Por Stephanie Arellano Agosto 13, 2015

© J.D. Marinello

"Todo este proceso de revisar mi trabajo ha sido un ejercicio de nostalgia. Porque la fotografía es un diario de vida que te hace acordar de personas y cosas. Las imágenes tienen un alrededor que le interesa sólo al fotógrafo y no a la gente que las ve".

Es la una de la madrugada de un día de fines de los 70 en Arica. Un fotógrafo y un historiador trabajan en la habitación de un hotel. De pronto, dos hombres vestidos de civil, que pertenecen a los servicios de inteligencia, irrumpen bruscamente en la habitación. Con metralleta en mano, uno de los hombres le quita al fotógrafo sus instrumentos de trabajo, y salen, rápido, del lugar.

Al día siguiente, aparece la cámara, pero sin rollo. 

Juan Domingo Marinello, el fotógrafo, ha perdido el trabajo de todo un día. Pero no se desalienta.  “Afortunadamente las repetí. Tenía 30 años, pero trabajar en ese tiempo fue complejo, porque la paranoia colectiva hacía ver en cada fotógrafo un espía o un terrorista”, recuerda Marinello –sentado en su oficina ubicada en el quinto piso de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Católica, donde lleva casi 30 años impartiendo clases– al prender un cigarro Dunhill light.

La oficina del periodista y fotógrafo, quien hoy tiene 66 años, evidencia los contrastes de quien ha aprendido a convivir entre lo análogo y lo digital: tiene un computador, pero en el librero que está detrás de su escritorio hay papeles y diarios que llevan meses en el mismo lugar; libros de fotografía e historia y una Polaroid Land Camera que hace tiempo no usa. Además, está su teléfono de red fija sesentero de color beige marca AT&T que aún ocupa: “Aquí soy el único que conserva esta maravilla”. 

Mientras se sienta y se acomoda en una silla, Marinello empieza a hablar de Punto Ciego (Pehuén Editores), libro en el que ha estado trabajando desde 2013 y en el que recopila una parte importante de sus casi cinco décadas de carrera. Fotografías a color y en blanco y negro que reflejan, sobre todo, una cosa: el talento de Marinello para capturar con su cámara momentos y personajes particulares, paisajes, conflictos políticos y sociales, rostros, lugares, cosas que parecen destinadas a desaparecer, pero que él las rescata del olvido.

UNA AUTOBIOGRAFÍA INVOLUNTARIA

Todo empezó en esa Navidad de 1959, cuando Juan Domingo Marinello tenía 11 años. Vivía, en ese momento, en San Fernando. Antes, había pasado por varias ciudades –su padre trabajaba en el Servicio de Impuestos Internos y se trasladaba de lugar cada dos años–, pero recuerda ese día, esa Navidad, porque le regalaron El pequeño óptico-fotógrafo, de Wilhelm Fröhlich, un libro didáctico que a través de 120 experimentos con espejos, lentes, anteojos de larga vista y una máquina fotográfica enseñaba a los niños lo que era la fotografía. No sólo lo que era: también a experimentarla. 

Ése sería el comienzo. Un par de años después, ya fascinado con las cámaras, lograría unir ese mundo con otra de sus pasiones: el fútbol. “Descubrí que ir al estadio con una cámara te permitía acceder hasta la misma cancha. Entonces junté plata, me compré una y entré a los partidos a sacar fotos”, comenta entre risas.  

Tiempo después entraría a estudiar Periodismo en la Universidad Católica y tomaría cursos de arte. Sus primeros ramos de fotografía fueron guiados por profesores destacados como Bob Borowicz y Luis Poirot. “Bob era muy generoso. En esa época, las cámaras eran muy caras y él –cosa rara en un fotógrafo, porque la cámara para un fotógrafo es como su cepillo de dientes– prestaba la suya junto con su estudio. Tenía una cámara Hasselblad, la misma que llevaron los astronautas a la Luna. Y la facilitaba sin problemas”, agrega mientras enciende su segundo cigarro.   

Al hablar, Marinello –quien viste buzo y zapatillas– hace pausas, como si fuera dueño del tiempo para recordar los años de la Unidad Popular, en que fue uno de los pocos fotógrafos nacionales en despachar fotografías a color a medios extranjeros.  “Chile se había convertido en una suerte de turismo político y venían muchos periodistas de otros países, y, además, pagaban muy bien”, explica. Así surgió la posibilidad de trabajar desde 1970 hasta 1973 para Hero Buss, corresponsal alemán de la revista Stern, colaborar en “Domingo” y también en revistas como Ramona (publicación juvenil del Partido Comunista dirigida por Carlos Berger), Eva y Paula. “Trabajé en diferentes medios porque no tenía contrato exclusivo en ningún lado”, comenta. De su paso por Ramona, Marinello se acuerda de la foto que le tomó a Roberto Matta –para un reportaje de Patricia Politzer– mientras pintaba el mural “El primer gol del pueblo chileno” en La Granja (1971) junto a la Brigada Ramona Parra. Ese registro “se convirtió en prueba ineludible para la señora de Matta, que siempre negó el mural que hizo su marido, no sé por qué razón”, comenta mientras enciende su tercer cigarro.

En todas estas revistas, Marinello publicó fotografías que retrataban, por un lado, una cierta cotidianeidad, pero también algunos de los momentos políticos más complejos de la historia reciente de Chile. Imágenes que recorren el país, retratos sociales, retratos de moda, La Moneda bombardeada, el Estadio Nacional, marchas, la vida silenciosa y anónima de niños y adultos.

Hoy, esas imágenes son parte de su archivo fotográfico, que lo componen entre 20 mil y 30 mil fotografías. Y entre todas esas miles de fotos, Marinello buceó para seleccionar las que le pasaría al investigador Gonzalo Leiva y que podremos revisar en Punto Ciego. Más de 130 imágenes que conforman una autobiografía involuntaria de Marinello, en las que la época de la dictadura tiene una relevancia fundamental. 

LA FOTO DE MAÑANA

 “Todo este proceso ha sido un ejercicio de nostalgia –cuenta Marinello sobre lo que ha significado revisar sus más de cinco décadas de trabajo–. Porque la fotografía es un diario de vida que te hace acordar de personas y cosas. Las imágenes tienen un alrededor que le interesa sólo al fotógrafo y no a la gente que las ve”. Para Leiva, en cambio, hacer el libro fue “saldar una deuda con un patrimonio visual de gran alcance entre los años 70 y 2010”. Además, explica que el proceso de investigación –que empezó en 2013–, implicó realizar entrevistas, visitas a bibliotecas y hemerotecas, hasta finalmente llegar a los ajustes de edición visual y textual. 

Revisar estas fotos para Marinello ha significado, inevitablemente, recordar. Volver a los 70, a los 80, a ese día, por ejemplo, cuando en la calle República, al agacharse para tomar una fotografía sintió algo metálico en su cabeza. “Me habían encañonado”, recuerda mientras desaparece su característica sonrisa. Más tarde, se enteraría de que el lugar donde lo llevaron era un centro de detención de la DINA. “Me quitaron la cámara y revelaron mis rollos, pero afortunadamente no me apremiaron. Esa situación que viví no es para nada comparable con las que vivieron otros colegas”, dice e inevitablemente piensa en la detención y tortura que vivió el fotógrafo antofagastino Luis Navarro, quien en 1978 registró el primer hallazgo de osamentas de detenidos desaparecidos en Lonquén. Ése fue el motivo por el cual, junto a seis colegas, fundaron la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), en 1981. “Si tú no pertenecías a una revista, no tenías quien te amparara, corrías mucho peligro. Por eso dijimos ¡basta!”, afirma mientras enciende su cuarto cigarro.

Marinello comenta que es diabético, que los únicos vicios que le quedan son el café y fumar. Aunque, aclara, “soy un fumador tardío, empecé a los 30 años”. También a los 30, cuenta, empezó a usar anteojos producto de su astigmatismo y que el cambio de lo análogo a lo digital no fue algo inesperado. “Tuve la fortuna de llegar preparado a ese momento”. En 1988 fue designado Mentor Fotográfico de Kodak Cono Sur e impartió docencia en Paraguay, Colombia, Venezuela y Bolivia.  “Como hacía seminarios de fotografía en otros países, a través de Kodak tenía información de primera línea”. Y añade: “A mi edad prefiero lo digital porque no hay que meterse al cuarto oscuro a revelar, que era muy entretenido, pero lo digital es más cómodo”.  

Para la foto de portada de Punto Ciego, Marinello explica que la cámara que usó fue una Rolleiflex twin lens. Fue a las nueve de la mañana del 11 de septiembre de 1973, cerca del ex Hotel Carrera. “Cuando la revelé, muchos fotógrafos se interesaron en ella y empezó a ser muy solicitada, porque tiene una ambigüedad intrínseca de lo que fue el golpe. Tú ves a esa señora en su quiosco que frente a ella tiene dos carabineros que no sabes si la están protegiendo o encerrando. Esa ambigüedad era la propia de muchos que miraban el golpe como una liberación y otros como un encarcelamiento”. Para Leiva, “es un homenaje al mundo analógico donde el blanco y negro fue la marca histórica de la fotografía de compromiso y del fotoperiodismo que buscaba en las calles sus esparcidos testimonios”. Actualmente, esta foto se puede ver en la exposición Chile desde adentro en el Centro Cultural GAM, que reune imágenes icónicas tomadas durante la dictadura.  

Al preguntarle por la elección del nombre de su antología, Marinello respira profundo y aclara que punto ciego –en jerga fotográfica– es un área difusa de visión. “Muchas de las fotos que están ahí fueron tomadas sin una intención premeditada. Los desvíos de cámara eran los puntos ciegos que aparecieron”. Y reflexiona: “Siempre he pensado que la mejor foto la puedes sacar mañana”. 

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