Por Marisol García Agosto 26, 2016

1. Un documental

Al unísono se filmó en 2006 para registrar lo que todavía parecía una apuesta. Javiera Mena y Gepe habían publicado recién su debut solista, y eran entonces los rostros de una nueva opción de trabajo autogestionado y opiniones de fresca autonomía. Dos amigos adultos, mas no asentados, capaces de componer y grabar sus canciones a solas, miraban a la cámara cohibidos, y si creían poder llegar a convertirse en profesionales, no arrojaban pistas de aquello. Su interacción transmitía una cierta ingenuidad encantadora, pero la retórica con la que explicaban su trabajo parecía, en el mejor de los casos, trastabillar.
Era otra escena; otra la distribución de piezas en el medio musical chileno y otros los parámetros de análisis. El círculo de amigos, afirmado entonces en la exploración eléctrica y el pop de sintetizadores, era la parte más delgada de un hilo extenso que en cualquier momento podía cortarse. Pero sucedió todo lo contrario.
Rosario González, realizadora:
—Teníamos (en codirección con Pablo Muñoz) la convicción de que era un momento musical irrepetible, y que debíamos registrarlo con lo que tuviéramos a mano, sin fondos, en tiempos en que no todo se registraba, como ahora. Sabíamos que Javiera y Gepe iban a trascender, que tenían un talento enorme y muchas ganas de dedicarse exclusivamente a la música. Ahí aparecen retratados inocentes; ahora los ves en entrevistas y son casi otras personas.

2. Un productor

Cristián Heyne era ya en 2006 quien mejor había cruzado el umbral de prejuicios hacia el pop chileno, demostrando que este podía ser no sólo un trabajo comercialmente eficaz sino también una propuesta estética reveladora. Había reimpulsado el concepto de bandas vocales juveniles con Supernova y Stereo 3, cruzado cantautoría y balada junto a Javiera & Los Imposibles, y acercado el rock incorrecto de Glup! y Pánico a una sonoridad cosmopolita.
No lo llamaban aún “el arquitecto del nuevo pop chileno”. Eso vino más tarde. Su encuentro con Javiera Mena fraguó en el disco Esquemas juveniles las bases de algo que terminó siendo algo mucho más amplio y colectivo que una sociedad autoral.

“Hace 10 años me daba cuenta de que el pop que yo planteaba iba por otro lado del que entonces estaba en la radio y la televisión. Pero estaba dispuesta a seguir invirtiendo en él, aunque no generara nada en un primer momento”, dice Javiera Mena.

Cristián Heyne:
—Creo que la Javiera siempre tuvo una pasta de genialidad que la separaba, a mi criterio, de todos sus congéneres. Por lejos. Veías desde un comienzo que era algo peculiar. Tenía interés por masificar su música, pero creo que no una vocación ciento por ciento masiva: eso lo fue puliendo con el tiempo. Para mí era muy entretenido imaginar un trabajo con ella, ayudando a instalar algo que todavía no estaba. Lo que había de original en sus canciones era que mezclaban un talento superindie con una ambición técnica que ningún proyecto indie había tenido hasta ese momento. En la mezcla de ese primer disco invertí muchas horas; muchas. Horas y horas. A pesar de que una mitad del disco ya estaba armada por Javiera en su computador, había otra parte acústica que también era importante y que había que trabajar un poco más. Fue con todo el tiempo del mundo. Y en eso creo que la Javiera fue muy comprensiva hacia lo que yo buscaba hacer, y no cayó en la ansiedad en que caen muchos músicos jóvenes que quieren ver la cosa terminada altiro.
—No fue un disco que se recibiera bien desde un primer momento, al menos en Chile.
—Tuvo una vida larga. Recuerda que en esa época muchas radios se oponían a tocar música chilena. Hubo radios como la Rock&Pop que no apostaban por la Javiera porque creían que era parte de un movimiento que no iba a tener proyección. El suyo era un un disco que no venía del ghetto del asado parrillero, masculino y homofóbico, sino justamente del lado opuesto. Siento que para ella fue un gran tema no haber sido reconocida en ese momento por los medios, no haber tenido más apoyo. La veían como un producto pop, y no lo era.

3. Un disco

Diez canciones. Nueve composiciones originales más un cover (de un tema mexicano que a su vez era la versión en castellano de un hit italiano). Largada con vocación de himno. “Al siguiente nivel” se entiende hoy con la fuerza de un manifiesto:

“No lo analices más,
esto va más allá,
se puede comparar.
Va con la dirección
de mi generación
que va a pasar al siguiente nivel”.

Baladas románticas sin los clichés de género. Armonías nada simples, guiadas por una nostalgia inasible y hermosa. Secuencias electrónicas combinadas con cuerdas rasgueadas. Timbres bien definidos. Versos de añoranza y de aspiraciones. En El Mercurio, David Ponce define en 2006 Esquemas juveniles como un “disco de melodías pop que es el más lindo del año”. Es el impulso de contagio que abrirá de nuevo el cancionero joven chileno al tarareo.

4. Una cantautora

La perspectiva nueva de quien compone e interpreta sus propias canciones apoyándose en máquinas más que en padrinos. El rigor de una autodidacta en software para creadores de dormitorio. La sensibilidad melódica de una joven que asume que en un Chile distraído aún por bandas de hombres y aspirantes a famosos con la venia de Rafael Araneda, su espacio solitario no es un resquicio, sino que un gesto. No es una principiante. Al momento de publicar su primer álbum ha cantado ya en discos de Los Mismos y de Gabriel Vigliensoni, montado conciertos como parte del dúo TeleVisa, asistido a clases como aplicada alumna de la academia Projazz. La primera reseña en una revista de tradición rockera parece descolocada e inclina la evaluación al prejuicio: “Tan temperamental, que por su banda pasaron ¡once músicos en cinco años!”.
—¿Cuál es el mejor invento de la humanidad? —le preguntan en uno de esos cuestionarios breves para sitios atentos a tendencias juveniles. Si el pop es una ideología, su respuesta es la de una militante ejemplar:
—La síntesis.

5. Un aniversario

Sobre el escenario del Teatro Caupolicán se desplegará el domingo 4 de septiembre la historia acumulada en una década. Es el show solista más importante de Javiera Mena hasta ahora en Santiago.
—No es la celebración de un disco, sino de un trayecto —aclara la protagonista de esa noche—. Ha sido una década de experiencias, de crecimiento, de errores, de aciertos. De mucho trabajo y de apostar. De cambio y evolución.
—Hace diez años, ¿mirabas lo que se te venía más bien con inseguridad o con arrojo?
—Me daba cuenta de que el pop que yo planteaba iba por otro lado del que entonces estaba en la radio y la televisión. Pero estaba dispuesta a seguir invirtiendo en él, aunque no generara nada en un primer momento. Si pudiera aconsejarme a mí misma en esa época, me diría que creyera más en mí. Siempre he sido una chiquilla insegura, por mucho que otros digan que voy por buen camino. Mi manera de ser de entonces me hacía difícil avanzar, dedicarme a esto de lleno. Me costaba mucho “creérmela”. Trabajo desde una cierta falta de confianza, pero creo que es mejor eso a sobreconfiarme de más, porque aún la música se trata de un desafío difícil.

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