Por Alberto Fuguet* Septiembre 29, 2011

Como sucede con tantas cosas, el contexto es clave: cuándo la viste, con quién, dónde y, lo que no es menor, qué estaba sucediendo afuera (en tu casa, en tu colegio, en tu barrio, en tu país). Volver al futuro de Robert Zemeckis (presentada por Steven Spielberg, cuando ese nombre sobre fondo negro bastaba para hacerte tiritar, transpirar y tragar saliva de anticipación) regresó para su aniversario número 25, en 2D (alta definición), remasterizada, etcétera, pero eso al final no importa: vuelve a las salas, no doblada, como el clásico que es (¿sabíamos que lo era?), como un testimonio de un momento clave de la historia de los 80, tanto la nuestra como la externa. La que está ahora en cartelera es una cinta notable, ácida y emotiva, rápida y furiosa, que funciona como un reloj bien aceitado, pero que, por otra parte, seamos justos, terminó por aniquilar el cine de autor-y-de-perdedores de los 70 por lo que hoy se llama blockbusters (ojalá las cintas de hoy tuvieran la factura y las lecturas y la humanidad de una cinta -una trilogía, en rigor- tan compleja e insondable como Volver al futuro).

La obra cumbre de Zemeckis reaparece justo para que los fans originarios puedan llevar a sus hijos, sobrinos o a sí mismos a enfrentarse con lo que -una vez, hace no tanto tiempo- fue una de esas películas que "hizo estallar todo". A diferencia de muchas cintas malditas que no fueron entendidas en su momento, Volver al futuro conectó de inmediato y fue, aquí pero en todo el mundo también, una cinta que le habló a su target de una manera envidiable y de tú-a-tú (básicamente adolescentes hombres de entre 12 y 18 años nacidos a comienzos de los 70). Quizás también terminó dañándolos o marcándolos para siempre porque hay tanto en Volver al futuro (pocas cintas tienen tantas cintas dentro de una misma cinta) que hoy es -qué duda cabe- parte de nuestro día a día y de nuestro inconsciente, por lo que no sería del todo osado decir que esta película masiva, popular, tan liviana como oscura, tan fácil de digerir como existencialista e inefable, marcó a una masa generacional de una manera tan profunda, que quizás ellos mismos nos se han dado cuenta. Marty McFly les llegó a todos mientras que, por ejemplo, La ley de la calle de Coppola (un año antes y otra cinta acerca de adolescentes y el paso del tiempo) trizó a una elite tal como lo hizo, digamos, unos años después, todo el fenómeno del grunge.

Para una cinta a todo color, juvenil, teen, lo más radical, lo más fuerte, era saber de dónde salieron todos esos temas griegos: el acoso de la madre al hijo (Lea Thompson claramente está cachonda con Marty); la suplantación de la figura del padre, la posibilidad de alterar el futuro de todos.

Volver al futuro no alcanzó a ser una cinta de culto porque siempre estuvo en todas partes. Tocó temas existenciales (¿quiénes somos?, ¿por qué el tiempo lo arrasa todo?) sin tener que pasar por el filtro del "cine-arte"; Volver al futuro fue un éxito masivo, explosivo, avasallador; tal como La guerra de las galaxias taladró la mente de millones, pero la diferencia radical es otra: Star Wars ocurría en el futuro y era más metafórica; Volver al futuro ocurría en el presente, en un pasado cercano y un futuro al alcance de la mano (la segunda parte, ambientada el 2015, posee un café retro ochentero que aterra en lo perfecto que es y donde Michael Jackson no para de sonar). Los chicos galácticos podían soñar con recorrer galaxias y tener sables; los seminerds del barrio podían usar skates y parkas sin mangas o zapatillas Nike (o desearlas: la cinta en ese sentido es quizás la primera gran cinta aspiracional de la década y sin duda el primer filme-placement). El tema de fondo era, además, algo que todos los chicos podían entender y, de hecho, seguro que ya lo habían hecho: por qué mis padres son mis padres o, lo que es más duro pero no menos cierto, qué hubiera pasado si las cosas hubieran ocurrido de otra manera: ¿sería yo el mismo yo?

Otra cosa: para una cinta a todo color, juvenil, teen, lo más radical, lo más fuerte, era saber de dónde salieron todos esos temas griegos: el acoso de la madre al hijo (Lea Thompson claramente está cachonda con Marty); la suplantación de la figura del padre, la posibilidad de alterar el futuro de todos. El crítico de cine de la muy pop y radical revista de cine argentina El amante, José Manuel Domínguez, escribió acertadamente el año pasado que Volver al futuro "recorre el mundo, el tiempo, la familia, la distopía reaganiana, la cinefilia sci-fi, Julio Verne, los juegos electrónicos, Nintendo, la ridiculez de la metrópoli y sus modos de consumo. Y lo hace priorizando el cuerpo, la velocidad. Llegar es todo: ningún artefacto es tan importante como el cuerpo, como el paso del tiempo. Sin tensión física, Volver al futuro no es nada… No hay tratamiento del cuerpo en la historia del cine similar al de Volver al futuro…"

Volver a los 80

Como la cinta es, entre otras cosas, acerca del tiempo, no debe sorprendernos que el tiempo es, al final, relativo. A Chile llegó ayer, casi 26 años desde su estreno local para celebrar sus 25 años. Lo importante es que llegó. En rigor, nunca se ha ido: en VHS, DVD, Blu-Ray e infinitas transmisiones en cable y televisión abierta donde, por un instante, mal programada, pasó a ser más una cinta de relleno o una apuesta segura para tardes calurosas. Ahora todo cambia: el pagar la entrada, el sentarse en una sala con Dolby, poder anticipar los nervios que aparecen cuando no se verá algo nuevo, sino que nos enfrentaremos con alguien/algo que fue muy importante y al que se quiso mucho altera todo. El viaje ahora será al revés: ¿habrá la misma química?, ¿habrá de esos silencios incómodos que al final sólo hablan de la distancia que se ha ido produciendo?, ¿o todo será mejor que antes porque ahora entendemos mucho más eso que se llama tiempo?

El filme se estrenó exactamente el 25 de diciembre de 1985 (sí, en esa época los estrenos grandes eran "regalos de Navidad") y arrasó todo ese verano de 1986. Es, por lo tanto, uno de los hitos de la década de los 80 de acá, pero dudo que los personajes de la serie Los 80 asistan en masa a verla.

Tal como "La guerra de las galaxias", taladró la mente de millones, pero la diferencia radical es otra: "Star Wars" ocurría en el futuro y era más metafórica; "Volver al futuro" ocurría en el presente, en un pasado cercano y un futuro al alcance de la mano.

Hojeo La era ochentera y tampoco me encuentro con una mención a Michael J. Fox. Quizás es entendible: el pasado se filtra por el recuerdo y por la prosa de la historia de los que ganaron y, lo cierto es que, en nuestro contexto (ojo, 1985 -posterremoto, pleno Pinochet, protestas, el caso de los degollados, censura), la épica (erradamente tildada de reaganiana) de Volver al futuro no era exactamente lo que la elite progresista, educada o conectada estaba interesada en ver en ese momento. La cinta de Zemeckis no era un filme "del Normandie".  Y tampoco se estrenó ahí. Más bien se estrenó en todas partes (partiendo por el Las Condes y el Windsor) y, a riesgo de errar o simplificar, me atrevo a decir que quizás Volver al futuro fue, por un lado, una cinta de antelación (mucho de ese presente americano de 1985 fue nuestro 1990 de Aylwin) y, por otra parte, una cinta generacional para esos jóvenes que no tenían una generación: aquellos chicos que, por lo jóvenes que eran o por sus orígenes o la asociación o no asociación política de sus padres, abrazaron Volver al futuro y a Hill Valley como un lugar donde "se podría vivir". Lo impactante es que Hill Valley ya estaba, en rigor, naciendo en Chile o ya existía en ciertas partes (partiendo por el barrio alto) y muchas de las marcas y vestuario, que aparecen en el film se grabaron con fierro en las mentes adolescentes y preadolescentes que la vieron en su momento. Volver al futuro fue el otro lado de la moneda de Gandhi o Brazil (¿alguien se imagina hoy un revival de Gandhi?); una cinta aspiracional no tanto en la parte consumo (¡esas Nike!, ¡esos malls!, ¡esas parkas!), sino como una utopía suburbana donde el presidente de turno es tema de chiste (Reagan; hoy Piñera) y lo que importa no es tanto el país que se está cayendo a pedazos sino la familia que ya estaba fracturada. El futuro en Volver al futuro no es tanto colectivo sino personal. Quizás por eso vuelve. Quizás por eso nunca se fue del todo.

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