Por María Ignacia Pentz Septiembre 16, 2014

© ARI

“Todo este tiempo que no he vivido en Chile he pasado por millones de países, millones de realidades, y me he dado cuenta de que Chile tiene mucho más que millones de lugares que tienen artistas superbuenos también, y que no alegan de la misma forma que lo hacen los chilenos”.

La última vez que Iván Navarro expuso en Nueva York fue entre febrero y abril de este año, cuando intervino el Madison Square Park con Esta tierra es tu tierra: tres torres de agua que, al pararse debajo de cada una, podía verse el sello que el artista ha forjado por años hasta hacerse inconfundible: frases construidas con luces de neón. “We”, “Me”, “Bed”, que se reproducían una y otra vez.

“Hay algo encantador en la forma en que estas esculturas se combinan con los elementos del paisaje urbano”, dijo el New York Times sobre la instalación, mientras, en medio de las buenas críticas -una constante en su trabajo-, Navarro ya sabía que en unos meses más iba a volver a vivir a Chile, después de estar más de 15 años radicado en Nueva York.

Fue en 1997 cuando Iván Navarro (42) decidió instalarse allá. Desde entonces, su relación con Chile ha sido a distancia, volviendo una que otra vez. Mientras tanto, acá siempre estuvo en la mira, y la escena artística tomaba palco para ver cómo su carrera fue ascendiendo hasta llegar a consolidarse como lo que es hoy: uno de los artistas chilenos más importantes de la escena contemporánea.

La idea de volver a Chile surgió hace tres años. Le venía dando vueltas, pero el hecho de dejar proyectos inconclusos allá le hacía imposible concretarla. Debía volver un tiempo largo, pero no más que eso. La estadía no sería definitiva. A final de cuentas, su vida está en Nueva York. Así que decidió regresar por un año, pero no necesariamente a un proyecto específico, más bien a experimentar en distintas cosas.

-Para mí es como un año sabático. Es volver a tener una relación más real con Chile, no tan a distancia.

En diciembre estará de vuelta, pero antes de eso, el domingo 5 de octubre participará en la sexta versión de la Feria Ch.ACO. La galería Isabel Aninat llevará obras de él a la Feria, y será el encargado de cerrar el conversatorio, que este año se centrará en el mercado del arte. Nunca ha hecho esto en Chile, razón por la que está especialmente entusiasmado. Será una charla extensa sobre su trayectoria, en la que sobre todo hará una descripción de su trabajo desde un punto de vista conceptual. Un trabajo donde la electricidad y las luces de neón son elementos fundamentales. Instalaciones con las que busca generar una relación sensorial entre el espectador y la obra, como en Te sientas, te mueres (2002), una silla de playa de luces fluorescentes y cables, donde en un papel nombraba a quienes han sido ejecutados en la silla eléctrica en Estados Unidos. O Maletín (cuatro ciudadanos de Estados Unidos muertos por Pinochet) (2004), en la que al abrir la valija hay tres tubos de neón, cada uno con un nombre, entre ellos Orlando Letelier.

Esta instancia de Ch.ACO, donde se reúnen diversos exponentes del arte contemporáneo, da cuenta de los espacios que existen en el país para exhibir obras. Iván Navarro se formó como artista visual en la década de los 90, inserto en un contexto donde el arte aún estaba enfocado en los artistas de los 80 y no había suficientes espacios para exponer. No había vitrinas para artistas jóvenes. Como él. Como muchos. La Galería Gabriela Mistral era prácticamente la única que daba posibilidades. También algunas que recién comenzaban, como la Galería Animal. Entonces, dice, en esa época todos se quejaban. Existía una crítica constante.

Sin embargo hoy, más de una década después, la queja, según Navarro, es la misma.

-Estoy superintrigado, porque la gente sigue alegando lo mismo que cuando yo vivía allá, pero las condiciones son muy distintas, han cambiado mucho. Hay muchas más cosas de las que había, entonces para mí es superinteresante saber qué es lo que ahora falta, qué es lo que alegan.

Y es, en parte, esa intriga la que lo trae de vuelta.

Quiere reencontrarse con la escena. Re-conocer. Hacerse una idea de lo que está pasando acá en Chile en relación al arte, cómo se mueve el mercado y, también, entender qué es lo que ahora hace falta. Eso que critican. Tiene una teoría: “Hay un desperdicio de energía, un desperdicio de recursos”. Y sigue: “Todo este tiempo que no he vivido en Chile he pasado por millones de países, millones de realidades, y me he dado cuenta de que Chile tiene mucho más que millones de lugares que tienen artistas superbuenos también, y que no alegan de la misma forma que lo hacen los chilenos”.

Pero eso no es todo. Más de una vez se ha dicho que Iván Navarro es un referente, que ha influido en las generaciones que lo siguen. También se lo dicen a él, pero al no estar aquí de manera constante no lo logra palpar. “Ésas son las cosas que quiero ver cuando vaya a Chile, darme cuenta dónde está esa importancia. Cuál es la influencia, dónde ha calado… En alguna parte estará”. 

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-¿Qué vas a hacer en Nueva York? Tienes que saber, Nueva York es muy difícil.

Así comenzaban las conversaciones que tuvo Navarro antes de partir a Estados Unidos. Estaba a punto de irse por tres meses -como inicialmente se había propuesto-, y no tenía nada previsto. Las advertencias iban y venían, y él sólo respondía que no, que no tenía nada planeado. Nunca hubo un plan. Simplemente se fue. Había salido hacía dos años de Arte de la Universidad Católica, y a pesar de haber expuesto un par de veces en Chile, incluso en  una exposición colectiva en el Museo de Bellas Artes en 1997, quería conocer la escena de Nueva York, cuando ni siquiera manejaba bien el idioma.

-Yo me fui y comencé a hacer mi vida en Nueva York. No tenía trabajo, no tenía nada en Chile. En el fondo, no tenía nada que perder.

Un trabajo restaurando muebles fue su salvavidas en un inicio. Apenas lo encontró, quiso asegurarlo para tener una entrada de plata constante. Le gustaba hacerlo, además era la posibilidad que tenía de sustentarse, mientras en paralelo, en sus tiempos libres, se dedicaba a proyectos personales, pero “sin ningún afán de exponer ni nada. Fue una especie de estudio”, cuenta.

Poco a poco fue conociendo y entendió cómo funcionaba la escena neoyorquina. Todo lo hizo a pulso, muy intuitivo. Fue el gestor de su propia carrera. “A pesar de que estudié en la universidad, siento que realmente lo que aprendí fue de manera autodidacta”.

Buscando oportunidades por sus propios medios, en 1999 se acercó a la curadora colombiana Carolina Ponce de León y le llevó material de artistas chilenos como propuesta para  hacer una exposición. No resultó, pero lo invitaron a participar en una muestra de artistas jóvenes en el Museo del Barrio. Fue su primera vez en Nueva York.

De ahí en más, su obra comenzó a insertarse en el circuito estadounidense, e incluso se internacionalizó a Europa y Latinoamérica. Mientras, sus exposiciones en Chile continuaban y repercutían, llevándolo a ganar un Premio Altazor en 2009 por la muestra ¿Dónde están?, en el Centro Cultural Matucana 100, una de las más recordadas, en la que construyó una instalación que hacía alusión a los responsables de los abusos contra los derechos humanos cometidos durante la dictadura.

Fue también en 2009 cuando logró máxima notoriedad internacional con la invitación a la Bienal de Venecia, inaugurando el pabellón chileno con Threshold, montaje compuesto por tres instalaciones: Death Row, Resistance y Bed. Fue uno de los momentos más decisivos de su carrera, pues luego de Venecia vinieron muchas propuestas para exponer en distintos lugares del mundo. “Estaba justo en el punto en que podía dar el siguiente paso y ése fue el escalón perfecto. Para mí fue un punto superclave”, dice.

Finalmente, y sin planificación previa, Nueva York se transformó en su casa y la mejor escuela. “Ahí es donde me formé como artista, no en Chile”, dice. Siguiendo su intuición, aprendió a moverse y a crear lazos con las personas correctas. Según cuenta, es esencial saber con quién relacionarse. En ese sentido, Alfredo Jaar, artista que pertenece a la generación anterior, quien ya estaba en Nueva York desde los años 80, fue muy importante. Con su experiencia y conocimiento, siempre apoyó a Navarro. “Alfredo Jaar fue superleal. Si yo necesitaba algo, él siempre estaba ahí presente. Fue un amigo”, dice.


Iván Navarro hablará de su trayectoria artística en Ch.ACO. En su trabajo ha prevalecido el uso de la electricidad y las luces de neón.
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Si no sabía exactamente qué iba a hacer cuando se fue a Nueva York, entonces ahora, que regresa a Chile, tampoco. Ésa ha sido la tónica de siempre. La diferencia recae en que esta vez no llega con las mismas armas, ahora es un artista consolidado, con toda una carrera a cuestas e incluso un sello discográfico, Hueso Records, proyecto que ha estado funcionando desde 2006. Espacio que creó para volcar sus inquietudes musicales.

La disquera no sólo edita álbumes de bandas como Pánico, Pinochet Boys y Nutria NN, sino además hace colaboraciones con artistas visuales que también son músicos o viceversa, logrando que ambas disciplinas artísticas, tan diferentes en algunos puntos, se entrecrucen y retroalimenten. Hay nombres como Joe Villablanca, Caterina Purdy, Hoffmanns’ House,Mario Navarro, su hermano; Acid Call y La Nueva Gráfica Chilena (LNGCh).

El concierto que dio la banda chilena Electrodomésticos en el Teatro Municipal de Santiago, en julio pasado, fue inspirador para Iván Navarro. Él estuvo a cargo de la puesta en escena, pero fue especialmente la participación del poeta Raúl Zurita lo que le suscitó una inquietud. “Me gustaría tener mayor relación con el mundo de la poesía y mezclarlo con el de la música. Ahí hay algo que me gustaría experimentar. Juntar mundos, que es una de las carencias que hay en las artes en Chile. La gente no se pesca, no se apoya”, dice. “No hay colaboración real entre los distintos circuitos”.

Venir a Chile, finalmente, es un proyecto personal, incluso algo exploratorio y experimental. Reencontrarse con la escena del arte, ver cómo se mueve, generar proyectos nuevos. De cualquier forma, su trabajo en Nueva York continúa, su taller sigue funcionando. De hecho, ya tiene dos exposiciones agendadas para el próximo año: una aquí, en octubre, en la Galería Gabriela Mistral, y otra allá, en noviembre, en la Paul Kasmin Gallery.

-Prácticamente la misma forma en la que me fui a Nueva York, ahora la estoy haciendo de vuelta. Me voy no más, y voy a ver qué pasa. Lo único que tengo claro es que tengo arrendada un año la casa donde voy a vivir, y el resto se verá. Ésa es la idea, no tener todo tan organizado, porque las cosas cambian en el camino. No hay para qué controlarlo todo.

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