Por Gabriela García Noviembre 29, 2012

El olor del incendio lo sacó del encierro. Francisco Tapia Salinas (29), más conocido como Francisco Papas Fritas, padece de agorafobia desde hace 15 años. Pero el 8 de diciembre de 2010 salió a la calle y corrió entre la multitud. A sólo una cuadra de la casa donde vive con su madre, en Ureta Cox, la Cárcel de San Miguel era devorada por las llamas.

“Pensé que podía ayudar, pero cuando llegué ya era imposible. Había una nube de humo negro. Los 81 ya habían muerto”, recuerda el artista visual sobre el día en que sus vecinos, aquellos que no veía en la cola de la panadería, pero que sí escuchaba golpear los barrotes desde que era niño, finalmente tuvieron un rostro.

Papas Fritas tomó una cámara de video y comenzó a documentar la tragedia. Su barrio, transformado en un desfile de carrozas fúnebres y llantos de familiares, se convirtió en punto de partida de un filme que estrenará en 2013 y que tituló 81 razones para seguir luchando. Pero también de una investigación sobre la crisis carcelaria que lo condujo a la dirección ejecutiva de la ONG 81 razones, integrada por familiares de las víctimas.

La sede está en la casa del artista, quien se inspiró en libros como Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia, de Deleuze y Guattari, para elaborar una serie de propuestas para mejorar las condiciones de los reos en Chile. Papas Fritas se ha encargado de entregar esas demandas tanto al ministro de Justicia, Teodoro Ribera, como al director de Gendarmería, Luis Masferrer. Ha conseguido algunas cosas: abogados y ayuda psicológica para los sobrevivientes, apoyar las peticiones de indemnización para los deudos y los juicios por negligencia a ocho funcionarios de Gendarmería. Las demás ideas, como el derecho a voto en los penales o la incorporación de máquinas de rayos X para el registro de visitas, todavía esperan recursos.

Pero eso no es todo. El próximo 7 de diciembre, en la Galería Metropolitana de Pedro Aguirre Cerda, inaugurará la exposición Diálogos de emancipación: cárcel, justicia, economía y sociedad, con 35 obras multiformato -videos, performances e instalaciones- del propio Papas Fritas y otra veintena de artistas locales e internacionales.

“Suena brutal, pero en Chile nadie se quema por los presos. Ni siquiera el Partido Comunista. Nuestro país no quiere mezclarse con la periferia. Los presos molestan si los defiendes públicamente y por eso algunos ni siquiera tienen abogados. ¡Cuántas personas dijeron para el incendio, ‘blancas palomas no eran’ o ‘se debieran haber muerto todos’!”, dice.

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De alguna manera, Papas Fritas también ha violado la ley. Expulsado de varios colegios, se abrió camino en el arte de forma autodidacta, especializándose en la escultura con cinta adhesiva masking tape. Sus primeras figuras, unos lectores decapitados, aparecieron en la UC gracias a la ayuda del músico Gepe, en ese entonces un estudiante de Diseño que también venía de San Miguel. En esa época ya era conocido como Papas Fritas: así lo bautizó su familia cuando tenía seis años, por su parecido con un niño que aparecía en un comercial de Evercrisp.

En 2008, durante la VI Bienal de Arte Contemporáneo que se realizó en el Museo de Bellas Artes, Papas Fritas convirtió a la ministra de Cultura de ese entonces, Paulina Urrutia, en una escultura de Sor Teresa, y cuando su gruta se llenó de feligreses que le rogaban por un Fondart, la lanzó al Mapocho. También se tatuó el logo de los gobiernos de la Concertación para que el público descargara su ira dándole latigazos por $ 500. Así, el iconoclasta comenzó a tomarle el pulso a una audiencia que seguía sus pasos como si estuviera delante de un reality.

“La única razón por la que me meto en el poder es para ponerle una soga al cuello o tantear cuán transgresora es la institución que me está alojando”, explica. Al final, hubo rumores de que su obra estuvo a punto de ser censurada por el entonces director del museo. En venganza, el artista visual esculpió a Milan Ivelic en masking tape y lo subastó en su propia casa.

Al año siguiente, viajó a la Bienal 798 de Beijing. Allá, el video de un hoyo que unía nuestro país con China a través de teléfonos hechos con tarros de café, fue elegido entre las diez mejores propuestas del evento. “La historia hablaba de dos amigos que ni en Chile ni allá encontraban libertad de expresión”, dice Papas Fritas, sobre la muestra que le abrió las puertas en museos de Roma, Costa Rica, Honduras y la Bienal de Pontevedra en España.

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En su antebrazo, Papas Fritas tiene un tatuaje de la mafia japonesa Yakuza, que se suma a la estrella náutica rusa que se marcó hace poco en la rodilla con la leyenda: “Jamás te arrodillarás frente a una autoridad”. Ponerle la soga al cuello a las instituciones, con pocos recursos pero con ingenio, ha hecho que este guerrillero gane adeptos tanto en el margen como en la elite.

En abril de este año, realizó una exitosa muestra en el restaurante Interludio, en el barrio Lastarria. Ahí pintó un Salvador Allende caracterizado como Robert De Niro en la película Taxi Driver y un Che Guevara encarnando a la estatua de la Libertad. Y en la última Feria de Arte Contemporáneo Ch.ACO, invitado por la galería Metales Pesados, vio con sorpresa cómo ocho de las pinturas donde él disparaba contra el consumo fueron compradas a un precio que oscilaba entre los 3 mil y los 6 mil dólares.

“La pieza más cara estaba protagonizada por los 101 dálmatas de Disney persiguiendo a una zapatilla Nike. Pero también compraron una donde unos carabineros se llevan a golpes a una indígena que titulé con el eslogan publicitario ‘Toda la magia del sur’”, cuenta el artista, que este año sumó a otro seguidor: Nicanor Parra.

“Me mandó a decir que si llegaba un tal Papas Fritas a su casa, le abriría la puerta, porque sólo el nombre le parecía lo más contemporáneo del arte actual, así que me fui a Las Cruces”, revela.

“Fue chistoso ese encuentro. Hablamos de la Biblia y de la muerte y también de ‘A La Life’, ese proyecto en que vivencié lo que era dormir en plazas, como un indigente”, recuerda, descolgando de la pared el versículo 37 de San Mateo que el antipoeta le escribió en una de sus clásicas bandejas de pastel.

“Que tu decir sea, sí, sí/No, no,/Que todo lo demás, del mal proviene”, se lee en el manuscrito que ahora decora la casa de Ureta Cox junto a otras obsesiones del artista: una enorme colección de Playmobil y certificados de defunción de Pinochet, Allende, Víctor Jara, Violeta Parra y Matías Catrileo.

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Le había rogado a Dios para que el nombre de Jorge Manríquez apareciera dentro de la lista de sobrevivientes, pero la cruz carbonizada que su hermanastro llevaba colgada al cuello el día del incendio fue lo único que recibió César Pizarro del muchacho de 22 años que había caído preso por asaltar a un camión de Chile Tabacos.

-Tenemos que hacer algo por los que quedan adentro-le planteó César, presidente de la ONG 81 razones, a Papas Fritas durante una de las velatones que los familiares realizan sagradamente cada día 8 del mes en las afueras del penal.

El artista quiso llevar la tragedia de esa minoría a otro público. En enero de este año, inauguró la exposición Deber en la librería Metales Pesados. Un cuarto en penumbras y una silla solitaria enfrentaron al espectador con la cruz del hermano de César. El nombre de Jorge Manríquez estaba escrito con el carbón de sus huesos junto al lema de Gendarmería: “Sepa que en el alma de un buen vigilante, hay sólo una nota que dice: deber’”.

Ésta es una de las obras que estarán en la exposición de la Galería Metropolitana. La muestra contará con la colaboración de una veintena de artistas nacionales, como Claudio Correa, y nombres internacionales, como Habacuc Vargas. Este último es un controvertido artista costarricense que en 2007 se ganó el repudio colectivo cuando dejó morir de hambre a un perro en una galería de Nicaragua, para graficar el tratamiento que el ser humano tenía con los marginales.

“También presentaré el audio de un sobreviviente del incendio que relata cómo fue ver morir a su familiar desde la torre de enfrente; una serie de monedas hechas de pasta base enresinada. Y una escalera con un cable de neón, que en sentido figurado y literal hablan de una pena. La pena de muerte”, dice Papas Fritas.

El día de la inauguración estará lleno de simbolismos: habrá chicha canera y a partir de las 19 horas un bus recogerá espectadores de distintas organizaciones sociales en comunas periféricas como Pedro Aguirre Cerda, La Pintana o San Joaquín para llevarlos a la Galería Metropolitana. A eso de la medianoche, la idea es que estos espectadores acompañen a los familiares de “los 81” hasta la Cárcel de San Miguel.

“La idea es hablar de la violencia, la drogadicción, el deseo de consumo, la pobreza y otras condenas que trae la desigualdad. Todos llevamos una cárcel a cuestas. El estrés de la ciudad, las deudas, los horarios extenuantes de trabajo también son formas de encierro”, dice.

Ese día también cederá la dirección ejecutiva de la ONG a un familiar de las víctimas. “Mal que mal, a mí siempre me tendrán de vecino”, dice Papas Fritas mientras camina por Ureta Cox.  En medio de la noche, el penal parece una postal de posguerra. Los barrotes están a punto de volver a sonar.

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