Por Evelyn Erlij Agosto 20, 2014

Cannes es una carnicería periodística, una camorra internacional por tomarse la palabra, preguntar y quedarse con la cuña de un famoso. Cada conferencia de prensa o press junket está cronométricamente medida, pero el cineasta argentino Damián Szifron (39) va a otro ritmo, a un ritmo más humano: él quiere hablar en detalle de Relatos salvajes, la película por la que compite en la selección oficial del festival; de cómo se le ocurrieron las seis historias delirantes que la componen, de dónde viene su originalidad descollante, de cómo lo formó más su padre cinéfilo que la escuela de cine en la que estudió. El tema central de su filme es la bestialidad de la sociedad en la que vivimos, y mientras él, Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia -dos de los actores de la cinta- predican contra la deshumanización del mundo, la prensa se despelleja entre sí para imponerse sobre los otros hasta que Darín pone el freno: “Bueno, bueno, pero sin violencia”, dice, después de que una traductora amenazara frente a sus narices a una reportera por no dejarla hablar.

Szifron no pertenece a ese mundo, no porque sea la primera vez que está en Cannes, sino porque es contra esa violencia que despotrica en Relatos salvajes, el filme producido por El Deseo, de Agustín y Pedro Almodóvar, que Thierry Frémaux, el delegado general del festival, prometió que “sacudiría la Croisette”. En una competencia llena de pesos pesados, desde Godard hasta Cronenberg, había poca expectativa por esta película argentina de director desconocido, pero el boca a boca no paró desde la primera función del filme, donde hasta los críticos más acartonados se partieron de risa: fue así como todo Cannes quería ver la comedia negra made in Argentina.

La película reúne seis historias que crean una montaña rusa emocional: un relato de coincidencias aparentes en un avión, el reencuentro entre un político perverso y una de sus víctimas, un western sobre ruedas en clave lucha de clases, el estallido de un hombre hastiado de la burocracia, el plan fraudulento de un millonario para encubrir un crimen cometido por su hijo, y un episodio de infidelidad que Tinelli llamaría “la peor boda de tu vida”. No hay hilo narrativo entre ellas, sino una experiencia común que las une: la catarsis frente a la opresión, el despertar ante la desigualdad y la violencia gratuita de un capitalismo salvaje que nos convierte en animales. Podría ser un drama, pero Szifron prefirió una comedia en la que, en vez de llorar ante las injusticias del sistema, las hace explotar en carcajadas.

“Ya me preguntó un periodista: ¿vos estás bien? Juro que sí, soy una persona medianamente normal, no es que crea que el mundo tiene que reventar  -ríe el cineasta en la conferencia de prensa de Relatos salvajes-. Estoy bien, sobre todo porque soy director de cine y puedo escribir sobre lo que me genera tensión. Si no tuviera ese canal, probablemente no estaría bien. Siempre pienso que si hubiese nacido en un contexto de extrema pobreza, hoy estaría preso. Nunca sería un ser dócil”, asegura Szifron, que por decir unas palabras similares en el programa de Mirtha Legrand, la semana pasada fue demandado por “apología del delito” por el PRO, el partido político de derecha liderado por Mauricio Macri.

Pero Relatos salvajes no es incitación, sino inconformismo, y es esa fuerza la que despierta a Bombita (Ricardo Darín), el hombre que estalla cuando la grúa le levanta su auto; a la novia (Érica Rivas) que convierte su matrimonio en un circo del horror cuando ve de invitada a la amante de su marido, o al conductor yuppie (Leonardo Sbaraglia) que termina fuera de sí cuando, después de “pistear como un campeón” por la autopista con su auto último modelo, un tipo de clase más baja lo reta a duelo con su cacharro.  

La película nació en medio de una “explosión creativa”, cuenta Szifron, una etapa de escritura que duró desde 2006 -hasta entonces había filmado dos cintas, El fondo del mar (2003) y Tiempo de valientes (2005)-, y justo después de hacer la serie Hermanos y detectives. Pero su nombre había empezado a brillar antes, cuando escribió y dirigió Los simuladores (2002-2003), la serie-hito de la televisión latinoamericana que también trataba sobre desgracias e injusticias sociales a través de un equipo experto en armar montajes para ayudar a personas desvalidas. El programa no tenía un gran presupuesto, pero se convirtió en un éxito gracias al ingenio chispeante de Szifron. Esta vez, con Relatos salvajes, el presupuesto (de 3,5 millones de dólares) sí estuvo a la altura de su creatividad, en la que, dice, los políticos tienen algo de mérito: “Si ellos hicieran bien su trabajo, haría otras películas. No tendría un mundo tan frondoso a la hora de generar estas historias”.

 
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Damián Szifron tiene destellos de creatividad en medio de la noche, pero no es de los que toman un lápiz y un papel por miedo a olvidar. Cuando se despierta, se obliga a reconstruir esas imágenes borrosas a partir de nuevas ideas, porque imaginar fue una de las lecciones de su padre. Bernardo Szifron no le daba soluciones preconcebidas a su hijo del estilo “Dios creó al hombre”, sino que encendía su curiosidad respondiéndole “no se sabe”. Desde pequeño, el cineasta escuchó historias fantásticas: su abuelo era un judío polaco que peleó para los rusos y que saltó del tren cuando se lo llevaban a un campo de concentración; su abuela era mucama en un palacio apresado por los nazis donde fue tomada prisionera. Se reencontraron en Italia, quisieron ir a Israel, pero terminaron en Argentina, el único país donde pudieron bajar del barco.

Su padre, hijo de albañil, creció en un entorno de extrema pobreza. “Él fue mi verdadero maestro -dice, cuando habla de sus influencias cinematográficas-. Amaba el cine y el circo: tenía el recuerdo de que, una noche, los animales escaparon del circo en su pueblo y entraron a su casa, que era tan precaria que no tenía puertas ni ventanas”. Con historias familiares tan novelescas era imposible no tener una imaginación fecunda, y aunque Relatos salvajes no se llevó ningún premio en Cannes, fue el filme que más sorprendió por su originalidad, por los giros increíbles de su trama y por ese afán de Szifron de llevar las situaciones a límites insólitos.

“Hay cierto delirio que tengo para imaginar cosas, cierta cosa desaforada, que se sale de la lógica, y que viene de mi padre”, dice el cineasta. En su cine hay guiños a Tarantino, a Sergio Leone; hay algo de Kusturica en su ritmo frenético de narrar -el episodio del matrimonio está a la altura de la boda de Underground-, y algo de su productor, Almodóvar. “Siento una conexión con la forma en que Pedro imagina sus proyectos, con esa mezcla que hace entre el cine de los 50 y 60 que ama y elementos cotidianos. En mi caso, hay una mezcla entre las películas y mi vida; veo la vida a través del cine”, dice Szifron, quien cuenta que, gracias a su padre, sus primeros recuerdos de infancia tienen lugar frente a una pantalla. 

Almodóvar y su hermano Agustín dimensionaron su potencial cuando vieron Tiempo de valientes, le siguieron la pista y le pidieron un proyecto. Después de algunos años, Szifron les presentó las historias que conforman Relatos salvajes, mejoraron algunos detalles del guión juntos y, luego de filmarla, la mandaron a Cannes, a pesar de que allí no es común ver comedias, más allá de cintas de Robert Altman, Woody Allen y de los toques de humor de Tarantino, Kusturica y el mismo Almodóvar. El filme lograba un equilibrio perfecto entre el cine del autor y el cine comercial, pero aun así no era un proyecto obvio. “Los productores le temen al relato episódico porque es difícil de vender y explicar. En mi caso, fue todo lo contrario: a los productores les gustó el guión de entrada y me insistieron para que lo hiciera, porque lo veían muy consistente”.

La afinidad entre el mundo almodovariano y el estilo de Szifron es evidente -“esta película podría haberse llamado Personas al borde de un ataque de nervios”, confiesa el director argentino-, pero su cine, además de imágenes cuidadosamente filmadas y de una narrativa muy bien hilada, es también denuncia y lucidez: “El placer que se siente con esta película se relaciona con comprender el placer de responder a lo que nos oprime. Este sistema capitalista distorsiona mucho la naturaleza del hombre. Somos muy involucionados con respecto a nuestro potencial. Soy un humanista. Tengo mucha fe que esta especie podría evolucionar a zonas insospechadas”, dice el cineasta. Y esos dichos esconden un nuevo proyecto: una cinta de ciencia ficción. La mente de Szifron es una caja de sorpresas.

Talento salvaje

Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia:
TODOS SOMOS BOMBITA

Ricardo Darín, la estrella de Relatos salvajes, no es una gran celebridad en Francia como lo es en América Latina o España, pero la prensa francesa le ha dedicado varios elogios, entre ellos, que este actor de “carisma à la Al Pacino” tiene el encanto de George Clooney -“aunque no tengo su tarjeta de crédito”, responde él-. El grado de identificación que logra su papel de Bombita, un hombre común que se las ingenia para atacar al sistema burocrático, hizo que la frase más oída después de cada función fuese “yo soy Bombita”. “Lo que me sedujo es mostrar esa distancia que hay entre estar a punto de estallar y estallar -dice Darín-. Muchas veces, el humor es el vehículo ideal para hablar de las peores cosas. No hay nada más difícil que hacer bien una comedia. Con un texto no muy pulido puedo hacerte llorar. Pero es mucho más difícil hacerte reír y, al mismo tiempo, estar tocando un tema profundo”, dice el actor, en respuesta a los que decían que “en Cannes no hay risas”.

Cita Los cuentos de la selva, de Horacio Quiroga, para hacer un símil con la realidad que muestra Relatos salvajes, donde, entre otras cosas, un millonario compra a su jardinero con medio millón de dólares para que se autoinculpe por un crimen que cometió su hijo, parábola de la desigualdad en América Latina. Leonardo Sbaraglia -actor fetiche de Marcelo Piñeyro y villano de la serie Epitafios- interpreta a uno de los conductores de “El más fuerte”, la historia más salvaje del filme. “Si bien la película es una sátira, a mí me toca en lugares muy fuertes del cuerpo. Es como si te desafiara corporalmente. Hay algo en estos personajes que, cuando se están sacando prácticamente la carne con los dientes, te preguntás: ¿a dónde estamos yendo? Me interesa eso que vamos reproduciendo, esos órdenes inhumanos que van de generación en generación. Pero tenemos la posibilidad de empezar a rebelarnos contra eso. Podemos desobedecer toda orden de inhumanidad”.

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