Por Alberto Fuguet, escritor y cineasta Julio 22, 2016

Bala loca arde por muchos lados y es adictiva, compulsiva incluso, imposible de dejar de ver y generadora tanto de debate como de pelambre. Conecta. Quiere conectar, seducir, convocar. Es controversial, llena de mala fe, destila rabia y sarcasmo, es vengativa, copuchenta, denuncia y se nota enojada, y me parece bien. “Estamos enojados y no lo vamos a tolerar”, gritaba Peter Finch en Poder que mata, de Sidney Lumet, y Bala loca quiere eso: agitar a los telespectadores.

Basta de hacerlos dormir o tratarlos como imbéciles.

Aquí uno se topa con la televisión como podría ser. Una televisión acaso literaria. Por ahí va el triunfo de la apuesta de Chilevisión y por ahí va la seducción y la sorpresa. Televisión abierta, auspiciada incluso por el CNTV, que no parece televisión abierta; esto no es cable, no es otra joya HBO, pero está cerca. Esta es una serie de autor que no tiene un autor visible, sino muchos. Es televisión en equipo, tal como el periodismo y el deporte también lo son. David Miranda deja el sonido para crear y se nota que ha escuchado mucho; Marcos de Aguirre, de Filmosonido, hace de la producción una forma de hablar del país pero, por sobre todo, sobre él. La idea que Mauro Murillo, el periodista con al menos siete vidas y muchos pasados, sea lisiado, no sólo es una buena idea; es de esas ideas personales que pocos se atreven a realizar: todo cambia cuando también se habla de uno.

Eso hace Bala loca.

La nueva serie policial-periodística-agenda país está dando mucho que hablar. Como ya dijo Álvaro Bisama: editorializa el presente. Y quizás le da al público lo que la prensa no puede darle: inventa, le agrega, estira la cuerda, intensifica. Bala loca cumple todas las fantasías paranoicas de la sociedad y aparece justo cuando más se necesitaba. Sin duda a veces es hasta graciosa en lo literal y en lo ingenua. Da lo mismo. Es una serie, no es la vida real.

La idea que Mauro Murillo, el periodista con al menos siete vidas y muchos pasados, sea lisiado, no sólo es una buena idea; es de esas ideas personales y cercanas que pocos se atreven a realizar: todo cambia cuando también se habla de uno. Eso hace “Bala loca”.

Esto es historia actual pop, que desea aprovecharse del presente, y lo logra con su factura de primera, con su impresionante galería de actores (todos bien y potenciados; desde Goic en el rol de su vida hasta una gran oportunidad para Trinidad González, que sin duda posee la mejor voz ronca de Chile, pasando por actores de primera que deberían aparecer mucho más: Aline Kuppenheim, Mario Horton, Manuela Oyarzún) y con un equipo de guionistas inspirados y acaso incluso sobreexcitados (vería feliz un reality del making-of del writer´s room de David Miranda-Gonzalo Maza-Pablo Toro mientran cranean, citan, hojean los diarios y se inspiran al son del pelambre: “¿Y si transformamos a Cristina Bitar en Fernanda Urrejola?, ¿es posible que Pamela Jiles se vuelva Mónica González?”).

Bala loca quiere muchas cosas y a veces incluso es megalómana en su deseo de abarcarlo todo (el hermano desaparecido de Murillo; su hijo gay adolescente, acaso uno de los mejores momentos filmados por la televisión chilena; la gran familia divorciada chilena), pero esto debe celebrarse pues, en un medio como la televisión abierta, que intenta estirar chicles y hacer muchísimo ruido de nada, que una serie adulta quiera ser la Gran Novela Chilena es admirable. Bravo. Que además se exhiba en Chilevisión, un canal célebre por la farándula y el sensacionalismo, le agrega un morbo extra. Que los realizadores incorporen los propios programas y periodistas del canal es un acierto francamente delicioso. La supuesta bala loca es la que mata y silencia a una periodista que ha averiguado demasiado (no hacía falta nombrarla Patricia; esto no es Moya Grau, la serie nada tiene que ver incluso con las supuestas buenas telenovelas de los 80), pero los realizadores les están disparando, con pulso de francotirador, a muchos blancos, aunque la serie se preocupa de no manchar de sangre al pueblo, o sea, a los telespectadores. Los periodistas héroes que arman un medio digital (esta es una serie de reporteros, que fusiona desde Todos los hombres del presidente a Spotlight) pueden tener alguna fallas, pero son nuestros héroes y la historia se vuelve necesaria porque imita la forma en que se reportea.

Acá hay calle y locaciones y mirada e ideas de cine. La dupla de Óscar Godoy (que hizo la estupenda y poco vista Ulises) con Gabriel Díaz deja a varios cineastas consagrados y festivaleros como amateurs (esta serie tiene mirada, tiene urbanismo, tiene mucho Michael Mann). Sólo he visto tres capítulos, pero ya deseo que Bala loca sea uno de esos hitos que marcan un antes y un después. Incluso si se desbarrancara, algo que dudo, ya está haciendo historia contando una historia (perdón, contando demasiadas historias; todas fascinantes, todas eróticamente contemporáneas). Bala loca tiene algo de pulp, de novela negra, posee en su ADN algo de exploitation, de querer robar y usurpar y exagerar los titulares reales.

Queremos más, debe haber sido el credo.

Pareciera que el guión se alterara cada semana dependiendo de lo que se está reporteando en la prensa; el arresto de Cheyre, por ejemplo, le da más espesor al tema de los derechos humanos que apareció en el reciente capítulo, donde Alejandro Sieveking sigue coronando su vejez con roles tan inolvidables como perturbados y asquerosos, como el doctor que ayudaba en las torturas hasta empezar a alzarse como nuestro Ian McKellen. Gonzalo Maza y Pablo Toro han visto las series correctas, las películas correctas y han leído (Pablo Toro es un muy buen escritor indie). Tal como los creadores de las cintas de catástrofes, pareciera que pensaran que lo que ocurre hoy en Chile no es suficiente. Y tienen razón: esto no es Informe Especial; esto no es un reportaje de Ciper.

Por qué no cargar los dados.

Por qué no dejar que Alfredo Castro y su Coco Aldunate sea el malo que todos queremos ver caer.

Por qué no tirarle bencina al fuego.

El arte, el arte exitoso o la televisión exitosa, es la mejor venganza.

Con razón intentaron atajarla.

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