Por Yenny Cáceres Febrero 29, 2012

Fueron catorce meses conviviendo con el horror. Desde que leyó el primer artículo sobre los abusos en Irak en el New Yorker, en el 2004, hasta que salió del encierro de su taller en París. Ese tiempo le tomó al pintor colombiano Fernando Botero crear una serie de óleos y dibujos sobre las torturas de los soldados norteamericanos en la cárcel de Abu Ghraib. Son imágenes duras. Las mismas figuras volumétricas y robustas que se han convertido en el sello de su trabajo, sólo que ahora vemos a un hombre desnudo, vendado, acosado por unos perros feroces, sangrando. Hombres obligados a vestir sostenes. Y unos torturadores que portan unos asépticos guantes. El rostro del horror.

Los museos norteamericanos le dijeron que no. A Botero, al rey de las subastas, al artista latinoamericano vivo mejor cotizado del mercado (en noviembre pasado una escultura suya se vendió en casi dos millones de dólares), favorito de los coleccionistas, cuyas obras están en el MoMA y que vivió en Nueva York en los años 60. A ese Botero le dijeron que no. Cuando Botero exhibió por primera vez la serie de Abu Ghraib en la galería Marlborough de Nueva York, en el 2006, recibieron mails, llamados y cartas de reclamo. Y cuando quiso exponer en otro lugar estas obras, ningún museo en Estados Unidos se interesó.

Harley Shaiken se enteró de este rechazo leyendo el New York Times. Profesor de la Universidad de Berkeley, en California, y director del Centro de Estudios  Latinoamericanos de esa institución, se comunicó con Botero para llevar la serie de Abu Ghraib a su universidad. Junto a Beatriz Manz, académica chilena de Berkeley, lograron organizar la muestra en un tiempo récord, en menos de dos meses.

La exhibición fue un éxito. "El último día le mandé un mensaje, conmovida y con lágrimas en los ojos, expresándole lo que había significado para Berkeley haber tenido estas obras aquí, le expresé que era un día muy triste", dice Beatriz Manz. La respuesta de Botero fue inesperada. Había decidido donar las obras a Berkeley.

Y es justamente esta universidad norteamericana la que escogió al Museo de la Memoria para exhibir por primera vez en Sudamérica esta exposición. La muestra, apoyada por la Fundación CorpArtes, permitirá que desde el 15 de marzo se exhiban en Santiago 35 obras, entre óleos y dibujos, de la serie de Abu Ghraib. Así explica Manz esta decisión: "Chile ha demostrado que tiene madurez y confianza en sí mismo al tener un museo dedicado a la memoria. No cualquier país lo hace. Sólo países avanzados (por ejemplo, Alemania) lo han hecho, con la seguridad que se puede avanzar reconociendo su historia".

A punto de cumplir 80 años, en abril, Botero no podrá venir a la inauguración en Santiago. Este año se viene agitado y con celebraciones. México le rendirá un homenaje con la mayor retrospectiva de su obra, que se abre a fines de marzo en el Palacio de Bellas Artes. Ahora está en Mónaco, en uno de los varios talleres que tiene repartido en lugares como Nueva York, París y Pietrasanta, en Italia. Es fácil imaginarlo en la tranquilidad de su taller, trabajando todas las tardes, puntualmente, de tres a ocho. Aunque dice que está ocupado, se da el tiempo para conversar por teléfono, y se queja de que cada vez está más sordo, cuando pide que le repitamos una pregunta.

No ha olvidado su última exposición en Santiago, el 97 en el Museo de Bellas Artes, y la escultura de un caballo que donó. "Mi obra tuvo una muy buena aceptación, por eso le hice ese regalo a la ciudad, porque me emocionó que la exhibición había tenido mucho público", dice.

Pero toda esa placidez se rompe cuando recuerda Abu Ghraib. Y la indignación y el horror se vuelven a cruzar en sus palabras.

-En el 2006, cuando expuso esta serie en Estados Unidos, algunos lo acusaron de antiamericano. ¿Qué opina del recelo que generó esta exposición en Estados Unidos?

-La verdad es que privadamente pudo haber sido, pero públicamente no fui acusado de nada. Lo que pasa es que la exposición ya había sido expuesta en Roma, en Milán, en Alemania, en varios museos europeos y después se ofreció a varios museos americanos. Y claro, ningún museo aceptó.

El horror según Botero

-¿Fue por razones políticas?

-Bueno, no sé qué pudo pasar. Lo más probable es que haya sido por presiones políticas. Pero afortunadamente el profesor de la Universidad de Berkeley Harley Shaiken y la profesora de Humanidades Beatriz Manz se enteraron que existía esta serie y me escribieron una carta diciendo que ellos querían llevar esta exposición a la Universidad de Berkeley. Obviamente yo acepté, estaba muy complacido de que se pudiera ver esto en Estados Unidos y, sobre todo, en una universidad que tiene una tradición tan grande de liberalismo y de ideas avanzadas. Ellos lograron hacer esta exposición allá y tuvo bastante éxito, en las facultades y en los alumnos tuvo una acogida muy buena, a tal punto que por eso y debido a la amistad que tengo con ellos decidí donar estas obras al museo de la Universidad de Berkeley.

"Debo decir que el período de Bush es uno de los períodos más negros que uno pueda recordar, porque se estableció la tortura como una política oficial, lo que es gravísimo, no hay palabras para describir la seriedad de eso", reflexiona ahora el artista. "Cuando apareció el artículo en el New Yorker, pues el mundo se horrorizó de saber lo que estaba pasando en la cárcel de Abu Ghraib y en muchas cárceles, es decir, que estaban torturando, igualmente como había torturado Saddam Hussein y de una forma tal vez más despiadada, porque no era solamente dolor físico, sino que era la humillación. Y claro, mucha de esa gente era inocente, había seguramente algunos terroristas, pero mucha gente fue a dar a la cárcel porque estaba cerca de un atentado y fue a dar a Guantánamo. Mucha de esa gente la han tenido que soltar después de años de tortura, porque no encontraron ninguna acusación que hacerle. Fue muy escandaloso porque un país que se presenta como modelo y defensor de la libertad y de la compasión, pues no mostró ni compasión ni deseo de libertad ninguno".

-Usted vivió varios años en Estados Unidos, ¿fue chocante ver este cambio?

-La verdad es que en los Estados Unidos hay libertad de expresión, uno puede decir y opinar lo que quiera, pero tal vez por eso mismo esa falta de libertad, esa opresión, produjo un choque a todo el mundo. Yo viví en los Estados Unidos muchos años, yo nunca he sido fanático del gobierno norteamericano, tal vez porque en América Latina hemos sufrido mucho con los Estados Unidos en esta especie de influencia excesiva que ha existido en todos los sentidos, ha habido muchas dictaduras apoyadas por los norteamericanos, pues nunca he sido fanático de esas políticas de extensión o de colonialismo intelectual o político que han existido a través de muchos años, con todos estos gobiernos que fueron apoyados y mantenidos en el poder por los Estados Unidos. En América Latina tenemos el recuerdo de todo eso.

-Cuando presentó la exposición en Berkeley, una de las cosas que llamaron la atención es que la serie finalmente no es tan documental, sino que usted trabajó a partir de mucho material que leyó.

-Bueno, obviamente conocí las fotos que hicieron los mismos soldados americanos, pero claro, no se trataba de copiar las fotos, porque las fotos ya existían, pero sí me di cuenta cómo era el ambiente de la cárcel mirando esas fotos. Y después lo que hice, leyendo todas esas cosas que habían sucedido ahí, fue que con mi imaginación visualicé lo que leía e hice esa serie, que está más inspirada en los textos que en las fotos.

-¿Cree que el rol del artista debe ser el rescate de la memoria de su época?

-No, el rol del artista es pintar bien. La obligación primera que tiene un pintor es pintar bien. De pronto hay cosas que uno revisa porque no se pueden dejar pasar en silencio. No es que la obligación sea estar revisando todas las injusticias del mundo, porque en el mundo son demasiadas las injusticias. Uno ve en el periódico todos los días las miserias en África, en Afganistán, ve todos los horrores que están pasando en todas partes. Pero ése no es el oficio del artista, el oficio del artista es hacer el arte como mejor pueda. Y después claro, hay temas que lo apasionan a uno. Pinté tragedias a propósito de la violencia en Colombia con el tema de la droga, pinté una serie sobre los dictadores y las juntas militares en los años 60. De pronto hay cosas que a uno lo horrorizan y uno se concentra en eso. Yo también he pintado una serie muy grande sobre el circo. Y también me obsesioné con la tauromaquia. No tiene que ser necesariamente un tema dramático o político, puede ser otra cosa.

El horror según Botero

Para no olvidar

-Esta serie ha sido comparada con el Guernica de Picasso. ¿Qué le parece esta comparación?

-Bueno, me parece desproporcionada porque yo pienso que Guernica es la obra maestra del siglo XX. Y yo he hecho mi serie no para tratar de competir con Picasso ni con nadie, sólo tratando de competir conmigo mismo. Pero sí registra como Guernica un acto inaceptable de la humanidad o de la política. Yo espero que pase como sucedió con Guernica, que estas cosas de las torturas no se olviden y se recuerden. La fuerza del arte es hacer recordar cuando los periódicos no hablan, cuando la gente no recuerda el arte tiene la capacidad de hacer recordar algo que sucedió. Por ejemplo, Guernica fue un pequeño episodio de la Segunda Guerra Mundial, un bombardeo que hubo sobre la población civil por los alemanes. Y por el cuadro Guernica todo el mundo sabe que hubo ese bombardeo. Todo el mundo se acuerda de los fusilamientos por el cuadro de Goya. Mi aspiración sería que estos cuadros sirvan para recordar esto que sucedió, tan horrendo, que fue la tortura en la cárcel de Abu Ghraib y en tantas otras cárceles, para no dejar olvidar.

-¿Qué opina del arte contemporáneo, que parece cada vez más alejado del público?

"La fuerza del arte es hacer recordar. Mi aspiración es que estos cuadros sirvan para recordar esto que sucedió, tan horrendo, que fue la tortura en la cárcel de Abu Ghraib y en tantas otras cárceles, para no dejar olvidar". 

-La verdad es que sí, hay un divorcio entre público y arte porque cada vez el arte es más oscuro, cada vez necesita más explicación, que haya un profesor que esté contando por qué es importante lo que uno está viendo. Yo no creo en ese tipo de arte. Cuando uno se para ante un Tiziano, ante un Velázquez, nadie tiene que estar explicándome por qué es importante o qué significa, yo estoy viéndolo, yo estoy gozándolo. Todas mis pinturas las he hecho de esa forma, mis cuadros no necesitan explicación. Sin ninguna pretensión, debo decir que lo que yo hago ha tenido un impacto universal, he expuesto en todo el mundo con gran éxito, en Japón, en Corea, en Buenos Aires, en México. En México tuve 216 mil visitantes en la exposición que hice el año 2000. Es decir, lo que yo hago tiene comunicación masiva con el público, no solamente latino. En Estocolmo, tuve 100 mil visitantes en una ciudad de un millón de habitantes. Y bueno, yo espero que esta exposición en Chile tenga la misma acogida que han tenido mis otras exposiciones.

-¿Cómo se toma esto de cumplir 80 años?

-Sí, los 80 es algo serio. Bueno, me los tomo con resignación y con deseos de poder seguir pintando lo más que pueda, porque lo más difícil es morirse sin poder pintar, porque ahí está el placer. Pero bueno, estoy tratando de durar aquí lo más que pueda.

-¿Y sigue con la misma rutina de trabajo?

-Hace poco tuve un desmayo en Colombia, pero fue la altura que me afectó, no fue mayor cosa, me caí, me llevaron al hospital, pero bueno, estaba a 2.300 metros. Pero me he sentido bien últimamente y sigo trabajando más que nunca. Yo trabajo todos los días, y yo diría que más hoy en día, todos los días de la semana, incluyendo sábado y domingo, porque me da un placer enorme pintar. Vivo pintando.

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