Por Alberto Fuguet* Mayo 29, 2013

Si "Stefan v/s Kramer" será la cinta con que se recordará el período Piñera, "Gloria" sin duda es la cinta que resumirá el período Bachelet y quizás adelante su próxima reelección.

La crítica local e internacional ha sido en extremo generosa con Gloria y me parece que así tiene que ser. ¿Por qué no habría de ser así si la película no sólo es cautivante sino que además no posee una gota de exotismo? Quizás por eso sorprende lo bien que le ha ido en el exterior: es la cinta “menos de exportación” de calidad que se ha estrenado en años. El eje Pinochet/mundo marginal dio paso a Bachelet/clase media y el filme no fue castigado sino, al revés, merecidamente celebrado. Desde su debut en Berlín, el filme de Sebastián Lelio empezó a acumular masa crítica y expectativas. Sin embargo, a la hora del estreno local, todo esto no significaba nada: como se dice “en la industria”, basta tener un palmar para que la gente salga a arrancar.

Gloria es la excepción. Parece hecha para los cines de acá, para la gente de acá, no para conquistar fondos extranjeros o becas. A pesar que su mundo roza con una cierta elite progre, el filme es popular y masivo en el mejor sentido de esas palabras. Sintoniza fino con lo que sucede en un amplio submundo que no había sido mostrado (una minoría silenciosa, si se quiere) y se hace cargo (en un fuera de cuadro, digamos) de un pasado indudablemente trágico, pero donde igual se vivió (un pasado donde la gente se casó y tuvo hijos y se separó, un pasado donde la gente pensó que su vida sería de otro modo).

Lo otro que ha dejado la eficaz y emocionante Gloria es una enseñanza: el público chileno se comporta como todos los públicos del mundo. Les interesa más lo cercano que lo críptico; si no les gusta algo, se lo cuentan a los amigos. A veces quieren ver filmes estadounidenses con autos que estallan; a veces conectan con un filme político y épico; el humor vulgar les gusta y, de pronto, sin que nadie lo esperara, enganchan con una mujer sola de clase media que tiene la misma edad que la ex y posible próxima presidenta (que vio el filme y, cómo no, dijo que le encantó).

En Hollywood hay un dicho: nadie sabe nada. Pero hay algo que todos saben y muchas veces algunos directores evitan: el deseo de conectar. Para eso, los realizadores deben hacer algo arriesgado: conectar a la vez con sus propios mundos. Algo de eso se intuye en Gloria: escrita por la dupla de Sebastián Lelio y Gonzalo Maza, ésta no es una cinta que desea contar algo; ésta es una película que está expresando algo muy personal. Y lo hace vía el personaje que interpreta Paly García (otro mito que cae al suelo: una estrella de cine no es necesariamente una estrella de tele).

Paly García, con sus pisco sours, sus inmensos anteojos a lo Tootsie y esa frase que saca aplausos femeninos (“ponte los pantalones”), se luce como sólo se puede lucir una grande que entiende que menos es más y se la juega en pantalla, pero también altera el statu quo  del cine chileno. García y su personaje complican la discusión que está naciendo respecto a una ley del cine, porque deja claro que no es que a los chilenos no les guste el cine chileno, es que no conectan con mucho de ese cine por una serie de motivos. No me parece raro que Gloria inspire más interés comercial que La pasión de Michelangelo o Bombal. La teoría conspiracional que dice que los distribuidores sólo desean sacar de las salas a los filmes locales también queda en entredicho. Es más: Gloria aumentó de salas la segunda semana al captar los distribuidores que la curiosidad iba en aumento. Los distribuidores creen en el dinero, no en las nacionalidades.

Gloria mezcla en forma tan perfecta como inspirada una serie de elementos que parecían inmezclables: cine femenino, Bachelet de vuelta, tercera edad empoderada, protagonista aporreada pero con ñeque, falta de líderes masculinos, los 80 como elemento retro.

Lo que sucede con Gloria no sucede quizás desde Machuca: se ha vuelto parte del tejido social. El triunfo final de un filme lo dice el tiempo, pero para que se produzca una real comunión, todos tienen que participar: la crítica, la prensa, el palmarés, los cinéfilos y la masa. Y por el tipo de gente que está asistiendo (mucha tercera edad, jóvenes con sus madres) está claro que Gloria quebró el grueso muro del nicho del cine-arte e hizo entender a mucha gente que ganar en un festival no es señal de un filme raro o incomprensible o ultrapolitizado. Este solo logro hace de Gloria una gloria.

Por cierto que buena parte de todo este éxito tiene que ver con la extraordinaria y empática Paly García, ganadora del Oso de Plata a la Mejor Actriz, que por momentos supera la película y que, de alguna manera, es la película. En una cinematografía donde cuesta entender lo que motiva a un personaje, aquí el público es capaz de saber lo que ella está pensando y, de paso, apoyarla.

Sebastián Lelio, que antes era apreciado por un puñado de cineastas y cinéfilos, ha creado una película y un personaje (o un personaje y una película) que claramente lo han catapultado del cine-arte al mundo masivo donde se arman los dioses pop y se articulan los sueños. Sucede poco: una cinta sin fines de lucro, claramente de autor, para más remate cinéfila (OK, lo digo: Gloria, la cinta más de “estudio” y “tradicional” de John Cassavetes me parece superior al filme de Lelio, algo que no es para nada un insulto; pero la Gloria de Lelio me parece inmensamente más cercana, entrañable y emotiva), logra colarse en el imaginario colectivo y se vuelve tema, pautea agenda, intriga, provoca y termina volviéndose finalmente indispensable. Por algo ya los noticiarios han armado notas sobre “las Glorias reales”.

Si Stefan v/s Kramer será la cinta con que se recordará el período Piñera, Gloria sin duda es la cinta que resumirá el período Bachelet y quizás adelante su próxima reelección. Gloria capta perfecto un mundo donde conviven las canciones retro de la época de Pinochet con los nuevos casinos con spa y el yoga. El triunfo de Gloria es merecido porque es una cinta generosa, abierta, empática, que ha penetrado a un sector que no se sentía representado hace tiempo. La aventura en que se embarcó Lelio llegó lejos: “Aventura de mi mente, de mi mesa y de mi lecho”, canta Tozzi, y uno capta que todo eso lo vivió con esta Gloria. Si uno se emociona al final es porque la comprende, la entiende, capaz que la envidie. Lo que partió siendo una cinta “para las que respiran niebla/para las que respiran rabia” terminó siendo un filme -y un personaje- que conecta con todos. En efecto: una cinta que faltaba en el aire, faltaba en el cielo.

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