Por Patricio Jara, escritor Marzo 18, 2015

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¿Basta entonces con el apego a la realidad para que historias de este tipo funcionen? ¿Por qué no hacer de una buena vez un gran documental que apele a contar bien estas historias antes que contentarse con el chiche de la tecnología 3D y la tutela de la ANFP?

Una de las últimas cosas destacables que hizo René Orozco como presidente de la Universidad de Chile fue prohibir que la U, en tanto marca, apareciera como tal en la película Azul y blanco. Tuvo buen ojo el doctor, pues más allá de oponerse a la estigmatización de la violencia en el fútbol, narrativamente la cinta no sólo era una caricatura rudimentaria de las barras bravas, también tenía un argumento impresentable: una suerte de Romeo y Julieta entre bandos contrarios con la costumbre de pelearse a cuchilladas, palos y camotazos en la periferia de Santiago. Todo coronado con la aparición de Iván Zamorano haciendo de Iván Zamorano: un pacificador que llamaba a resaltar la belleza del fútbol por sobre las reacciones cavernarias de los hinchas. Nada más fatal, pues entonces aún estaba en la memoria su retiro adelantado tras recibir más de diez fechas de suspensión por insultar y darle una patada por la espalda a un árbitro.

Aquella película se estrenó en 2004. Desde entonces su director, Sebastián Araya, ha logrado progresar y dar un paso de calidad dentro de este nicho, ahora a cargo de la serie Príncipes de barrio, emitida por Canal 13 y cuya idea original pertenece al dramaturgo Luis Barrales.

Sin embargo, pese a que hay más manejo técnico, más recursos, mejores actores y sobre todo mayor construcción de personajes y elaboración del guión, no es fácil intuir el tipo de público al que apunta una serie como ésta. Menos aún cuando ofrece un argumento que a estas alturas sólo podría ser novedoso para un extraterrestre: Cristopher “Tofi” Millán es un joven futbolista del amateur Estrella Roja de Pedro Aguirre Cerda, que acaba de terminar el liceo y de pronto tiene la oportunidad de su vida al ser fichado por Unión Española. En ese club debuta en Primera y demuestra su talento, uno tan grande que en breve lo convierte en figura. Sin embargo, el camino al éxito lo pondrá en conflicto con el lugar y las personas de donde proviene.

Si es verdad eso de que la gente pide que le cuenten historias en las que se refleje, todo dentro de “la épica social y deportiva de un joven de origen popular que asciende en todos los ámbitos”, como definió la serie su director, entonces Príncipes de barrio tiene un punto a favor. Lo discutible es si cumple su objetivo en un país mucho más futbolizado que hace veinte años, especialmente gracias a los logros y cuasi logros de la selección chilena y sus figuras en el extranjero.

CAPO DE BARRIO
El periodista Nicolás Olea es autor de un libro clave para conocer las raíces y el entorno que rodea al futbolista exitoso de hoy: Vidal. Su historia (2014), el cual hace foco en el crack de la Juventus y su procedencia, que es similar a la de varios futbolistas que recoge la serie de Canal 13: el barrio, la cancha de tierra, la precariedad, la familia disfuncional y el talento capaz de resaltar pese a tener todo en contra. Aunque también toda la ilusión de obtener las mejores recompensas: mucho dinero a corta edad, fama y la chance de una vida mejor junto a su gente.

Olea tiene sentimientos encontrados con Príncipes de barrio. Más que la realidad, cree que la historia muestra un sueño. “Hoy es imposible que alguien salte del barrio a Primera y luego a la Selección en seis meses. No le aguantaría el cuerpo. Ese diamante en bruto que es el personaje principal, se rompería todos los músculos”. Sin embargo, cree que al momento de reflejar la interna de los futbolistas, la serie da en el clavo: el respeto religioso a la madre, el deseo de sacar adelante a la familia, el discurso del entrenador de barrio y la participación del representante.

Danilo Díaz, autor de la biografía Alexis, el camino de un crack (2012), advierte que si bien el sistema de captación de jugadores hoy es una industria enorme, “lo que no ha variado es que el cabro de club grande, que surge en las inferiores y termina accediendo o al menos es citado a un partido, se transforma en un capo del barrio y las tiene todas. A los 14 años, los buenos ya están todos fichados y los clubes con estructura los sacan de la población”.

¿Basta entonces con el apego a la realidad para que historias de este tipo funcionen?  ¿Es el fin crear un espejo lo más nítido posible? Entonces, si no, ¿por qué no hacer de una buena vez un gran documental que apele a contar bien estas historias antes que contentarse con el chiche de la tecnología 3D y la tutela de la ANFP?

La relación del fútbol, o más bien del futbolista como personaje, con la narrativa de ficción nunca ha sido muy feliz. Se hace empalagosa, quizás porque al final no es más que una representación de otra representación. Y aunque en el terreno de la crónica los libros sobre fútbol siempre concitan interés, son pocas las películas memorables que hablen del tema, y las que lo logran tienen la particularidad de que la pelota las cruza tangencialmente. Dos casos: Fuga a la victoria (1981), que no es necesariamente de deportistas, sino de prisioneros de guerra que juegan fútbol y, en nuestro país, lo que hizo Andrés Wood en Historias de fútbol (1997): mostrar la idiosincrasia nacional a través de un deporte.

Como sea, con más o menos apego a la realidad, Príncipes de barrio tiene otro mérito: logra poner en pantalla a un buen grupo de actores nuevos y talentosos. En un medio donde siempre vemos a los mismos, en esta serie ocurre lo que pasa cuando un equipo desgastado recibe jugadores jóvenes para interactuar con los de mayor experiencia. Así está el propio Tofi (Max Salgado) y el complejo Freddy Neira (Claudio Castellón), que resaltan gracias a las duplas que hacen con Daniel Muñoz, en el papel del empresario, y Néstor Cantillana, encarnando al asistente técnico de la selección. Actores consolidados que permiten que los jóvenes se luzcan, tal como pasa en el fútbol y en todo proyecto que implique trabajar en equipo y aguantar un partido completo o, en este caso, una temporada completa.

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