Por Ignacio Irarrázaval Octubre 27, 2011

Basta bajarse del avión para darse cuenta del escenario en el que uno se encuentra. Se divisan campamentos urbanos con carpas donadas por todas las agencias de cooperación posibles. Si bien tienen elementos de modernidad, como postes de alumbrado público con celdas fotovoltaicas, materiales impermeables y hasta letrinas, el nivel de hacinamiento es altísimo. A este panorama se suma la fuerte presencia militar de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), conformada por fuerzas de países como Chile, Brasil, Jordania, Corea del Sur y Nepal, entre otras. La fotografía la completan los cascos azules, cuya  misión es resguardar la paz social, aunque su labor pareciera reducirse a hacer presencia física. Si bien antes de viajar a Haití consideraba que era importante mantener una presencia de tropas en ese país, ahora estimo que es necesario planificar una retirada escalonada y facilitar el hecho de que los propios haitianos se hagan cargo. Quizás una de las mayores falencias de este país es su falta de institucionalidad.

En el sector de La Plaine veo los primeros signos de esperanza. Un grupo de niñitas juega alegre. Provienen de la Aldea SOS para niños huérfanos, donde los voluntarios chilenos de "Leche para Haití" han estimado que hay cerca de un 25% de desnutrición crónica en el país, lo que significa que su desarrollo físico e intelectual estará limitado para siempre.

Junto a voluntarios haitianos de Un Techo Para Mi País, vamos a encuestar a las familias desplazadas que viven en Oneville. En este campamento hay alrededor de mil familias viviendo en carpas, sin agua ni luz. Después de un par de encuestas, entramos a una vivienda que a pesar de ser de materiales de desecho, tiene algunas mínimas comodidades como una puerta y una mesa. El encuestador nos explica que esta familia, por tener un nivel socioeconómico superior, no califica como beneficiaria, ya que deben focalizar los recursos para los casos más extremos. Siempre he planteado la necesidad de focalizar los programas sociales, de manera de maximizar los recursos en los más pobres, y ahí estaba yo siendo parte de un proceso de focalización. En ese mismo lugar se me acerca un voluntario de América Solidaria, y me explica el plan de tratamiento y prevención de la desnutrición infantil a través de capacitar a monitores locales.

No pretendo parecer dramático con estos comentarios, sólo evidenciar el largo camino que aún queda por recorrer. La ayuda de los voluntarios es tan vital como esperanzadora; pero es imposible no resaltar la impotencia al ver cómo toda la ayuda internacional (militar y civil) opera en forma descoordinada, donde los esfuerzos parecen evaporarse en el calor tropical.

El gran desafío está en cómo transitar desde un país totalmente dependiente de la ayuda asistencial, a uno que se beneficia pero que co participa con este apoyo externo. Ojalá todos estos esfuerzos redunden en ir más allá del clásico saludo coloquial haitiano: ¿Cómo estás? Pa pi mal, que quiere decir "No tan mal".

Relacionados