Por Amir Bibawy Agosto 25, 2011

Ha sido un desenlace sorpresivo. Los jubilosos libios bailan en la calle celebrando el fin de 42 años del gobierno de un dictador megalómano. Las capitales occidentales suspiran de alivio ante el fin de meses de una campaña militar a veces errática conducida por la OTAN. Los comentaristas están ya prediciendo que el fin de Gaddafi mandará señales de advertencia a otros gobernantes árabes, tal como el fin de Hosni Mubarak en Egipto y el de Zeineddine Ben Ali en Túnez, hace meses. Por cierto, la crisis libia ha dejado víctimas, algunas más visibles que otras. Y tendrá muchas ramificaciones inesperadas.

Las milicias armadas que recibieron apoyo de la OTAN ahora tendrán el camino despejado para gobernar Libia, una nación rica en petróleo con muchos factores capaces de dividir a los triunfadores en los próximos meses. A diferencia de Egipto y Túnez, Libia no ha tenido una sociedad civil articulada en las últimas décadas. Lo que es más importante, sus líderes rebeldes aparecían divididos en la campaña contra Gaddafi. Hace sólo unas semanas, uno de los líderes fue asesinado por sus enemigos dentro de un campo rebelde. La falta de una estructura no gubernamental institucionalizada es alarmante. Las declaraciones de los militantes que hablaban de una nueva democracia libia son un indicador positivo, por supuesto. Pero deberían ser tomadas con cuidado.

Para los vecinos de Europa, especialmente Italia, el fin de Gaddafi y el previsible caos que se avecina pueden llevar a un incremento de inmigrantes en busca de refugio, una situación que comprensiblemente preocupa a Europa.

En la región, los árabes no vieron la campaña de la OTAN contra Gaddafi como otro signo de que el cristianismo occidental quería ocupar una nación musulmana; por muchos años, Gaddafi había sido visto como una figura bochornosa. Aun así, la campaña por derrocarlo no ha sido el modelo para los pueblos de la región: las imágenes de pueblos devastados y sus cadáveres fueron una señal de advertencia.

En una reciente visita a Egipto, muchos de mis preocupados compatriotas me dijeron que temían que las manifestaciones contra el Consejo Militar que ahora gobierna lleven a escenarios violentos como los de Libia o Siria. El mensaje es: está todo bien con que los libios liberen su país, pero otros en el mundo árabe lo pensarán dos veces antes de arriesgarse a un conflicto violento.

Por supuesto, el fin de Gaddafi será motivo de celebración en muchas capitales occidentales. La campaña de la OTAN será aplaudida como otro ejemplo de una operación sin riesgos y sin bajas, en la que Occidente ayuda a un pueblo a deshacerse de su dictador. Sin embargo, aunque es cierto que esta campaña de cinco meses no tuvo bajas humanas en su lado, el daño a la percepción de su fuerza militar está hecho. A las pocas horas de la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU para iniciar una campaña aérea que protegiera a los libios en marzo, comenzaron los bombardeos. Después de un inicio promisorio, la operación sufrió una confusión. Washington prometió dejar el liderazgo a otros a los pocos días, preocupada de las objeciones domésticas a la iniciativa del Presidente Obama en este tema. Gran Bretaña, Francia e Italia saltaron al frente pero no fueron muy específicos en señalar quién estaba dando las órdenes y quién disparaba. En Washington, Obama siguió resistiéndose a las explicaciones pedidas por el Congreso sobre la situacion en Libia y el rol de Estados Unidos, mientras el mismo Congreso criticaba a la OTAN por su poca eficiencia en la campaña. Dentro de la OTAN, figuras clave criticaban el nivel de compromiso de algunas de las naciones con la operación, y estaban perplejas con el hecho de que en unas pocas semanas las unidades militares de algunos países se estuvieran quedando sin municiones.

Sobre todo, al bombardear a Gaddafi -en sí misma una acción controversial dada la orden del Consejo de Seguridad-, Occidente cayó una vez más en la trampa del doble estándar a ojos de la gente de la región. ¿Por qué Gaddafi y no Assad? La realidad es que ninguna nación occidental quiere meterse en Siria cuando desde ese país -o desde El Líbano- pueden lanzar un cohete contra Israel en cosa de minutos. De manera que el fin de Gaddafi tendrá un impacto mínimo en la lucha de los sirios por conquistar libertades políticas.

La crisis libia puso en evidencia muchos de los enredos en las relaciones internacionales. Occidente toleró a un dictador que le garantizaba estabilidad e inversiones lucrativas tanto en Libia como en Europa. Mientras los libios se levantaban y se exponían a la represión, Occidente llegó al rescate, aunque de manera errática. Al final ¿hay que celebrar el fin del régimen de Gaddafi? Ciertamente. ¿Ha emergido victorioso Occidente?  Posiblemente, pero no sin daños. ¿Será éste el fin de los otros "Gaddafis"? Es muy poco probable.

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