño la tradición”.
• Patricio Manns: “Con Manns nos identificamos en una manera muy profunda de utilizar la poesía en la canción, y por eso nos cuesta un barbaridad salirnos de Manns”, advierte Salinas. “Como que nos dejó la vara alta, y eso es complicado porque no existen muchos Manns. Cantamos con enorme placer sus textos”. Complementa Seves: “En el cantar hay una situación de desdoblamiento o algo parecido. El ser intérprete me ha hecho jugar con adueñarme de reproponer un texto y pasar a ser un difusor. Y, por supuesto que cantar ‘El equipaje del destierro’ o ‘Palimpsesto’ tiene un espesor distinto al de otras canciones. Es una bella acción de arte poder cantarlas”.
• Luis Advis: “Él entendió que teníamos algo que decir con los instrumentos, que teníamos esa sensibilidad”, dice Salinas. Él nos dijo: ‘Ustedes son un grupo instrumental; tocan muy bien’, y entonces nos educó mucho en todas estas artimañas que tiene la música del pianissimo, del fortissimo, del rubato, del canto unísono…”.
• Víctor Jara: “Hubo en él un permanente estímulo hacia el grupo, incluso de carácter doméstico: llegaba a algún ensayo, nos escuchaba… y su palabra era siempre muy entusiasta y respetuosa. Nos entregó mucho de su conocimiento del escenario, de la importancia de tener un concepto de desarrollo dramático y una línea de relato musical, que era algo nuevo para la música de ese entonces. De Víctor aprendí que a veces basta dar una palabra de reconocimiento para encadenarse con compañeros de música y estimular su trabajo. Para nosotros fue una lección inolvidable esa cercanía, humildad, respeto y estímulo por el arte”.

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